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Todo empezó entre billares, mesas de ping-pong y el humo de aquel divertidísimo antro llamado Palacio de los Deportes, también conocido como el Palace y situado en el tramo más empinado de Fueros. Allí coincidían los chavales como Fernando López Castillo, que miraban al ... franquismo con un creciente carácter reivindicativo. Quién le iba a decir que vería morir a un conocido en los sucesos del 3 de marzo, que acabaría exiliado como 'polimili' y reconvertido en cineasta y sindicalista del Ayuntamiento. Y para rematar la faena, como candidato a alcalde por Elkarrekin Podemos con 66 años.
EL CORREO publicará a partir de hoy las reflexiones y confidencias de los candidatos a la Alcaldía de Vitoria en un formato diferente. Se trata de comidas informales en una sociedad gastronómica, sin grabadora ni preguntas, en las que lo más importante es la charla para conocer mejor a la gente. Después, cada uno de los dos periodistas plasmará sus sensaciones. El primero en participar es Fernando, vecino de Barrancal y que acude puntual a la cita en Zapardiel. Este oficial industrial ajustador matricero jura que no aspira a ser la versión vitoriana de Manuela Carmena, pero su espíritu recuerda mucho a ella. Ha dado el paso, asegura, para buscar el bienestar común. En su vida han pesado mucho «los principios» y tiene algunas ideas grabadas a fuego. Una de ellas es que la derecha «utiliza la política para apuntalar sus privilegios y, en algunos casos, meter la mano en la caja». Por eso la quiere lejos del poder.
La influencia de las entidades financieras también le preocupa. «Los bancos nos han cambiado la vida», dice con contundencia. Y no para bien. Para explicarse viaja en el tiempo a su nido familiar. En aquel piso de cien metros cuadrados de la calle Ramiro de Maeztu, el joven Fernando compartía espacio con diez hermanos, lo que aseguraba las colas en el baño y una frenética vida doméstica. Su padre, operario de la antigua Mevosa, embrión de Mercedes, tenía suficiente con emplear el 25% del salario para pagar la vivienda.
Hace mucho que Fernando pasó la pantalla del activismo. Con más de 40 años se sacó el EGA «por amor» al euskera. Para él, la lengua más bonita que existe. Pone ejemplos. Abuela se dice amona porque la palabra conforma la fusión de ama –madre– y ona –buena–. No existe el Este, sino ekialde, que es 'el lado del sol'. Y no se dice parir sino erditu, que es algo así como 'partirse por la mitad'.
Sus ojos brillan cuando habla de apoyar la cultura local y de ayudar a quienes más lo necesitan. Lo de los macroproyectos, y el ladrillo agrega, ya se verá. Cuando contempla el proyecto del soterramiento del tren se pregunta por qué no incluye también los barrios de Salburua y Zabalgana. Y por qué el Ayuntamiento se plantea aprovechar el futuro bulevar que cubrirá las vías para construir 1.300 viviendas «si tenemos en la ciudad 11.000 pisos vacíos». El empleo y los recursos sociales van antes que las banderas y las maquetas. «A mí me parece que es una cuestión de sentido común», dice con una amplia sonrisa.
Esto de las comidas de trabajo es un oxímoron de difícil digestión. Vaya, que en estos asuntos uno acaba por quedarse con hambre y trabajando lo justo. Con el candidato de Elkarrekin Podemos compartiendo mantel pasa todo lo contrario. Será porque este encuentro tuvo lugar bastante más allá del horario razonable de un almuerzo al uso o porque el invitado no acudió con la presión de tener que demostrar nada: al fin y al cabo, Fernando López Castillo es el aspirante que menos tiene que perder en estas elecciones. Él lo sabe y por eso, antes de sentarse a la mesa, ya se había sacudido todos los protocolos postizos que impone la campaña. Vamos, que él no es de los que se empeñan en parecer natural. Ya tiene una edad para no andarse con tontadas. Sin miramientos, es de los que se sirven el carpaccio primero y se pone a zampar. Servilismos, los justos.
Antes de la comida, los que le conocen avisan de que es un tipo muy de contar anécdotas de trago largo, que conoce el quién es quién del municipalismo vitoriano como pocos y que le gusta sacar a relucir datos muy precisos. No se equivocan. Pero más que un batallitas, López Castillo resulta, en todo caso, un peliculitas. Para hablar de la voracidad de los bancos recuerda el argumento de '¡Qué bello es vivir!', de Frank Capra. Ymenta a personajes de cine quinqui como 'Aspirino' para recordar sus años mozos, que se pasó acodado en los tapetes raídos de aquellos billares donde se concentraba el lumpen con acné de la Vitoria de la época.
Mientras ataca al calabacín relleno, habla de pactos. Y antes de terminar la carrillera se mete a desgranar sus propuestas sociales, ecológicas y económicas en un discurso tan espeso como la salsita que baña la carne. Aunque, a priori, su programa resulta más indigesto, muchísimo menos apetitoso y, desde luego, bastante más difícil de rebañar que el aderezo untuoso que, a fuego lento, han cocinado los anfitriones. No hay color.
Él, que de recursos cinematográficos sabe rato largo, podría haber optado por un elegante fundido a negro cuando se le pregunta por el espinoso tema de su pasado, más en negro que en blanco, en aquella ETA político militar de plomo, pedrada y revolución. Cualquier asesor habría hecho que pasaran rapidito los títulos de crédito llegados a este punto. Pero aquí, a la mesa, él está solo ante los periodistas, así que no le queda más remedio que hacer un 'flashback'. Cuenta hasta qué punto le marcó el 3 de marzo, que le pilló currando en una fábrica para pagarse los estudios de ingeniería química y cómo, al renegar de la banda, tuvo que exiliarse a Francia. Salió bien escaldado.
Sí, la vida de López Castillo da para un buen biopic, aunque por aquí ya suena a remake y déjà vu. En cambio, para la prensa capitalina, su historia es de lo más apetitosa. El titular del 'exetarra que se pasó a Podemos' resulta demasiado jugoso como para obviarlo. Pero él hace ya muchos años que reconoció su avería y halló su redención. Ahora este jubileta de barba de chivo se enfrenta al reto de asaltar los cielos de la política municipal. En 35 milímetros.
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