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Cuando María Guardiola abandonó el viernes la Puerta del Sol tras acudir a la toma de posesión de Isabel Díaz Ayuso como presidenta de la Comunidad de Madrid ya había tomado la decisión de rebajar los decibelios de su enfrentamiento con Vox y tratar de ... encauzar un pulso que estaba empezando a dañar las expectativas electorales del PP. Pese a contar con el aval público de Alberto Núñez Feijóo, la líder extremeña constató en primera persona el malestar que existe entre sus compañeros por su voladura de puentes con la formación de Santiago Abascal, que puede arrastrar a los extremeños a unas nuevas elecciones autonómicas.
No todo fueron sonrisas. Hubo cierta tensión entre Guardiola y el resto de dirigentes territoriales, que consideran «arriesgado» su desafío frente a un Vox envalentonado, que se niega a dar gratis ni un voto y al que siguen necesitando para poder gobernar en Aragón, Baleares o Murcia. No es tanto por su negativa a dar cabida a los voxistas en un hipotético ejecutivo popular, sino por la forma en que plasmó ese rechazo dejando en evidencia a otros dirigentes del PP que sí han aceptado las condiciones de la formación ultraderechista. «No puedo dejar entrar en el Gobierno a los que niegan la violencia machista», sentenció Guardiola.
La decisión de la líder extremeña venía precedida por el acuerdo exprés que selló Carlos Mazón con Vox en la Comunidad Valenciana y que pilló por sorpresa a por sorpresa a miembros del comité de dirección del PP, a las estructuras territoriales y también a dirigentes regionales y provinciales. Aunque en un primer momento, lo que estaba ocurriendo en Extremadura, le venía «bien» al PP para «equilibrar las distintas sensibilidades» dentro del partido, no tardó en volverse en su contra. Hay incluso quien cree que con todo este «ruido» se están perjudicando los intereses de Feijóo porque «será de eso de lo que se hable durante la campaña y no de las propuestas del PP».
De puertas hacia dentro, los conservadores reconocen que «nadie dijo que esto iba a ser fácil». Hacia fuera defienden, como aseguró el sábado el coordinador general, Elías Bendodo, que pactan «aplicando la matemática de Estado», que significa alcanzar acuerdos con casi todas las fuerzas, salvo las que «no respetan la Constitución», para «no defraudar las expectativas de cambio».
Pero si algo tiene claro Guardiola es que, en ningún caso, quiere perjudicar a Feijóo en su carrera hacia la Moncloa y así se lo trasladó en una conversación el domingo en la que aagó con renunciar. Su intención no era «generar tensión» y menos dar munición al PSOE. Por esa razón, decidió aplazar las reuniones del comité ejecutivo y de la junta regional del PP extremeño, previstas para hoy, y en una carta a su militancia subrayó la necesidad de mantener el respeto hacia la derecha radical, el diálogo y «el acuerdo programático con Vox». «Compartimos una prioridad, pasar página a las políticas socialistas. Es lo que nos debe ocupar», aseguró en la misiva, en la que remarcó la necesidad de «no desviar la atención de lo importante» a diez días de que arranque la campaña electoral.
La convicción de Guardiola es que lo relativo a su investidura «se arreglará», pero que la situación ahora mismo es complicada y es preferible dejar pasar el tiempo hasta que el ruido desaparezca. De ahí que haya optado por suavizar el tono, como le pidió Feijóo en su conversación, y tender la mano a los de Abascal para intentar reconstruir los puentes pero sin dar marcha atrás en sus intenciones. La dirigente conservadora apuesta por cerrar un acuerdo programático pero entre sus planes no está permitir la entrada de miembros de Vox en su eventual ejecutivo tal y como prometió durante la campaña de los comicios autonómicos.
Un repliegue que la cúpula de Vox interpreta como un «rectificación» en toda regla de la candidata extremeña y que califica de «buen paso» de cara a retomar las negociaciones. «Estamos obligado a entendernos y a construir una alternativa», advirtió Abascal desde Valencia, única región donde han conseguido formalizar un acuerdo de Gobierno tras el 28-M. No obstante, fuentes del partido ultraderechista reconocen que su postura es inamovible y que no darán su apoyo a Guardiola en una investidura si no es a cambio de sillones.
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