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Resulta obvio que una de las ventajas de la democracia es que permite elegir y cambiar gobiernos. A lo que cabe añadir que lo deseable es que, quien gobierne, tenga el apoyo parlamentario suficiente para hacerlo con la legitimidad requerida y sin sobresaltos. Euskadi ha ... acreditado un alto grado de legitimidad y estabilidad políticas desde la reinstauración de la democracia, de la mano de un PNV hegemónico y pragmático, capaz de pactar con casi todos en virtud de sus «dos almas». Pero decía Ortega que cada época ha tenido una peculiar sensibilidad para determinados valores y ha padecido una extraña ceguera para otros. Y entre nuestros jóvenes (y no tan jóvenes) parece haberse instalado la necesidad de la alternancia como un valor en alza. Así que, a menos que los jeltzales consigan movilizar a ese porcentaje de su electorado que les viene castigando con su indiferencia en las últimas citas electorales, las del 21-A podrían ser las primeras elecciones autonómicas en las que una formación política que no sea el PNV ganara en escaños y también en votos, lo que confiere a estos comicios un carácter histórico.
Reconquistar su confianza no está siendo fácil, pues se trata de un grupo de militantes y simpatizantes, tan desencantado de su tacticismo pendular («tanto va el cántaro a la fuente…»), como heterogéneo en sus razones y motivaciones. Desde el votante más abertzale defraudado por la tibieza de la actual dirección en la defensa del derecho a decidir desde que se diera carpetazo al plan Ibarretxe, moderando el discurso soberanista para atraer y dar refugio a otras sensibilidades (una apuesta similar a la que está haciendo ahora EH Bildu), hasta el jeltzale tradicional que se mantiene fiel a su doctrina fundacional democristiana sin ver con buenos ojos el viraje del partido hacia la socialdemocracia. Por no hablar del 'voto prestado' del PP tras esa apuesta por la centralidad, la transversalidad y la moderación en el plano identitario del PNV en la última década, que amenaza ahora con abandonarle para volver a sus orígenes, en castigo a su apoyo a Pedro Sánchez….
Contentarlos a todos es casi imposible. Por lo que se ha optado por un mínimo común denominador que podría aunarlos en un mismo espíritu: el miedo a Bildu y a lo que su posible acceso al poder representa, no tanto por su «agenda oculta» independentista o su falta de suelo ético al negarse a condenar a ETA, sino en términos de modificación del 'statu quo', en un país que valora muy positivamente su alto nivel de vida y en el que casi todo el mundo subsiste (y medra), directa o indirectamente gracias al sector público, garantizando a quien ha ejercido su control hasta ahora una extensa red clientelar. El mensaje es cristalino: el cambio por el cambio entraña riesgos y no significa necesariamente mejora o progreso. Comprar las bondades de la alternancia sin saber con precisión la naturaleza de las transformaciones que se pretende implementar es algo aventurado. El domingo veremos si funciona como factor movilizador o si la apatía puede más que el instinto de conservación.
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