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La campaña electoral se basa en la promesa de lo que se hará una vez se gobierne y rara vez se habla de lo que ... se le dejará hacer a los gobernados. Qué quiero decir.
El periodo preelectoral tiende a convertirse en una maratón en la que los partidos presentan una serie de proyectos con los que pretenden, como es lógico, captar votos indecisos. Con evidentes excepciones, muchas de las propuestas son intercambiables entre partidos y bastante transversales. En Gasteiz tenemos un claro ejemplo de ello: el consenso entre todas las candidatas sobre la necesaria reforma del Iradier Arena. Pero esto mismo sería aplicable a tantos otros proyectos y discursos: favorecer la movilidad sostenible, potenciar el anillo verde, ampliar el tranvía…
Esto no quiere decir que no importe quién gobierne; importa y mucho. Quiere decir, que, en lo tocante a la forma en la que se enfocan las elecciones, algunas de las propuestas 'estrella' se harán gobiernen unos u otros. En muchos casos porque así lo prevén las diferentes estrategias municipales o territoriales de largo recorrido: planes de movilidad, de espacio público, de vivienda… Así, más que los proyectos concretos, creo que es importante que se debatan y se valoren las formas de gobernar que proponen las candidatas.
Formas de gobernar que permitan a los ciudadanos emprender proyectos, organizarse, desarrollar iniciativas, privada o colectivamente. En definitiva, que fomenten la cultura de la ciudad, que no es otra cosa que favorecer los espacios de encuentro y acuerdo. Pero también reconocer el conflicto intrínseco a la sociedad, y entender que la existencia de conflicto no es necesariamente negativa, sino que es a veces un espacio de oportunidad y creación. El conflicto obliga a una reflexión, ya sea para después posicionarse a favor, en contra o quedarse en la neutralidad, pero niega la indiferencia. Muchos de los lugares y movimientos más interesantes y activos de la ciudad entran en conflicto con algunas de las premisas preestablecidas en una sociedad de consumo capitalista como la nuestra, y su valor social, más allá de su mera actividad, radica en el mismo hecho de su existencia, en que son motas de color y alternativa en un mundo por lo general gris y estandarizado.
La cultura institucionalizada, museizada y expuesta, si bien necesaria, tiene un efecto limitado a la hora de azuzar conciencias y multiplicar las expresiones artísticas o culturales, y está, por lo general, más enfocada al consumo turístico que al uso social. Es un expositor y no un motor. Las expresiones surgidas desde la ciudadanía, populares, a veces conflictivas, a veces frívolas, son sin embargo mucho más capaces de generar una sociedad dinámica y activa, que se retroalimenta y que generará a medio plazo un mayor interés y una mayor calidad de dichas expresiones.
Aviso a navegantes, la cultura no se importa, se cultiva. Artes, deportes, ciencias, formas de vida… Permitir, fomentar y acompañar estas iniciativas, más que dirigirlas, acotarlas o directamente prohibirlas, ayudará a que sean los propios ciudadanos los que construyan un ambiente cultural rico y próspero. Para ello las administraciones han de saber también delegar, tanto responsabilidades como iniciativa: cesión de espacios, usos temporales de entornos degradados, apropiación de edificios abandonados, ocupación del espacio público por parte de colectivos o vecinos… En definitiva, dar a la ciudadanía herramientas con las que generar una atmósfera de posibilidades.
La cultura ha de pasar de ser una orquesta, en la que todos los miembros son dirigidos por la batuta del director, a ser una banda de jazz, en la que cada uno de los instrumentos colaboran, bajo unas premisas básicas, en la construcción de una obra colectiva, colorida, inclusiva y plural. Siendo Gasteiz la ciudad del Jazzaldi, creo que está claro qué modelo deberíamos seguir.
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