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RAFAEL VÁZQUEZ GARCÍA
Lunes, 9 de noviembre 2020, 02:18
En estas últimas elecciones presidenciales Donald Trump tenía enfrente tanto a los demócratas de Biden como a los medios de comunicación. Su victoria habría de suponer igualmente la derrota y la ignominia para CNN, NBC y 'The New York Times', entre otros medios. Su estilo ... de alocución directa a los ciudadanos en los últimos años pasaba por ignorar y desterrar a los medios tradicionales como vehículos informativos. Agarrar Twitter con breves y desafiantes mensajes es todo lo que necesitaba. A él, un hombre de negocios, le irrita tener que estar de(pendiente) de nada ni de nadie. Él es el medio y él es el mensaje.
Los medios de comunicación siempre resultan incómodos al poder. Richard Nixon lo expresó en privado -«la prensa es el enemigo»- y Reagan abrió explícitamente la puerta de par en par al uso personal de los medios por parte del presidente. Sin embargo, la guerra abierta de Trump carece de precedentes. Durante la campaña presidencial de 2016 dijo claramente: «No estoy compitiendo contra la corrupta Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los corruptos medios de comunicación. El 70-75% son deshonestos, una auténtica escoria».
La erosión de la libertad de prensa en Estados Unidos ha aumentado en los últimos años a un ritmo sin precedentes. Trump ha cargado contra los mismos desde los inicios de su candidatura republicana y ha construido una imagen perfecta del enemigo. Ha encontrado un caldo de cultivo idóneo en una masa informe de ciudadanos frustrados, enrabietados, deseosos de romper con el sistema y con todo lo que contiene, incluidos los medios de comunicación o, al menos, hasta el punto de poner en solfa la veracidad de sus contenidos mediante su teoría de los «hechos alternativos».
Los medios de comunicación, como cuarto poder, son parte del 'establishment' para el todavía presidente. Trump siempre ha recelado de ellos, incluso de los afines a los que ha tratado como meros portavoces reverenciales durante su mandato y en esta pasada campaña electoral. La última embestida a propósito del recuento electoral ha encontrado respuesta hasta en la Fox, más habituada a elegir y aupar presidentes que a aceptar los dictados de nadie.
La prensa escrita, y posteriormente las cadenas de televisión, presentan una longeva tradición de dique frente a los desmanes políticos en Estados Unidos desde antes incluso de la creación del país. Uno de los padres fundadores y tercer presidente de la misma, Thomas Jefferson, previniéndose de los potenciales abusos del poder político, lo dejó ya claro: «Periódicos sin gobierno son mejores que un Gobierno sin periódicos».
Existen reglas y procedimientos tan valiosos como las leyes y normas que derivan de los mismos. La voluntad popular no es nada sin atenerse a ellos. O sí que lo es: autoritarismo de masas enfervorecidas por la insensata prédica mesiánica de un agitador profesional. Es algo así como un quinto poder el que pretende representar Trump mediante una torticera pero efectista distorsión de la idea de soberanía popular. Cuenta Raul Sohr que en 1815 Napoleón, volviendo de su exilio en la isla Elba, declaró con descaro el sueño que todo autócrata ha tenido en alguna ocasión: «La libertad de prensa debe estar en manos del Gobierno». Trump ha ido más lejos: Puesto que no estás conmigo, estás contra mí. Yo soy el pueblo, el quinto poder.
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