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Es muy probable que las primeras lecciones de economía que recibimos en nuestra infancia fuesen dos cuentos: el de la cigarra y la hormiga, que intentaba volvernos hacendosos y previsores (aunque, en realidad, nuestras simpatías siempre tirasen hacia la cigarra cantarina), y el de la lechera, aquella muchachita que tejía sueños mientras transportaba su cántaro de leche... hasta que se le caía y sus fantasías se hacían añicos con él. ¿Qué nos enseña esta historia? Según analizan en la aseguradora Nationale-Nederlanden, la moraleja económica es que «es bueno construir planes de futuro», pero «no podemos dar por hecho que cada paso previsto vaya a ser enormemente sencillo» y debemos «prestar mucha atención al presente» para que las cosas no se tuerzan. Nuestra protagonista es todo un ejemplo de emprendizaje, ese concepto tan actual, y, aunque ello nos suponga salirnos un poco por la tangente, también puede sugerirnos otra idea relacionada con la iniciativa económica: si el padre de la chica hubiese sido un magnate de la leche, al día siguiente habría tenido otro cántaro nuevecito y bien lleno, y quizá tras unos cuantos intentos le habrían salido bien sus osados planes de reinversión. Pero la lechera era pobre, claro, y en aquel gran charco de leche vertida se acabó su trayectoria empresarial.
El cuento de la lechera, por cierto, es una historia de alcance universal: un relato idéntico en lo esencial ('El brahmán que construía castillos en el aire') ya aparece en el 'Panchatantra', una colección india de principios de nuestra era o incluso anterior, y en Occidente empezaron a circular variantes en la Edad Media, aunque muchos se empeñen en atribuírsela a Esopo. Por supuesto, figura en el repertorio de fabulistas ilustres como La Fontaine o Samaniego: «No anheles impaciente el bien futuro, / mira que ni el presente está seguro», concluía su versión el autor de Laguardia. Y, a lo que vamos, también ha tenido cierto recorrido musical: ahí está, por ejemplo, la composición que le dedicó Offenbach ('La laitière et le pot au lait'), aunque nosotros nos vamos a quedar más cerca en el tiempo y en el espacio. 'La lechera del cuento' es una canción firmada a medias por el valenciano José Santonja Santonja y el bilbaíno Manuel Bertrán Reyna que se hizo relativamente famosa en la voz de la legendaria cupletista Raquel Meller. Apareció en un disco que se completaba con 'Caperucita roja' y que los boletines del sello Odeón anunciaban en 1935 como un regalo ideal «para pequeños y grandes».
«Soy la moza serrana más guapa, / como ustedes aquí pueden ver», se presentaba la artista de Tarazona en su papel de lecherita, orgullosa de su «bello palmito». La letra se ajusta sin heterodoxias a la historia original, con algunos giros tomados de la versión de Samaniego. «Esa leche vendida en la plaza / me dará buen dinero a ganar / y con él una cesta de huevos / en la granja me pienso comprar. / Sacaré cien pollos que puedo vender / y con esto un cerdo bien podré tener», planea. A partir de ahí se aplicará a cebar al cochino hasta «verle la barriga repleta arrastrar» y podrá dar el siguiente paso: «Con la venta del cerdo en la plaza / buen dinero sin duda obtendré / y una vaca y un bravo ternero / en la feria por fin mercaré. / Y con lo que gane me podré comprar / la granja más rica de todo el lugar». El estribillo evidencia la condición fantasiosa de la muchacha, que ya da por hechas sus quimeras: «Qué contenta que estoy con mi suerte, / quien me mira al instante lo advierte. / Me rebosa la felicidad. / No me cambio por una duquesa / ni por la princesa / de la cristiandad», proclama.
Pero, de repente, Raquel Meller prorrumpe en un «oooooyyyyy», suena un acorde ominoso y todos sabemos lo que ha ocurrido, sin necesidad de más efectos sonoros. «Adiós leche, cerdito y dinero, / huevos, pollo, vaquita y ternero, / loco sueño de felicidad. / Fabriqué mi castillo en el viento / y ahogó mi tormento / la fatalidad».
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