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Las etiquetas, esas cajas prefabricadas en las que clasificamos a los músicos, a menudo acaban siendo injustas, porque reducen a lo esquemático una personalidad artística y a veces amputan lo singular, lo distintivo, incluso lo más valioso. Elisa Serna es un caso claro de todo esto. A la cantautora madrileña, nacida en 1943 y fallecida en 2018, se la cataloga habitualmente dentro de la canción protesta, y poca gente hizo tantos méritos como ella para ganarse la pertenencia a esa categoría: desde que inició su carrera como parte del colectivo Canción del Pueblo, su trayectoria pasó por estancias en las cárceles franquistas, el sistemático acoso policial, groseros tijeretazos de la censura y un exilio de varios años en París, del que regresó en 1974 para verse prohibida de nuevo. Su talento floreció en aquel entorno abrumador y polarizado, entre unas autoridades hostiles y un público que soñaba con la libertad en conciertos organizados por sindicatos, partidos de izquierda y colectivos cristianos. ¡En muchos hasta se mantenía un coloquio después de la música!
Pero lo de canción protesta ha terminado siendo un estereotipo, el del vocalista airado con austero acompañamiento de guitarra de palo, y basta escuchar 'El especulador' para darse cuenta de que esa imagen, justificada en ocasiones, equivale en otras a un burdo reduccionismo. En este tema, primorosamente envuelto en el violín y la viola de Aureli Vila, se aprecia claramente la influencia de la música del Magreb y de Oriente, a la que Elisa Serna se expuso durante su estancia forzosa en Francia, mientras que la letra también se aleja de adustos clichés contestatarios para presentarnos un pequeño y encantador relato moral (de hecho, tiene su origen en un cuento). Un relato económico, claro, que por eso la tenemos aquí.
«Una vez hubo un avaro, vendedor de queso y vino, / que al verse arruinado les juró a los vecinos: / venderé mi rauda mula y repartiré el dinero / si ahora con vuestra ayuda salgo del atolladero», plantea la primera estrofa de 'El especulador', que forma parte del disco que Elisa editó en 1978, 'Regreso a la semilla'. El protagonista de la canción es un personaje sin escrúpulos, siempre dispuesto a aprovecharse de la buena fe (y también de los ahorrillos) de quienes le rodean, personas de buena voluntad que acuden en su ayuda en esa situación apurada. «Llegó el momento en que debía cumplir con su juramento / y no quería dar todo el oro que les prometió un día. / Amañando el juramento dio con otra de sus tretas, / puso en venta su jumento por unas cuatro pesetas. / Pero puso en el contrato que quien comprara el corcel / había de comprarle el gato, su peso en oro de ley. / Y repartió cuatro pesetas como un día prometió. / Y se embolsó todo el oro que del gato recibió».
Boyante de nuevo gracias a su feo ardid, nuestro hombre se centra de nuevo en mimar sus finanzas, pero la pequeña historia pronto entrará en un círculo vicioso de enriquecimiento, bancarrota y engaño. «Con lo que ganó del gato puso un lujoso bazar / de babuchas y zapatos para su hacienda engordar, / pero los que recibieron tan escaso donativo / nunca a la tienda acudieron, por tacaño y retorcido. / Era la ruina, la que le hizo volver a jurar un día / que al barrio donaría el valor de su bazar / si otra vez le ayudaban, y otra vez vuelta a empezar / y otra vez a especular».
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