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Eaton Square es una de las zonas más lujosas de Londres. Apenas una manzana de exclusivas mansiones que desde hace un tiempo sirve de escenario para una curiosa iniciativa: las Giras de la Cleptocracia, un 'tour' en autobús por las viviendas que los grandes ... oligarcas de la antigua Unión Soviética poseen allí. «En unos pocos kilómetros cuadrados hay el menos 86 propiedades que pertenecen a empresas anónimas que impiden que nadie, incluida Hacienda, conozca quien es el verdadero dueño», describe el periodista de investigación Oliver Bullough en 'Moneyland. Por qué los ladrones y los tramposos controlan el mundo y cómo arrebatárselo' (Editorial Principal de los Libros).
Bullough acuña ese término para definir un gran estado sin fronteras, que se expande a todos los confines del planeta y donde los capitales -muchos de ellos de dudoso origen- fluyen sin unas restricciones que sí sufren las leyes que tratan de combatirlos. El «mundo oculto de los cleptócratas globales», apunta. El periodista británico trata de explicar en esta obra de investigación «cómo los recursos se transfieren de los países pobres, donde se roban y se blanquean, a los ricos, donde se invierte el dinero».
Eaton Square vendría a ser una reproducción a pequeña escala de Moneyland. Esas mansiones rodeadas de suntuosos jardines están registradas a nombre de compañías domiciliadas en Jersey, Panamá, Liechtenstein, Islas Vírgenes, o las Caimán. Según Bullough, los «nómadas ricos que habitan estas propiedades se aprovechan de la manera en que el dinero viaja a través de las fronteras y las leyes permanecen en cada país para escoger a placer las leyes que aplicar».
Aclara, por ejemplo, que la legislación británica obliga a los ciudadanos a declarar si son propietarios de un bien inmueble. Pero «si uno es dueño de una propiedad en Mauricio, no es necesario. Estructurar las propiedades de esa manera cuesta dinero, por supuesto, pero si uno puede permitírselo, tendrá acceso a un nivel de secretismo y privacidad fuera del alcance del resto de ciudadanos del país».
Bullough advierte de que Moneyland no existiría sin la connivencia de gobiernos corruptos de todo el mundo. Más bien, insinúa que nació como «un medio para rebelarse» contra esa podredumbre. Y pone como ejemplo un caso que, en calidad de antiguo corresponsal de Reuters en Rusia, conoce de primera mano: la Ucrania de Viktor Yanukóvich, «uno de esos hombres que tenían más de lo que jamás necesitarían».
Cuando la Revolución Naranja puso fin a su mandato, se descubrió el patrimonio que atesoraba en toda su obscenidad gracias a una engrasada maquinaria dedicada a esquilmar las arcas públicas. Recuerda la época en la que el Gobierno ucraniano compró medicamentos en el mercado libre para un sistema de salud que tenía el deber constitucional de ofrecer asistencia sanitaria a todo el que la necesitara. «Técnicamente, cualquier empresa que cumpliera con los estándares exigidos podía participar. Pero lo cierto es que los funcionarios hallaron maneras de excluir a todos aquellos que no estuvieran dispuestos a aceptar sobornos», explica.
En consecuencia, el mercado de los medicamentos «estaba dominado por los amigos de los burócratas mediante siniestras empresas pantalla, con sede en el extranjero, que pactaban entre sí y con infiltrados para mantener los precios artificialmente elevados·. Como resultado de todo ello, «el ministerio de Sanidad del país acabó pagando el doble de lo necesario por los medicamentos antirretrovirales, y eso que Ucrania sufría la peor epidemia de Sida de toda Europa».
Bullough cree que ejemplos como este son «representativos de lo que sucede en todo el mundo». Por eso dedica parte del libro a describir «qué impacto tiene que los poderosos se aprovechen de Moneyland para robar». También explica cómo este ficticio estado dominado por cleptócratas «defiende a sus ciudadanos y sus fortunas: cómo vende pasaportes, protege su reputación de los periodistas y evita que los bienes robados vuelvan a las manos de sus verdaderos dueños».
La parte final del libro describe la lucha de los gobiernos democráticos contra este sistema, centrándose «en las acciones que llevó a cabo Estados Unidos cuando se concentró en la banca suiza, y en cómo los astutos abogados y banqueros aprovecharon esa oportunidad para hacer de Moneyland un lugar más hermético y seguro para sus clientes».
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