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¿Qué es el PIB? y ¿cómo afecta su evolución al día a día?

Qué es el PIB y cómo afecta su evolución al día a día

Es el valor de los bienes y servicios producidos por un territorio en un periodo de tiempo y sirve para medir la evolución de su economía

Martes, 10 de noviembre 2020, 00:40

El Producto Interior Bruto (PIB) es el valor total de la producción de bienes y servicios en un país durante un determinado periodo de tiempo. Se trata de un indicador macroeconómico que mide la capacidad productiva de un territorio en unidades monetarias. Es decir, no se cuentan las máquinas que se producen o las viviendas que se construyen, por poner dos ejemplos, sino lo que valen. El PIB tiene en cuenta la producción dentro del territorio por empresas nacionales o extranjeras. Por tanto no computa lo producido por firmas del país radicadas en otro.

Normalmente el PIB se cuantifica de forma trimestral con un balance anual. Por ejemplo, el PIB de España creció un 16,7% en el tercer trimestre de 2020 respecto al segundo. Sin embargo, la variación interanual (comparación con el mismo trimestre del año anterior) fue del -17,8%. Cuando refleja tasas positivas -el PIB de un trimestre supera al del anterior- se dice que la economía crece. Si la economía produce menos que el periodo precedente, la tasa de crecimiento es negativa. Cuando esto sucede durante dos trimestres consecutivos, el territorio entra en recesión. Y si esta situación persiste en el tiempo, entonces se habla de depresión.

El PIB de un territorio se mide en función de una serie de componentes: el consumo que realizan los ciudadanos; las inversiones de las empresas en ese territorio (ya sean nacionales o extranjeras); el gasto público; y las exportaciones netas. Es decir, la diferencia entre los productos y servicios que se venden al exterior y los que se importan.

Los factores que influyen

El consumo es el componente que más pesa en el PIB. Mide el gasto de las familias en bienes y servicios. No se incluye aquí la vivienda nueva, que se considera una inversión. El consumo se divide en tres categorías de gasto: bienes duraderos (automóviles, electrodomésticos, etc.), no duraderos (alimentos) y servicios (seguros sanitarios, gimnasio, peluquería, etc.).

En la inversión se tienen en cuenta los gastos de las empresas en distintos ámbitos, como por ejemplo la compra de maquinaria. software y equipos para una fábrica, o la construcción de una planta energética. No se incluye, sin embargo, la adquisición de productos financieros.

El gasto público es el que realizan los gobiernos en bienes y servicios finales y a la hora de pagar los salarios de los empleados públicos. No se tienen en cuenta los pagos de transferencia como la Seguridad Social o las prestaciones por desempleo. En cuanto a las exportaciones netas, es el componente que menos pesa en la composición del PIB.

PIB nomimal y PIB real

Sin embargo, el crecimiento del PIB en un territorio puede deberse a que aumentó su producción de bienes y servicios, o el precio de estos últimos. El primer caso refleja una mejora en la economía de un país, ya que si sólo se incrementan los precios pero se produce lo mismo el crecimiento es más ficticio que real. Para evitar este tipo de distorsiones se diferencia entre PIB nominal y real.

El nominal valora la producción de bienes y servicios durante un determinado periodo de tiempo (suele ser un año) a precios de mercado. Refleja por tanto los incrementos o disminuciones de esos precios en función de si hay inflación o deflación. El PIB real contabiliza el valor de la producción a precios constantes: toma como base los precios de un año y permite comparar la producción de un determinado territorio en periodos de tiempo diferentes, ya que aísla las distorsiones ocasionadas en los precios.

Por ejemplo, si en una economía el PIB nominal es del 4% respecto al año anterior, pero con una inflación del 5%, su PIB real será del -1%. Por lo tanto, a pesar de que la economía ha crecido en términos nominales, realmente se ha contraído a consecuencia del incremento de los precios.

PIB per cápita

A la hora de comparar la producción de bienes y servicios entre distintos países la fórmula empleada es el PIB per cápita: se divide el PIB entre el número de residentes, lo que da idea del nivel de vida de un país.

Que el PIB aumente es señal de que la actividad productiva de un país goza de buena salud: las empresas invierten, los ciudadanos consumen y el Gobierno gasta. Todo ello amplía las oportunidades laborales e incrementa la circulación de dinero. En el escenario opuesto no se generan los puestos de trabajo que demandan los ciudadanos, crece el desempleo y disminuye el consumo. Además, un país que no crece no resulta atractivo para los inversores extranjeros.

Sin embargo, cada vez surgen más dudas sobre la exactitud con la que el PIB mide la riqueza de un país. Entre otras razones, porque este indicador no contempla actividades muy importantes para la marcha de una economía. El ejemplo más recurrente es el trabajo doméstico (tareas del hogar, cuidado de niños y dependientes, etc.), al que no se le asigna un valor de mercado.

Además el PIB tampoco tiene en cuenta la economía sumergida de un país. Un valor que no es fácil de cuantificar, pero que en el caso de España podría alcanzar hasta el 25% de todos los bienes y servicios que produce de forma legal. Además, no sirve para medir la calidad de todo lo que se produce, no tiene en cuenta criterios medioambientales, ni refleja todos los beneficios y costes sociales que se derivan de la actividad económica.

A la hora de calibrar el avance de un país cada vez se tienen más en cuenta otro tipo de indicadores, como el Índice de Desarrollo Humano, que mide el PIB per cápita, el nivel de educación de la población y su esperanza de vida.

El Índice de Gini mide la desigualdad de ingresos entre los ciudadanos de un territorio. El coeficiente es un número entre 0 y 1. El cero representa la perfecta igualdad (todos los habitantes de un país tienen los mismos ingresos) y el 1 todo lo contrario: una persona acapara todo los ingresos y el resto, ninguno.

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