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Manuel Salaverria, director de Innobasque, asegura que la pandemia «ha provocado una ola de innovación posCovid». En este contexto de máxima incertidumbre muchas empresas vascas han sabido convertir los enormes retos que se les presentaban en oportunidades para hacer crecer sus negocios. Y de paso ... contribuir al progreso social con soluciones innovadoras que, por ejemplo, ayudan a hacer más fácil la vida de las personas discapacitadas, reducen los residuos industriales o evitan el desperdicio de alimentos. Algunas de estas compañías contaron sus experiencias en el Global Innovation Day, organizado por la Agencia Vasca de la Innovación y que se celebró la pasada semana en el BEC de Barakaldo.
Según datos de la Organización mundial de la Salud, casi 200 millones de personas de todo el mundo (en España más de 300.000) viven con alguna deficiencia visual relevante. Para muchas de ellas cocinar se ha convertido en una tarea, cuando menos, que entraña notables riesgos. Para estas personas Mondragon Componentes ha diseñado Kitchen Eye, una encimera que se diferencia del modelo imperante en la actualidad, «muy minimalista y más orientado a una función estética y de limpieza que a un uso inclusivo», según el director de innovación de la compañía.
Kitchen Eye añade a las encimeras estándar un componente que, mediante la interpretación de los canales de comunicación más usados por las personas con problemas visuales -como los gestos, la voz y el oído- permite acceder a las funcionalidades de este tipo de electrodoméstico. Y las combina con unas normativas de seguridad técnica «mucho más exigentes». Para desarrollar este producto Mondragon Componentes -perteneciente a Mondragon Corporación- ha colaborado con doce entidades sociales y empresas industriales.
Abordar la gestión sostenible del agua desde los parámetros de la cantidad, la calidad y la crisis climática. Es el reto que se propuso superar Aquadat, empresa vizcaína especializada en la gestión inteligente del agua. En apenas un mes, esta startup vizcaína ha conseguido rentabilizar su último desarrollo tecnológico. Se trata de un sistema que monitoriza, las 24 horas del día y los siete días de la semana, miles de litros de agua para reducir su gasto y mantener los niveles de la calidad. Y lo ha implantado en la embotelladora que Coca-Cola tiene en Galdakao.
«El éxito es avanzar en la gestión del impacto positivo de todos los procesos industriales», se congratula Jorge del Arco, CEO de Aquadat. Y ha sido posible, subraya, a través de dos palancas: la innovación tecnológica y la colaboración. «Gracias a Bind 4.0 -el programa de Industria 4.0 del Gobierno Vasco- a Coca-Cola European Partners y su planta embotelladora en Euskadi, que es Norbega, tuvimos la oportunidad de presentar una propuesta que daba solución al reto: monitorizar en todo momento la calidad del agua que se usa para fabricar productos consumidos por millones e personas», dice Del Arco.
Dbus es la compañía que gestiona el transporte público urbano de San Sebastián. En el infausto mes de marzo de 2021, con el Covid desbocado, se vio ante el descomunal reto de conseguir que montar en un autobús fuera una experiencia lo más segura posible. Y trató de superarlo echando mano de la innovación. «Aplicamos el Big Data para predecir cuánta gente subirá a los autobuses, monitorizando las paradas y así poder anticiparse al número de usuarios que finalmente se monta en las unidades», explica Igor González, director general de Dbus.
Se trataba de dar «un servicio integral, seguro y donde la distancia entre pasajeros fuera la mayor posible», añade González. Y hacerlo «en toda la experiencia del usuario: cuando está esperando, a la hora de pagar, y durante el viaje». Mediante un sistema de visión artificial pudieron monitorizar el número de personas que había en cada parada. Para superar el miedo a pagar con dinero efectivo, generalizaron el pago sin contacto, a través de tarjetas bancarias o del móvil.
Y para lograr que los pasajeros viajaran cómodos, era vital controlar la ocupación del autobús. Con la ayuda del Big Data se rastrearon los 30 millones de registros anuales de la compañía para «establecer una matriz origen-destino, cruzarla con nuestros datos de 'ticketing' y predecir en tiempo real cuál sería la ocupación de los autobuses en cada viaje». Un trabajo «casi artesanal» hecho realidad «gracias a la digitalización». Por último, consiguieron demostrar que la calidad del aire era buena mediante su monitorización a través de dispositivos instalados en los vehículos.
