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iratxe Bernal
Domingo, 10 de febrero 2019, 02:05
En 1919 Hollywood se preparaba para conquistar el mundo. La Primera Guerra Mundial se lo había puesto fácil mandando al traste la industria europea, especialmente la francesa, líder absoluta hasta entonces del mercado. Por entonces el cine era ya un espectáculo técnicamente consolidado con un ... público fiel que entendía las convenciones de género y distinguía desde el primer plano al héroe del villano y a la ingenua de la vampiresa. Pero económicamente apenas empezaba a coger forma, y la que iba cogiendo no convencía a todos.
Sólo seis años antes los tribunales habían despejado el negocio al finiquitar el monopolio que Thomas Alva Edison y su Motion Pictures Patents Company ejercían sobre la exhibición y producción de películas. Tras patentar (que no inventar) el primer proyector y varios de los ingenios empleados en el rodaje y exhibición, Edison exigía derechos a todo el que quisiera realizar o proyectar una película. Y si estos se negaban o empleaban tecnología no patentada por él, primero les cerraba el paso en el circuito comercial que dominaba y después emprendía acciones legales con las que llegó a cerrar 400 cines.
Un monopolio que, por cierto, motivó el traslado desde la costa este de muchos de los productores independientes (piratas, según Edison) a Los Ángeles. Allí había mejor clima y muchas horas de luz natural con las que paliar la falta de iluminación artificial, pero también mucha distancia desde los tribunales a los que acudía Edison y muy poca hasta la frontera mexicana por si había que tomar las de Villadiego (o Tijuana).
No muy lejos de los planteamientos de Edison, quienes en aquellos años irían fundando la Paramount, la Universal, la Warner Bros, la Fox o la Metro-Goldwyn-Mayer, también entendían que el cine debía ser (y funcionar) como una industria. La diferencia estaba en que mientras el primero ejercía todo el control en los dispositivos técnicos, los segundos lo hicieron sobre los contenidos y los artistas. Algunos de ellos eran verdaderas estrellas: Gloria Swanson, Roscoe 'Fatty' Arbuckle, Buster Keaton, Harold Lloyd, Lillian y Dorothy Gish, Mack Sennett, Rodolfo Valentino, Theda Bara…
Los estudios estaban a punto de crear lo que luego se llamó el 'star system', en el que los actores eran su propiedad, y como tal les trataban. Les marcaban qué trabajos realizar, con quién y por cuánto, pero también dónde dejarse ver, cómo y con quién cuando no estaban en los platós. Todo en sus vidas estaba al servicio de la promoción de sus films.
Este control era del agrado de pocos y a los independientes también les salieron independientes. Así, en febrero de 1919, Charlie Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanksy David Wark Griffith unieron fuerzas para crear la United Artists Distributing Association. Curiosamente, la idea no partió de ninguno de ellos, pese a que todos ya había creado su propia productora.
Estas productoras, como el resto que formaban el enjambre hollywoodiense, vendían los derechos de sus películas a los estudios, que eran quienes dominaban la distribución y las principales cadenas de cines. Pero también empezaban a funcionar ya los primeros distribuidores y salas independientes, los llamados 'nickel odeon', porque la entrada costaba cinco centavos, un 'nickel'. En ellos, en sesiones de más o menos una hora, se ofrecían al público varios cortos (apenas se hacían aún largometrajes) que se compraban en pack a los estudios a cambio de un porcentaje de la taquilla.
Y, por supuesto, eran los estudios los que establecían qué películas se incluían en el lote, de modo que cuando un cine quería ofrecer algún gran éxito, debía comprar también otra serie de peliculillas de relleno por las que no tenía ningún interés. Ese sistema hacía que las producciones nacidas fuera de los estudios también tuvieran al final que plegarse a los gustos o modas marcadas por éstos, coartando la libertad creativa de autores que a veces tenían otras ambiciones y que tenían que doblegarse a cualquier injerencia, ya fuera sobre la elección de los actores, la duración del film o el propio argumento.
