La Nueva York de los 70 era una ciudad hundida, sumida en un declive que parecía irreversible. A la recesión que sacudía todo el país se sumaban algunos problemas específicos de la Gran Manzana, como el éxodo (o, más bien, la huida) de las clases ... medias a las zonas residenciales de municipios cercanos, que privó a las arcas locales de una buena porción de sus ingresos: para finales de la década se habían marchado casi un millón de residentes y habían dejado áreas de sombra muy marcadas en el mapa de población. En 1975, la crisis fiscal se había vuelto ya gravísima y la ciudad bordeaba la bancarrota, con un déficit operativo y una deuda inasumibles. A esos apuros se añadían los elevadísimos índices de delincuencia y consumo de drogas, la corrupción rampante en algunas áreas de la administración y lo que el analista Jonathan Mahler bautizó como «crisis espiritual», la sensación de que 'la ciudad que nunca duerme' era ya un territorio maldito, imposible de redimir.
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Aquel fue, evidentemente, el ambiente que gestó la asombrosa avalancha creativa del rock neoyorquino de los 70, pero la banda sonora que acompañó aquellos primeros años de la década venía de otro género con una vitalidad desbordada: Nueva York bailaba al compás de «los sonidos explosivos de la música afrocaribeña», tal como relata la historia el legendario sello Fania Records, principal agente de aquel fenómeno que combinaba las tradiciones musicales de Cuba y Estados Unidos en híbridos rítmicamente imparables, que se dieron en etiquetar como 'salsa'. En 1975, la Fania publicó 'Barretto', un álbum del percusionista y líder de banda Ray Barretto (de origen puertorriqueño, pero nacido en Nueva York y criado en el Bronx) que contenía la canción que nos ocupa: 'El presupuesto', una charanga compuesta por el trompetista Roberto Rodríguez que reflejaba con ligereza y gracia caribeñas las secuelas domésticas de la debacle financiera. En un momento de la canción, los dos vocalistas principales de la banda (el panameño Rubén Blades, una figura hoy mítica que había empezado a trabajar en la Fania como encargado del correo, y el boricua Tito Gómez) mantienen la siguiente conversación:
–Bueno, Rubén, ¿y qué?
–Pues aquí, Tito, comiéndome un cable, y tú ¿cómo estás?
–¡Comiéndome la suela de los zapatos!
Lo de comerse un cable era una referencia jocosa a un viejo tema de Arsenio Rodríguez, la guaracha 'Me estoy comiendo un cable', pero a la vez servía como expresión tremendamente gráfica de los apuros que pasaban tantas familias de clase obrera. «El presupuesto que tengo ya no me alcanza pa na, / la vida se ha puesto dura, esa es la pura verdad», resume la letra. El narrador trabaja «muy duro», pero su salario cada vez le cunde menos: paga «los mandados para la semana» y ya no le queda «ni pa'l cine». Y la incertidumbre del presente se extiende hacia el porvenir: «Yo siempre soñé que un día me pudiera retirar, / poder descansar mi cuerpo después de tanto luchar, / pero como van las cosas yo veo que no es verdad», se lamenta.
El corazón de 'El presupuesto' se ajusta a la estructura clásica en la que el coro repite machaconamente una misma frase («pagando, compro menos y gasto más») y el solista va intercalando comentarios a esa idea, desde «un ladrón me dio un asalto y él mismo me tuvo que prestar» hasta «sin querer estoy a dieta, pues hasta en la tienda ya no me quieren fiar». El tono oscila entre la comicidad («a mi suegra ayer boté, no la puedo mantener, que se largue») y la amargura («al volar de los billetes, también voló la amistad»), entre el costumbrismo («cuando salgo con mi mami, ella tiene que pagar») y el desencanto de la vida en esa gran ciudad echada a perder («si esto sigue así, compadre, pa el monte me voy a mudar»).
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