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Durante estas últimas semanas he estado siguiendo el proceso del 'Brexit' en Reino Unido para intentar entender su punto de vista y buscar un poco de racionalidad en todo lo que está ocurriendo. Le confieso que por mucho que lo he intentado, aún no ... he conseguido encontrar el sentido del desmantelamiento de una Unión que tanto nos ha costado a todos los europeos en términos de esfuerzo, tiempo e incluso vidas humanas. Pero hoy no me toca hablar de este tema porque todavía quedan bastantes capítulos por escribir y no quiero aburrirle... En esas estaba cuando cayó en mis manos una noticia publicada en un diario británico cuyo titular decía textualmente 'Pánico en Reino Unido: las empresas quieren implantar microchips a sus empleados'.
La noticia giraba en torno a una empresa sueca que ofrece implantes del tamaño de un «grano de arroz» que se colocan en la mano de una persona, entre el dedo índice y el pulgar, y permiten mediante esa tecnología realizar labores mecánicas diarias como acceder a la vivienda, al centro de trabajo, arrancar el coche con un simple movimiento de la mano y almacenar datos del sujeto portador, como por ejemplo los datos médicos. Hasta aquí todo sonaba razonable, porque tenía aplicaciones para personas discapacitadas cuya calidad de vida podía mejorar con esta simple medida.
Pero el tema iba más allá, se refería a que esa empresa estaba en negociaciones con varias firmas jurídicas y financieras británicas para incorporar los citados microchips a sus trabajadores con el fin de mejorar la seguridad y el control sobre los mismos. Además, la noticia se refería a que una vez probado en UK, podríamos ver cómo ese chip se trasladaba al resto de Europa. Ante esta posibilidad, tanto el Congreso de Sindicatos Británico (TUC) como la Confederación de la Industria Británica (CBI) habían mostrado su preocupación/indignación en torno a una medida que podrían adoptar masivamente numerosas empresas, topando así frontalmente con la libertad y la privacidad del individuo. El tema parecía sacado de una de esas películas donde se fabulaba sobre el control del individuo. ¿Quién no recuerda por ejemplo a Tom Cruise prescindiendo de sus ojos en Minority Report?
Pues bien, esto que a todos nos suena tan invasivo y ofensivo, ya existe en nuestro día a día. ¿Quién no ha tenido la experiencia de entrar en una página web para buscar información sobre un viaje y que, al minuto siguiente, le bombardeen con ofertas de ese lugar turístico de ensueño? ¿Es esto menos grave que el chip? Yo creo que es similar, pero no igual. Aunque admito que tiene matices. La pérdida de privacidad ha aumentado de una forma exponencial durante los últimos años con el desarrollo de la actividad digital, y como siempre la legislación va por detrás de la realidad.
Si lo pensamos detenidamente, formamos parte de un mundo global dominado por la tecnología. Y con su uso cotidiano, exponemos nuestros datos y comportamientos inconscientemente convirtiéndolos así en una mercancía cedida en la mayoría de las ocasiones de forma gratuita. Le podría poner ejemplos cotidianos como utilizar Facebook, una tarjeta de fidelización o simplemente pagar con nuestra tarjeta de crédito la compra del supermercado, entre otros. En esos simples gestos estamos volcando nuestros hábitos de consumo, preferencias, patrones de compra e incluso características de nuestra personalidad, apenas sin enterarnos.
En este sentido, recientemente le escuchaba a una persona como la comisaria de la Competencia decir que aún no estamos preparados para «valorar» nuestra privacidad. Y se refería a que ella hace tiempo que no utilizaba tarjetas de fidelización en los comercios, porque los datos y comportamientos que proporcionaba con la experiencia de compra eran extraordinarios frente al descuento que recibía; hacía alusión a que «el producto» eres tú en todos estos casos.
Se cumplirán próximamente seis meses de la entrada en vigor del Reglamento General de Proteccion de Datos (RGPD), que garantiza el derecho fundamental de los ciudadanos a tener el control sobre qué, quién y para qué se utilizan sus datos personales. Y creo que ya es momento de que nos percatemos de la importancia que tiene la aceptación inconsciente, en la mayoría de los casos, de la cesión de los mismos.
El mundo económico que viene gira en torno al big data y a la inteligencia artificial que explotará toda esa gran cantidad de información. Es por ello que debemos acostumbrarnos a ser selectivos y racionales a la hora de volcar nuestra vida en la red. Y, sobre todo, eduquemos a las siguientes generaciones en la responsabilidad a la hora de utilizar las diversas redes, porque desde luego la información que proporcionamos es mucho más potente que el mejor chip que nos puedan implantar.
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