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Con las encuestas a su favor, el candidato a diputado general por el PNV, Unai Rementeria, fue el último en acceder al hall de EL CORREO, donde se vio las caras con sus oponentes poco antes de que se iniciase el debate electoral organizado ... por este periódico y retransmitido en directo en su web. Cuatro mujeres que ya le tenían en sus pensamientos antes de hacer acto de presencia con un jovial «¡Kaixo!» y la camisa, como casi siempre, ligeramente desabrochada.
«¡Dichoso sea él entre todas las mujeres!», bromeaba Bea Ilardia, que encabeza la lista de EH Bildu. «¡Ya era hora!», replicaba Teresa Laespada, agradeciendo que, por fin, casi todos los partidos políticos hayan colocado a mujeres al frente de las listas. «Hasta el 26 de mayo aquí estaremos peleando», prometió, convencida de sus posibilidades.
La candidata del PSE, por cierto, fue la primera en llegar, pero se quitó méritos: «Será que vivo más cerca», se justificó para, de inmediato, corregirse y dar muestras de su carácter: «¡Yo soy puntual!». A Laespada, «nieta de montañero», se la veía con ganas. Muchas ganas. «A mí es que si me ponen un buen día, soy capaz de hablar dos horas seguidas», reconocía mientras departía con las moderadoras del debate, para quienes también tuvo antes de pasar al set televisivo: «¡Cómo os gusta la salsilla!», les espetó la socióloga.
La cosa prometía, pues, y no defraudó. Pero la campaña afronta su recta final y las muestras de cansancio resultan inevitables. A algunas aspirantes al Palacio foral se les nota más que a otras. Eneritz de Madariaga, de Elkarrekin Podemos y nueva en esta lides, ni siquiera las ocultaba. «Solo pido que se me pare esta tos y catarro», suplicaba. La campaña, bastante inestable desde el punto de vista meteorológico, le ha jugado bastantes malas pasadas. Con tanto «acto público», se quejaba, le han caído encima «unos cuantos chaparrones». Y a fe que los acusa. «Menuda chupa cogí el otro día», recordaba.
Pero, a falta de dos días para la cita con las urnas, todo puede ir «a peor». Contaba Ilardia que a ella le han pasado cosas verdaderamente «increíbles, vamos, de no creérselas», subrayaba. De la noche a la mañana, «y de forma inesperada», su pareja ha tenido que hacer las maletas y tomar rumbo a Colombia «porque le ha salido allí un trabajo». Por si no fuera poco, su pequeña Maddi, de 6 años, ha andado encamada estos días con «40 de fiebre. A mí también se me disparaba la temperatura de niña», explicaba.
Sin embargo, los compromisos electorales apenas conceden tregua y no les queda más remedio que multiplicarse y echar mano «de aitites» y toda la gente que tienen al lado. «Hoy es el cumpleaños de la niña y no voy a poder estar con ella», se lamentaba. Es en estos días cuando a la mayoría de candidatas, reconocieron, les inunda la sensación de pertenecer «al 'club de las malas madres'». Síndrome que intentarán «compensar» el día de reflexión.
Porque si algo une estos días a todos los aspirantes, sin excepción, es que a casi ninguno ven por casa. O muy poco. Laespada, en cambio, se tiene que conformar con que la vean en las marquesinas y a lo largo y ancho de las carreteras vizcaínas, «pero porque mi imagen va estampada en muchos autobuses. Es lo que les dicen a mis hijos en el colegio. '¡Qué madre más famosa tienes'», ironizaba.
Todos cuidan hasta el último detalle. Rementeria lo mismo repartía botellines de agua entre sus rivales que se encargaba de colocar el descuidado cuello de la americana de este periodista. La candidata del PP, Amaya Fernández, mientras tanto, iba a lo suyo: «Que dos días nos quedan todavía, a los que hay que añadir la tensión del domingo», señalaba antes de enarbolar la bandera del feminismo y pedir «mayor calidad» en el empleo de la mujer en el sector industrial.
En un debate monopolizado por las mujeres, como no podía ser de otra manera, a más de una le asaltaron las dudas sobre su capacidad de convencimiento. «Es curioso. Como profesora todos mis alumnos me creen y, en cambio, ahora hablo y pienso que no me cree nadie», confesó Laespada, que ya sabe lo que hará el lunes. «Me voy a poner a régimen porque no hago más que comer».
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