Ver a personas buscando comida en contenedores es una escena que difícilmente puede dejar indiferente a nadie. A Álvaro Saiz le sirvió para dar idea a un proyecto, bautizado Rexcatering, que aprovecha los productos cocinados que sobran en los comedores de hospitales y escuelas, fundamentalmente.
El principal reto era hacerlo de manera segura y legal. ¿Cómo? Primero, introducen las raciones de comida en un refrigerador de enfriamiento rápido para reducir los riesgos sanitarios. Después pasan el envase por una termoselladora y mediante una aplicación móvil generan una etiqueta con la fecha de caducidad, el tipo de alimento y las condiciones de conservación. Hasta ahora dejaban las raciones en neveras solidarias repartidas por toda la geografía española. Son frigoríficos situados en lugares públicos y disponibles de manera gratuita para todo aquel que lo necesite.
El siguiente paso fue colocar esos excedentes en máquinas de 'vending', instaladas en localidades como Plentzia, Hernani y Azpeitia. «Con una herramienta digital podemos saber cuántos alimentos hay en cada máquina y cuáles se consumen más», desvela Álvaro Saiz, creador de la Fundación Residuo Cero y alma máter de Rexcatering. Con ello se consigue recuperar la comida que sobra en comedores y hospitales, «que es aproximadamente el 7% de lo que se produce». Con los alimentos que acaban en la basura «podrían comer 18.000 personas diariamente», añade.
La mejor cámara para satélites del mercado, según Euroconsulting, se fabrica en Euskadi. Pesa diez veces menos que las que se usaban hasta ahora y, según explica Eider Ocerin, directora de Estrategia de Satlantis, «es capaz de proporcionar 80 centímetros de resolución espacial en tan sólo 15 kilos de masa, y desde 500 kilómetros de altura».
Un ingenio que se ha convertido en «líder del mercado de los pequeños satélites». Lo probaron en la exitosa misión espacial que lanzaron en mayo del pasado año, desde Japón hasta la Estación Espacial Internacional. El próximo lanzamiento de la cámara fabricada por Satlantis tendrá lugar en diciembre, con el mismo punto de destino, y de la mano del Departamento de Defensa de los Estados Unidos y la Nasa.
¿Cómo una modesta empresa vizcaína ha logrado posicionarse entre los grandes actores del mercado? «Innovando en muchos ámbitos», aclara Ocerin. Por ejemplo, utilizando técnicas de miniaturización y reducción de masa, implantando algoritmos de procesado e inteligencia artificial, mejorando los procesos estandarizados y reduciendo costes y plazos.
La observación de la tierra desde el espacio tiene múltiples aplicaciones. «Millones de plásticos en el mar que acaban en nuestro estómago, emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, o descontrol de la masa forestal que se quema. Son algunos problemas críticos de nuestra sociedad que necesitan soluciones urgentes, y no queda otra que mirar desde arriba, complementando con imágenes de satélite», explica la directora de Estrategia de Satlantis.
La innovación ha permitido a Sidenor encontrar la fórmula para que 2.000 toneladas de residuos no acaben cada año en los vertederos y que 4.000 toneladas de CO2 no salgan a la atmósfera. La acería vizcaína ha logrado valorizar «la mayor parte de residuos que generamos». El problema era conseguirlo con los «isostáticos y las masas de artesa», componentes que inevitablemente acababan en la basura.
Un reto «brutal», en palabras de Aintzane Soto, investigadora de procesos de Sidenor. La solución estuvo en la «innovación colaborativa». «Asumimos la coordinación de dos proyectos europeos en los que integramos a todos los agentes de la cadena de valor, desde valorizadores a refractaristas», explica. Lo más importante, subraya, es que esa innovación fue obra de «grandes voluntades y de esfuerzo», pero no de enormes presupuestos. «De hecho, la única inversión que hemos hecho ha sido en unos contenedores color violeta y en unos muros de hormigón», desvela.
Básicamente, la solución vino del desarrollo de nuevos productos reciclados que incorporaban «hasta el 70% de nuestro residuo refractario». Por otro lado, se implantó en la rutina de la empresa «numerosas aplicaciones de reutilización de esos residuos. Algo que tienen un beneficio económico y medioambiental muy importante». Porque, se felicita Soto, «un material que nos generaba un gasto y un impacto importantes, ahora nos aporta beneficio».
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