En 1917, durante una gira para vender bonos de guerra, coincidieron tres de los desafectos: Charlie Chaplin, Douglas Fairbanks y Mary Pickford. En uno de actos de la gira un agente de prensa lanzó la gran pregunta: «¿Por qué no unen sus productoras para crear una más fuerte y controlar vosotros mismos la promoción y la distribución de vuestro trabajo?». Entonces la idea fue acogida con un timorato «sí, bueno, podría estar bien», pero dos años más tarde la situación había cambiado.
Chaplin acababa de asumir la dirección de sus películas y discutía a diario con los directivos de la First National Pictures (germen de la Warner Bros) para lograr mayor financiación y evitar 'recomendaciones'. Mary Pickford era 'la novia de América', pero no lograba que la Paramount reflejara éxito en la nómina. Según ella, porque lo cierto es que llegó a cobrar 10.000 dólares semanales más la mitad de los beneficios de sus películas y, algo inaudito hasta la fecha, podía elegir sus propios proyectos, guionistas y directores.
Así que cuando Hiram Abrams y B.P. Schulberg, dos socios de la Paramount frustrados por su escasa influencia en el estudio, relanzaron la idea Chaplin y Pickford la cogieron al vuelo. A ellos se unió enseguida Douglas Fairbanks, quien aunque estaba muy cómodo en el papel de gran héroe, era amigo del cómico y futuro marido de la actriz.
Decidieron completar el plantel invitando a unirse a ellos a la estrella de los western William S. Hart y al director David Wark Griffith. El primero utilizó el proyecto para forzar a la Paramount a mejorar su contrato, pero a Griffith la idea le entusiasmó tanto para lograr la financiación necesaria para unirse a la empresa, que se comprometió a rodar tres películas para la First National. Chaplin y Pickford sabían bien a quién llamaban y por qué. Sólo cuatro años antes, el director había tenido buscar sus propios inversores y apostar todo su patrimonio para rodar 'El nacimiento de una nación' ante la negativa de todos los estudios a pagar una película de 3 horas de duración.
Contra el pronóstico de éstas, el film fue un éxito pero su director siempre se quedó con la duda de cuánto habían logrado los estudios en la distribución de su trabajo. De hecho, fueron los beneficios logrados por la exhibición de la película en Nueva Inglaterra los que proporcionaron los fondos para trasladarse a Hollywood y entrar en el negocio a un todavía desconocido Louis B. Mayer.
Finalmente, Pickford, Chaplin, Fairbanks y Griffith crean junto al abogado William Gibbs McAdoo la United Artist, para la que se comprometen a rodar cinco películas al año cada uno a través de sus respectivas productoras. «Creemos que este paso es positivo y absolutamente necesario para proteger al gran público de las exigencias que obligarían a los artistas a realizar producciones mediocres y entretenimiento hecho a máquina», explicaron al presentar en sociedad la única productora-distribuidora que daría libertad creativa a sus directores y no vendería después sus películas a terceros ni las ofrecería acompañadas de relleno en packs obligatorios. Una presentación que no preocupó demasiado a los estudios, como evidencia aquel «vaya, así que los locos van a dirigir el manicomio» con que Richard A. Rowland, director en 1919 de Metro Pictures, recibió la noticia.
Pese a los buenos propósitos, la alianza y el buen rollo inicial duró muy poco. En 1924, los fracasos de taquilla de los trabajos realizados con la United obligaron a Griffit a volver al redil de los grandes estudios y firmar un nuevo contrato con la Paramount. Por su parte, Chaplin mantuvo su contrato con Firts National y realizó con ella cinco películas antes de empezar a trabajar realmente con la United, una falta de confianza en el proyecto que le enemistó con Pickford. Ella fue responsable en los primeros años de los pocos grandes éxitos de una productora a la que después llegaron Buster Keaton, Gloria Swanson o Rodolfo Valentino acompañados de futuros gigantes de la industria como Walt Disney, Samuel Goldwyn y Darryl Zanuck.
Paradójicamente, la United quebró por no saber frenar las ínfulas creativas de un director estrella, Michael Cimino. Pero eso ya fue en 1981, con 'La puerta del cielo'.
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