Los votantes de EH Bildu son los únicos de una formación que podría ganar las elecciones a los que no les importa demasiado si su opción preferida se queda fuera del gobierno. Será difícil encontrar alguna otra en el mundo que goce de tal ventaja. ... La izquierda abertzale es una opción distinta a las demás también en eso. Pero tal diferencia tiene fecha de caducidad. Hoy EH Bildu es una alternativa de redención en la que confluyen quienes desean verse perdonados con su voto, quienes nunca pedirán perdón, quienes necesitan ser exonerados porque en algún momento dieron la espalda a la izquierda abertzale armada, y quienes votan eso porque nada de lo demás les atrae. Todos ellos coinciden en no necesitar que Pello Otxandiano sea designado lehendakari, o nombrado vicelehendakari. Pero es más que probable que dentro de cuatro años vean las cosas de otra manera. Requieran que la izquierda abertzale no solo sea influyente en las instituciones de manera tangencial o indirecta. Lejos quedaron los tiempos fugaces en que gobernó la Diputación de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de Donostia, haciendo de la recogida minuciosamente selectiva de los residuos toda una ideología de sustitución de la violencia.
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Claro que otros cuatro años en la oposición son muchos. Tanto que obligan también a pensar en la eventual reversión del fenómeno, en una Euskadi o en una Euskal Herria con los votos contados. Y en una España en la que en cualquier momento podrían cambiar las tornas a favor de la derecha. Porque no hay que olvidar que la redención ha tenido lugar bajo el mandato de Pedro Sánchez, aunque José Luis Rodríguez Zapatero se atribuya su inicio. Institucionalmente, ha tenido lugar más en las Cortes Generales que en el Parlamento de Vitoria. El blanqueamiento de la izquierda abertzale tiene que ver con el hecho de que EH Bildu fue el primer grupo del Congreso que anunció su voto favorable al presidente, y el único que se lo ofreció sin condiciones. Así como con la prórroga que ha concedido al Estatuto de Gernika, con la única salvedad de prometer desatascar la ponencia sobre el autogobierno en el plazo de tres meses.
La izquierda abertzale es un sobrentendido. Se sobrentiende que está por los derechos sociales y por las libertades individuales más que nadie. Más que nadie por el euskera, por los migrantes, por los trabajadores, por los palestinos, por las mujeres, por la transición de género, o por el rock. Más que nadie por los presos de ETA, la independencia y la unidad de Euskal Herria. Basta con que una minoría de sus votantes se mantenga en el activismo, integrando plataformas e iniciativas de marcas diversas, pero con el mismo sello. Mientras la mayoría se limita si acaso a participar de alguna de sus liturgias de vez en cuando, incluidas las urnas de todos. El inconformismo de la izquierda abertzale es un sobreentendido, como su radicalidad. Ambas se le suponen. Pero no sólo ante GKS. También ante ELA. No es que tenga una «agenda oculta». Es que no tiene ninguna que mostrar, porque tampoco la necesita su actual parroquia de la redención. La izquierda abertzale no está fuerte. Son los demás los que flaquean.
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