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Disculpen que empiece hablando de mí, pero he de confesar que este miércoles entendí qué significa de verdad moderar un debate electoral. A golpe de ... sudores fríos, casi. En principio, la misión que teníamos encomendada mi compañera Marta Madruga y yo como anfitrionas de los cinco cabezas de lista por Álava se acercaba más a la segunda acepción que recoge la RAE para el verbo 'moderar', o sea, dirigir una reunión en la que varias personas discuten sobre un tema. Pero acabó pareciéndose más al primer significado que apunta el diccionario: disminuir la intensidad o evitar el exceso de una cosa. Porque intenso y excesivo fue desde luego el debate organizado por EL CORREO en el Círculo Vitoriano, mucho más deudor del estilo efectista y crispado a lo 'Sálvame' que han impuesto las dos citas estelares en RTVE y Atresmedia que del guante blanco que siempre ha imperado por estos pagos, como el que exhibieron, por ejemplo, los aspirantes vizcaínos convocados también por este periódico al inicio de la campaña.
Pero Álava es diferente. Muy diferente. Es dinamita. Es más que nunca ese banco de pruebas que puede reflejar como un espejo el curso de la política nacional. El ser o no ser del 'casadismo'. Un ejemplo tipo de circunscripción donde se reparten pocos escaños (cuatro) pero mucha estopa porque la división del voto de centro derecha puede dejar colgado de la brocha y sin escaño al PP. A Javier Maroto, nada menos, según las encuestas. Lo dejó claro el aludido nada más arrancar el debate, cuando se puso sobre la mesa el modelo territorial -que el PP nacional cuestiona, incluso con una propuesta de moratoria del proceso descentralizador- y, en todo su derecho, decidió, como Umbral, hablar de su libro, su propuesta de ley nacional para poner puertas al campo de la RGI. Afortunadamente, no hubo intercambios bizarros de textos encuadernados, ni marcos de fotos de la sección de saldos de unos grandes almacenes ni gráficos simplones de colorines ni jerseys con bolas a modo de credo político, ni siquiera constituciones ni estatutos que arrojar al adversario. La política espectáculo no ha calado hasta tal punto en la calle Dato.
Pero el tono, sobre todo por parte de Maroto y el candidato de EH Bildu, Iñaki Ruiz de Pinedo, sí resultó bronco, duro, crispado, al borde en ocasiones de lo tolerable en el toma y daca político. Y fue Maroto el que, desde el minuto uno, impuso sus propias reglas y decidió llevar el debate al terreno que le convenía, el del discurso agresivo y circular sobre dos o tres asuntos absolutamente ligados a la mitad visceral y emocional del ser humano, una estrategia con la que espera (se verá si con éxito) movilizar al voto durmiente.
Por eso habla de gente que, dice, cobra más sin trabajar que otros echándose doce horas diarias. De los votos de Bildu que han hecho ministra a Celaá (aunque, una vez convencidos los independentistas catalanes, el triunfo de la moción de censura siempre dependió del PNV). De la amenaza del cierre de la Mercedes. Repartió a prácticamente todos sus adversarios literalmente sin despeinarse. Salvarse de la quema es cuestión de un puñado de papeletas, así que el ideólogo de la agresiva campaña popular se trajo puesto de Madrid el traje que él mismo ha cortado para Casado pero sin sonrisa. Al contrario, hizo del gesto serio y helador la marca de la casa, sobre todo cuando llamó indigno y cobarde a Ruiz de Pinedo por todos esos años en los que la izquierda abertzale no fue capaz de alzar la voz contra la barbarie de ETA.
Sus rivales, salvo un Ruiz de Pinedo que pedía constantemente el crono y la palabra, le entraron al trapo lo justo. López de Uralde sacó brillo a su perfil de líder ecologista con conciencia social. Celaá le rebatió pero sin subir el tono. Legarda habló del Conde Duque de Olivares para bucear en los orígenes de la pulsión centralista del Estado y del Abate de Sieyes, padre del concepto del Tercer Estado como nación durante la Revolución Francesa. Es dudoso que ganara muchos votos pero tampoco que asustara a nadie. Las urnas dirán quien dio en la diana.
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