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iosu cueto | jorge barbó
Lunes, 20 de mayo 2019
iosu cueto
El último mensaje llegó el 24 de abril. El servicio telefónico municipal que sirve para transmitir quejas y sugerencias en cuestión de limpieza, Vgarbi, recibió un mensaje de WhatsApp con una foto. En él podía verse la basura acumulada -incluido un viejo palé- junto a ... unos contenedores ubicados en la calle Fueros. Es curioso imaginar el movimiento tectónico que se produjo cuando los técnicos comprobaron que el autor de la foto era Gorka Urtaran. No era la primera vez. El candidato a retener la Alcaldía desbloquea su iPhone y lo muestra en una mesa de la sociedad gastronómica Zapardiel. Hay numerosos avisos, con foto incluida, en los que exige mejoras en distintos puntos de la ciudad. Es su singular forma de demostrar que su gobierno ha estado vigilante con la limpieza urbana, por muchas críticas que le ha deparado. Niega la mayor. Vitoria no está sucia, aunque la recogida de residuos es mejorable y hay comportamientos incívicos. Él es el primero en exigir mejoras.
Urtaran pone este ejemplo para demostrar su empeño en mejorar la calidad de vida de los vitorianos. Y suspira por jugar la segunda parte de este partido, en la que saldrá al campo con un equipo renovado. La primera mitad del encuentro, la que empezó en 2015, arrancó difícil. Reconoce que tras quedar tercero en las elecciones ni se planteaba la propuesta de EH Bildu de desbancar al PP de la Alcaldía. El PNV le recomendó que reflexionara. Después asumió que era el único candidato de consenso alternativo a Javier Maroto y dio el paso. Resopla al recordar que fue durísimo gestionar el Ayuntamiento con solo cinco concejales -«éramos cuatro y el del tambor»-, que ascendieron a nueve un año después con la incorporación al Gobierno del PSE. Hace autocrítica. Empezaron flojito. Y en 2017 llegó lo que considera un punto de inflexión, cuando tras perder el apoyo de la izquierda abertzale forzó una cuestión de confianza. Con ello obligó a PP y EH Bildu a consensuar un candidato alternativo si querían derribarle, pero no hubo acuerdo. Una arriesgada maniobra que le permitió aprobar los presupuestos. Y acelerar.
El sociólogo se siente reforzado desde entonces. Siguió igual de solo, pero creyó que podría dejar su impronta en la ciudad. De hecho, se le ve confiado. Responde a las provocaciones de sus compañeros de mesa y, quizá por ello, transmite más seguridad. Manda más, advierte, porque tiene más experiencia y ha elevado su grado de exigencia.
Urtaran se ofrece como alternativa a las posturas «radicales» del PP o EH Bildu, pero esquiva la respuesta cuando se le pregunta qué hará si alguno de estos partidos gana las elecciones. Se escuda en que ni se plantea ese escenario. Ganará, asegura, y después convocará a todos los grupos para plantearles liderazgos compartidos y la posibilidad de asumir responsabilidades de gobierno. Su intención es soterrar el tren, ampliar el tranvía a los nuevos barrios, dar la bienvenida al 'bus exprés', construir el auditorio y atraer proyectos industriales. Y por supuesto, adjudicar el nuevo concurso del contrato de limpieza. No le gusta hacer fotos por la calle.
jorge barbó
Alguien le ha dicho que está feo eso de ir a comer de invitado y presentarse con las manos vacías. Así que ahí que viene él, con un bollo crujiente de pan justo debajo del brazo, para dejar el manidísimo refrán en bandeja. Vaya, igualito que cuando fue a dar con sus huesos a la Alcaldía hace cuatro años, cuando lo que traía bajo el sobaco era un buen marrón. Enfrascado en plena campaña, se presenta a la cita de EL CORREO con una imagen y una actitud que recuerda muy mucho a ese yerno ya de por sí perfecto que va a casa de los suegros para resultar pluscuamperfecto. Derrocha pose campechana, gasta sonrisa a granel, camisa almidonada, recién afeitado y perfumadito con 'eau' de Sabin Etxea.
Aunque salta a la vista que, en el fondo, Gorka Urtaran está librando un 'tour de force', una lucha contra esa percha de chico bueno y algo gris. Del aperitivo al postre, dedica buena parte de la comida a reivindicar su carácter y llega a presumir de que, de cuando en cuando y cuando toca, hasta gasta mala leche, que esto es una cosa bastante inédita: si la mayoría de candidatos tienen que dedicar la campaña a dulcificar su imagen, con transfusiones de pasteleo y pura melaza a profusión -y, a veces, de lo amargos que son, ni por esas-, el jeltzale está haciendo todo lo contrario.
En los últimos días, da la sensación de que se esfuerza en parecer un tipo más duro. Lo mismo ordena el derribo de las casas 'okupadas' de Errakaleor, que afea a su contrincante socialista, Maider Etxebarria, que le saque las uñas, después de la luna de miel que han vivido ambos partidos en el Ayuntamiento y la Diputación la legislatura recién finiquitada.
Pero los verdaderos dardos los lanza contra Miren Larrion, la candidata de EH Bildu. De entrada le avisa de que con ella no tiene ni deudas ni hipotecas y le reprocha haberse olvidado muy rápido del pasado del partido en el que milita. Tampoco deja títere con cabeza con los populares, de los que dice que se han escorado muy a la derecha. Aunque, a renglón seguido, concede que igual Comerón tampoco es tan ultraderecha como se la pinta. Y -ojo, cuidado- cuando se le pregunta si ha sido el Bambi del Ayuntamiento, llega a mentar los mismísimos, los dídimos, las gónadas, que esto es lo más punki que, probablemente, se le va a escapar a Urtaran en la vida.
Para el segundo plato -¡qué pilpil el de López de Ipiña, oiga!- reconoce que Vitoria tiene muchas carencias en lo cultural y que habrá que ponerle las pilas a los del Gobierno vasco con este tema. También suelta un bufido -va a ser verdad que tiene carácter- contra los que dicen que él es una marioneta al servicio de Lakua, de la Dipu y de EL partido, porque él habla así, de EL partido, con el artículo muy pero que muy marcado, como un Gorbachov con lauburu.
Para los postres se emociona, pero muy de verdad, cuando se le nombra a su madre, con toda seguridad el espejo en el que Gorka más se mira a lo largo del día. Ese que devuelve la imagen de un hombre comprometido y honesto. Un tipo majo. Tanto que, para el café, uno acaba con la sensación de que le compraría un coche de segunda mano.
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