La situación económica se ha complicado en todas las áreas geográficas y la razón principal la tenemos que buscar en el aumento generalizado de la incertidumbre. Sin duda el peor ingrediente para cualquier decisión de inversión y consumo.

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Incertidumbre por la guerra comercial ... entre USA y China. Incertidumbre por la situación geopolítica en Oriente Medio y su efecto sobre el precio del petróleo. De nuevo incertidumbre por los efectos económicos de cualquier tipo de Brexit y por conocer cómo resuelven los británicos ese tremendo lío. Pero sobre todo esa incertidumbre está instalada en Europa, que no sabe cómo salir de una situación en la que su principal locomotora, Alemania, se ha parado y es muy probable que entre en recesión en el tercer trimestre.

Técnicamente para hablar de recesión únicamente hace falta una contracción del PIB durante dos trimestres consecutivos, y este es el caso que podría ocurrir en el país germano si se confirman las previsiones publicadas en el último boletín mensual del Bundesbank y cuyos datos definitivos conoceremos en breve.

En una de sus últimas intervenciones el mago Draghi ya nos ha advertido de que la Eurozona se enfrenta a una «caída prolongada». Y de hecho ha rebajado los tipos de interés a pesar de que existen voces críticas en el seno del BCE que expresan su disconformidad con esta política. En opinión de los críticos la política monetaria sólo servirá para provocar efectos secundarios como el aumento de los precios en el sector inmobiliario y la caída de las pensiones, pero no incentivará la actividad.

Desde España preocupa la capacidad de contagio de la economía alemana sobre la Eurozona, ya que supone el 25% del PIB total. Y bajando al detalle nos debería de inquietar que la salud actual de nuestro tejido empresarial no ha llegado al nivel previo a la crisis. Y lo explico con datos.

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El Banco de España ha realizado un análisis sobre la rentabilidad empresarial excluyendo al sector financiero por razones obvias, a partir de la información de la Central de Balances Integrada que recoge datos de más de 600.000 empresas no financieras hasta 2017. Esta variable es un buen indicador de la situación económica y financiera de las compañías, así como de la capacidad de resistencia ante un cambio de ciclo y de su propensión a invertir. Pues bien, este dato entre 2003-2007 alcanzó la cifra media del 14,5% y fue descendiendo hasta el 5,2% en 2013, el momento más bajo de la crisis. En 2017 el nivel únicamente alcanzaba una cifra de 9,7 %, y dentro de la distribucion de los resultados de las empresas hay una gran parte que disfrutan de rentabilidades positivas pero con dígitos mucho más modestos que en los años de bonanza. Desde ese año y con menos datos empresariales la situación mejoró ligeramente en el año 2018, pero se está frenando en el presente ejercicio.

La conclusión, como decía, es que hemos recuperado parte de ese pasado pero evidentemente una ralentizacion económica en Europa nos pilla con menos músculo para aguantar una situación adversa que ya se empieza a adivinar en el último dato de empleo de septiembre publicado en nuestro país.

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La buena noticia es que en estos momentos no somos el furgón de cola en Europa, aunque dispongamos de escasa municion para afrontar un momento de inflexión como el actual. Es obvio que nuestros problemas políticos y la desestabilización que genera la repetición electoral no nos sitúa en el mejor escenario para afrontar las reformas que necesitamos. Espero que el ciudadano valore con su voto que la situación económica requiere de medidas concretas y no de brindis al sol. ¡En este caso no habrá sido por no preverlo!

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