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Raquel González podría hacer el itinerario de este paseo con los ojos cerrados, porque es el mismo que sigue todas las mañanas –hoy mismo, hace un rato– para llevar al colegio a sus dos hijos, de 9 y 6 años. Lo conoce tan bien como ... para darse cuenta de que, en la esquina de General Eguía y María Díaz de Haro, han instalado un nuevo banco de los de sentarse. «Por las noches suelo llegar tarde a casa, así que llevarlos al cole es una rutina que intento que no cambie nunca, mi ratito, algo prioritario para mí. Puedo ir hablando tranquilamente con mis hijos». Hoy iremos más lento, pero el recorrido con críos le suele llevar menos de diez minutos, siempre en función de los semáforos: «¡Hay que respetarlos a rajatabla! Si alguien cruza en rojo, mi hijo mayor le suelta 'muy mal, señor'».
Antes de asentarse en esta zona de Indautxu, la candidata del PP residió en unos cuantos barrios de Bilbao. Nacida en 1976, es hija de un capitán de la Guardia Civil y creció en La Salve, y su interlocutor se sorprende un poco al descubrir que guarda recuerdos luminosos de aquella época: «Fue una infancia muy libre. Mis padres hicieron un trabajo brutal, jamás me inculcaron odio ni negatividad. Mi madre, sobre todo, llevó a cabo una labor parecida a la de 'La vida es bella'. A posteriori te das cuenta: eran años complicadísimos y ellos tenían dos o tres funerales a la semana, pero esos días nos juntaban a los niños en una casa a merendar y era una fiesta. Les agradezco que protegieran mi niñez». Raquel tenía 14 cuando se mudaron a Txurdinaga: «Allí me saqué el carné de conducir –comenta–. El examinador era del barrio y quería volver a su casa, así que me tocaron calles conocidas». Después trasladaron a su padre a Getxo, pero antes de la treintena ella ya estaba de vuelta en Bilbao, independizada en un apartamento de 40 metros cuadrados de Uribarri al que se refiere como «mi pisito».
Finalmente, ya con su marido y embarazada del mayor, se afincó en Indautxu, cuya condición de barrio defiende con vehemencia. «La gente habla de Abando e Indautxu como si fuesen zonas desalmadas, con gente nueva a todas horas, pero esto es un barrio en el que la gente se conoce, se saluda... También lo tienen por 'el barrio de los ricos' y parece que invertir aquí queda feo, pero somos gente normal», argumenta ante el supermercado BM de Pérez Galdós, donde suele hacer la compra. Los niños, sus acompañantes habituales en este recorrido, van haciendo unas cuantas apariciones a lo largo de la conversación. En Doctor Areilza, la candidata popular pisa un chicle con prodigiosa capacidad de adherencia y se declara «acostumbrada al 'slime', el peor invento de la historia». Al paso por Jesuitas, evoca los partidos de básket de los domingos: «Mis hijos son futboleros, pero les chifla venir a ver el baloncesto porque es muy ruidoso». Y ya en Simón Bolívar, con el colegio El Carmen a la vista, el último paso de peatones marca el umbral de tolerancia del hijo mayor: «Desde aquí sale corriendo. Al pequeño todavía no le da vergüenza y se queda conmigo».
Justo al lado está la zona de columpios y toboganes de la Plaza de Indautxu. «Es el parque más frío de todo Bilbao. Aquí no hace calor ni en verano, es una incubadora de pulmonías». La candidata ha quedado en el 11 Aldeanos con el 'número 2' de su lista, Carlos García, para cerrar algunos detalles de campaña. ¿Recuerda él cuándo conoció a Raquel? «Me la presentó, hace un montón de años, Antonio Basagoiti. Me dijo: 'Parece dulce por fuera, pero va a meter una caña...'».
El camino de vuelta pasa por delante de algunos de los establecimientos favoritos de Raquel. Desde las librerías Sopa de Sapo y El Escondite hasta la peluquería Ainhoa Duque o, quizá más sorprendente, la lavandería Ecolaundry: «Nos salva la vida muchas veces, porque en Bilbao llueve y, algunas semanas, llega el domingo y no tienes los uniformes y las batas para el colegio del lunes», aclara. ¿Cómo se reparten las tareas en casa? «A mí me toca cocinar. Para mis hijos, tengo nivel de Masterchef, pero en realidad cocino normal. A mi marido le corresponde limpiar, y bien, porque es mucho más tiquismiquis que yo. La plancha queda para quien antes se avergüence del montón de ropa».
La candidata popular hace un alto en la frutería María Díaz de Haro 45 (esa es su dirección y también su nombre) para comprar unas fresas. El establecimiento, tan bonito que se podría visitar como si fuese una sala de exposiciones, lo regenta Raúl, un boliviano de Cochabamba que le da a probar unas cerezas. Dicen que hay que pensar un deseo cuando se come la primera cereza del año, y Raquel se suma con gusto a esa tradición. ¿Qué ha pedido, quizá la alcaldía? «Noooooo –rechaza, con chulería de Indautxu–. Eso no lo tengo que pedir, porque me lo puedo ganar».
«Las mañanas, antes de salir de casa, son un lío: que te levantes, que cinco minutos más, que solo encuentro un zapato... Es seguramente el rato más estresante del día, pero para mí es mejor», explica Raquel González junto al colegio de sus hijos. A la derecha, el parque infantil donde invierte muchas horas. «Nos amontonamos dos colegios en la parte más pequeña de la plaza».
La candidata popular pide en la barra exterior del 11 Aldeanos, en la plaza de Indautxu. «Aquí venimos muchos domingos y también los viernes a la salida del cole», explica. Le preocupan los «problemas de convivencia y peleas» que se han registrado en la plaza. A lo largo del recorrido también aparecen en la conversación otros problemas del barrio, como el tráfico «terrorífico» en Díaz de Haro.
Raquel González, en la peluquería Ainhoa Duque, donde tenía cita poco después para peinarse para la primera comunión de uno de sus hijos. La celebración también era a tiro de piedra, en el Zaka. «Me encanta la sensación de barrio, de encontrarte por la calle y saludarte», insiste la candidata.
Los hijos de la candidata del PP siempre exigen que los plátanos sean de María Díaz de Haro 45, la tienda –bautizada con su dirección– que regenta el boliviano Raúl. «Ahora vamos al décimo año, somos vecinos desde entonces», dice el frutero. Lleva bien las cuentas, porque Raquel se afincó en Indautxu cuando se casó, hace una década. ¿Por qué eligió esta zona? «Mi marido es de Miraballes, lo que conocía era esto, y encontramos un piso recién arreglado. En aquel momento estaba todo parecido, prohibitivo, así que estaremos pagando hasta los setenta y tantos».
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