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Esto de que te inviten a un gran evento es un follón. Uno no sabe muy bien qué diantres ponerse. Si se emperifolla mucho, puede llegar a desentonar por pretencioso y si opta por una etiqueta demasiado discreta corre el peligro de acabar dando la ... sensación de que no se ha tomado la cita en serio. Ayer, para el debate electoral de EL CORREO, todos los candidatos a la Alcaldía de Vitoria fueron a lo seguro. Frente al armario, cuando tocaba elegir atuendo, tiraron del perchero de la discreción, evitaron abrir el cajón del riesgo y se vistieron de previsible y confortable rutina, esa con la que uno cree que nunca falla. Aunque optar por lo anodino tiene sus riesgos: a veces cuesta que te diferencien de los demás. Todos se presentaron con los mismos tonos, en una metáfora cromática de en lo que, a la postre, se acabó sustanciando el asunto. Fue un debate de guante blanco (demasiado inmaculado a ratos), con algún que otro destello chisporroteante y más de una tensa fricción al final. En la gama del azul oscuro casi blanco.
La primera en llegar a las flamantes oficinas municipales de San Martín, donde todos los aspirantes habían sido convocados, fue la socialista Maider Etxebarria. Sonriente, en deportivas, con unas grandes gafas de sol y una bolsa de papel en la que guardaba los tacones que se acabó poniendo en el debate, un poco como les pasa a las invitadas en las bodas. Poco después apareció Fernando López Castillo, con sus apuntes bajo el brazo con los que recordaba a uno de esos estudiantes veteranos que, al jubilarse, ven la oportunidad de matricularse en la carrera que siempre habían deseado estudiar.
En esas llegó el candidato a la reelección, con su habitual traje de faena y ese oportuno pin con la banderita de Vitoria en la solapa, rodeado por su numeroso equipo. Y, así tan escoltado, a lo lejos, Urtaran hasta se daba un aire al Josiah Bartlet de 'El ala oeste de la casa blanca'. Casi al mismo tiempo, en paralelo contraste, al ala norte del ayuntamiento blanco llegó Leticia Comerón en su bicicleta y adelantando por la derecha a los jeltzales: lo de la habilidad de esta mujer para darle al pedal con esos altísimos tacones suyos debería contemplarse como disciplina olímpica.
La última en acudir fue Miren Larrion, a la que le tocó la papeleta de meterse en el corrillo que el resto de alcaldables ya habían formado. Es una situación rara la de unirse a una cháchara que ya ha empezado sin ti: uno nunca sabe muy bien qué decir en esos momentos, algo incómodos, que muchos tratan de capear hablando del tiempo. No fue el caso. El alcalde y López Castillo recordaron sus épocas (distintas) en el colegio donde estudiaron, en San Viator. «Aunque en mi época era San José», precisó el de Podemos.
«¡Pero qué despliegue de medios!», se sorprendió la aspirante socialista al entrar en la sala diáfana donde tuvo lugar el encuentro. No era para menos. Técnicos de sonido, cámaras y periodistas de esta casa trabajaban en los detalles de los últimos minutos mientras, sombra aquí y sombra allá, las estilistas Myriam y Melany retocaron a los candidatos. «Yo creo que no es necesario que me maquilléis», declinó el alcalde.
Las periodistas Olatz Barriuso y Marta Madruga, que se encargaron de moderar el debate, saludaron a los candidatos y les instaron a colocarse en sus asientos, asignados, en zigzag, en función de los resultados de los pasados comicios. Quizás fue en ese momento, una al lado de la otra, cuando Larrion y Etxebarria repararon en que se habían presentado a la cita con un atuendo casi idéntico, como si se hubieran puesto de acuerdo la víspera. Pantalón oscuro, camiseta y chaqueta blancas, tan conjuntadas ellas, que pasaban por un dúo musical, la última sensación pop, a lo 'Miren y Maider, ellas ya no bailan solas'. Eso sí, dejaron claro que sus ideas no empastan demasiado. Hasta desafinan. El resto de los aspirantes no se limitaron a hacerles los coros. Les llevó un par de bloques, pero fue mentar el tema de la seguridad ciudadana y la del PP quiso llevar la voz cantante frente al jeltzale. «Tenemos que tener un cara a cara tú y yo», le espetó Comerón a Urtaran. Para entonces ambos ya habían mutado en una versión vitoriana de Pimpinela.
Y mientras, tras las cámaras, siguiendo el encuentro, un enjambre de asesores, jefes de prensa y estrategas varios que, desde la sombra, no quitaron ojo a cada gesto, a cada palabra de los candidatos. Por momentos, parecía que alguno estaba en un partido de fútbol crucial. Igualito que ese entrenador en el banquillo que sufre mientras su equipo pierde, alguno de los asesores se llevaba la mano a la boca o cerraba los ojos cuando el suyo cometía algún pequeño lapsus. Otros, durante el minuto de oro, musitaban ese discurso tantas veces ensayado. Y también hubo quien no apartó la mirada del móvil durante todo el encuentro, actualizando las redes sociales de forma frenética para pulsar en directo la opinión de los muchos lectores de la web que comentaron el gran debate municipal de Vitoria.
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