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zigor aldama
Domingo, 14 de junio 2020, 16:34
La Cámara de Comercio Europea de China se fundó hace veinte años. Y veinte años lleva reclamando a China que abra su mercado interno, que clarifique su ambigua legislación y ofrezca un marco empresarial basado en la transparencia y la reciprocidad. Pero la propia Cámara ... reconoce en su último Informe de la Confianza Empresarial en China, publicado esta semana, que el gigante asiático se limita a dar «pasos de bebé que no son suficientes». Es más, afirma que la pandemia del coronavirus está incluso provocando una regresión en las reformas acometidas durante las últimas décadas, sobre todo en el sector de las empresas estatales.
La encuesta, en la que han participado más de 600 firmas europeas establecidas en la segunda potencia mundial, revela que un 48% de sus directivos están convencidos de que los grandes conglomerados estatales chinos obtendrán más oportunidades de negocio a costa del sector privado –siete puntos más que en 2019–. No en vano, aunque están lastrados por multitud de ineficiencias y un alarmante exceso de capacidad, el Partido Comunista los ve como un importante polo de creación de empleo, la principal preocupación política en la era 'post-Covid'.
Eso ha llevado a la Cámara a acuñar un nuevo término para referirse al modelo chino: 'una economía, dos sistemas'. «China cuenta con un sector privado muy dinámico, pero que tiene vetado el acceso a sectores controlados por grandes empresas estatales cuya reforma se promete a menudo pero nunca se materializa», comenta Charlotte Roule, vicepresidenta de la Cámara en Pekín. Como la rentabilidad no es el principal objetivo de gran parte de las compañías públicas, son las que reciben la mayor parte de los recursos financieros, mientras que la pyme china y las empresas foráneas tienen grandes dificultades para financiarse.
«Da igual cuántos miles de millones se destinen a fomentar el crédito, porque casi todo va a parar a las empresas públicas», critica Carlo D'andrea, presidente de la Cámara en Shanghái. Si la situación del año pasado ya no era muy halagüeña debido a la desaceleración del Gran Dragón, 2020 vaticina una debacle. «Debido al coronavirus, las cadenas de suministro se han roto y la demanda se ha desplomado», comenta Roule, que incide en un dato preocupante: en febrero y marzo, un 70% de las empresas europeas en China esperaban ver reducidos sus ingresos al menos en un 10%. «Entonces la epidemia todavía afectaba casi en exclusiva a China. Ahora la situación es mucho más dramática».
En esta coyuntura, el 49% de las empresas europeas afirma que hacer negocios en el país es cada vez más difícil. Por si fuese poco, el 21% de los empresarios está convencido de que China nunca terminará de abrirse al mundo, el 29% opina que el gigante asiático nunca creará un marco justo para las compañías extranjeras, y un 44% cree que las barreras regulatorias incluso crecerán en el próximo lustro. A pesar de ello, solo el 11% está considerando abandonar el país. «La mayoría de quienes están en China han venido para atender al mercado local. Se van sobre todo las empresas que dependen de la exportación, y lo hacen por el encarecimiento de la mano de obra. Es un proceso que ya estaba en marcha y que la pandemia acelerará», explica Roule.
Curiosamente, entre las compañías que contemplan su marcha de China, el grupo más nutrido –un 27%– tiene Europa como destino. Otro 23% buscará nuevas bases en los países del sudeste asiático. «Las empresas quieren diversificar las cadenas de suministro para no depender en exceso de un solo país. Esto puede ser una muy mala noticia para los intereses económicos de China», se lee en el informe. Pero es evidente que el mercado interno del país, con una gigantesca clase media en crecimiento, continuará siendo un cebo irresistible para quienes ven cómo el resto de regiones languidecen debido a la crisis que está provocando la Covid-19. Quizá por eso, la Cámara constata «una creciente politización de la economía china» y un incremento de las presiones que el Gobierno ejerce sobre las empresas europeas. «Nosotros hacemos negocios, no política», sentencia Roule.
600 españoles atrapados fuera
Cuando la epidemia del coronavirus estalló en China, algunos países establecieron restricciones a la llegada de personas del gigante asiático. Corea del Norte y Mongolia fueron los primeros. Poco después lo hizo EEUU. Pekín afirmó que ese veto era una inequívoca muestra de racismo. Ahora que el mundo sufre la pandemia, veta casi todos los vuelos internacionales y ha cerrado sus fronteras.
Y ni siquiera permite el regreso de quienes tienen permiso de residencia. «Es inaceptable que quienes pagan impuestos aquí no puedan regresar», denuncia el presidente de la Cámara de Comercio Europea en Shanghái, Carlo D'andrea. Ante las críticas, China ha establecido un nuevo visado para permitir el regreso de personal indispensable, pero la tramitación es farragosa: hacen falta los sellos de la empresa y del Gobierno, un test de coronavirus antes de despegar, otro al aterrizar, y 14 días de cuarentena.
Casi 600 españoles residentes en China han quedado atrapados fuera. En algunos casos, ante la imposibilidad de renovar sus permisos de trabajo, han sido expulsados 'de facto'. Muchos ni siquiera pueden recuperar sus pertenencias, y abundan las familias separadas. «El mayor problema es para asalariados y para pequeños empresarios: tienen que cubrir multitud de gastos y, como no pueden regresar, la viabilidad de su negocio queda comprometida», explica Alberto Lebrón, presidente de la Cámara de Comercio de España en Pekín, «Incluso quienes logran los visados especiales no encuentran vuelos. Por eso, agradecemos que Alemania nos haya dejado algunas plazas en vuelos chárter que ha fletado».
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