Que 20 años no es nada

Comenzamos 2019 celebrando el vigésimo aniversario de la puesta en marcha de la Unión Monetaria Europea y la entrada en vigor oficial del Euro, aunque tuvimos que esperar cuatro años más para que la moneda única circulara entre el público y por tanto fuera una realidad tangible. Este hito junto con la unión aduanera es, sin duda, uno de los pasos claves en la construcción europea. Debemos recordar también que seis meses antes se había creado el poderoso Banco Central Europeo que ahora es quien establece nuestra política monetaria y supervisa a nuestras entidades financieras.

Somos 19 estados y 340 millones de personas los que usamos la moneda a diario, siendo además la segunda divisa más utilizada en el mundo. Su vida ha resultado un tanto atípica ya que de sus dos décadas ha pasado 10 en serias dificultades y ha logrado superar una auténtica prueba de fuego como fue la crisis de la deuda soberana y del sector bancario acaecida entre 2010 y 2012.

La palabra 'celebrar' tiene en mi opinión un sentido positivo porque el euro ha sido el eje de estabilidad para la economía europea en su conjunto y, por tanto, para la economía global. Posibilitó el rescate a Chipre, Irlanda, Portugal, Grecia y el rescate bancario español que, de otra manera, hubiera tenido que ser afrontado en solitario.

Pero también es obvio que existen amenazas. Nos encontramos en plena crisis de identidad europea y con una fuerte presión de diversas corrientes euroescépticas provenientes de los populismos surgidos al calor del descontento social provocado por los años de dificultades económicas. Las críticas llegan desde partidos extremos en no pocos e importantes países de la zona euro como es el caso de Francia, Italia, Alemania e incluso España. Además hemos de afrontar la primera ruptura de esa Unión Económica con la materialización del Brexit, previsiblemente en marzo de este año(?¿), con un deseable acuerdo blando o mejor dicho 'civilizado' en términos económicos aunque con aristas políticas por la peculiaridad territorial británica y su frontera en Irlanda. Muchos frentes abiertos para una moneda tan joven.

Los detractores del euro argumentan que la moneda única ha fracasado en su meta de nivelar la riqueza de los países europeos y ha imposibilitado una convergencia mayor. Mantienen que de haberse aplicado políticas económicas individualizadas, como era el caso de nuestra práctica habitual de realizar devaluaciones competitivas de la divisa, la crisis hubiera dejado menos 'muertos' en el camino. Es difícil saber que hubiera pasado, pero si nos ceñimos a lo que dice nuestra historia económica concluimos que las devaluaciones no acompañadas por reformas estructurales se convirtieron en pan para hoy y hambre para mañana.

Lo que es una realidad es que la existencia de una moneda única de referencia ha evitado el riesgo de cambio para la actividad empresarial en nuestra área económica natural, tema en absoluto despreciable sobre todo en un mundo que no entiende de fronteras comerciales y donde la competencia llega también de países ajenos a la zona euro. También es indiscutible que una moneda común ha dotado de previsibilidad y menos costes a las cuentas de resultados y por tanto reduce la incertidumbre de nuestras empresas posibilitando una planificación de su actividad a medio plazo. La ortodoxia del BCE ha permitido mantener la inflación en dígitos que nunca hubiéramos imaginado y como consecuencia nuestras empresas han podido financiar sus inversiones con una carga financiera que seguro que cualquiera de ellas firmaría para otra década, al menos.

En definitiva, 20 años parece un periodo de tiempo escaso para un proyecto tan ambicioso, así que la receta no puede ser otra que perseverar en la construcción de 'más Europa' aunque sea un discurso que no esté de moda. En mayo tenemos elecciones europeas y es el momento de pedir a nuestros gobernantes reformas valientes que asuman una mayor unidad política y agilidad en la toma de decisiones para una Europa que se enfrenta a unos retos cada vez más complejos y globales.