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erlantz gude
Domingo, 26 de mayo 2019, 00:49
La crisis y la digitalización se han llevado por delante cerca de 95.000 empleos en España desde que arrancó la crisis, si se cuentan los puestos que pretenden suprimir con sendos EREs Banco Santander y CaixaBank. El sector contaba en 2008 con casi 271. ... 000 efectivos frente a los 182.000 del pasado año. Con los despidos previstos por los dos grandes bancos la reducción se elevaría hasta el 35%.
El propio Banco de España señaló que el actual escenario de bajos tipos de interés presenta las fusiones como alternativa en busca de rentabilidad, con el impacto de la medida en el empleo dadas las duplicidades generadas. El supervisor advirtió a su vez de que el número de sucursales en la banca nacional supera los ratios de la eurozona.
Josean Guerra, delegado de CC OO-Euskadi en las negociaciones con Banco Santander, recalca que los recortes se centran en veteranos a los que se prejubila con condiciones similares a las que tienen como trabajadores. Pero el panorama, aduce, se complicará con la irrupción de nuevos actores, como las 'big tech' -las tecnológicas metidas a financieras-, sometidos a un menor control o la búsqueda de perfiles técnicos -ingenieros, matemáticos- que depara la digitalización.
Óscar García | Exempleado del Banco Popular
Trabajaba en la sede central bilbaína del Banco Popular cuando una nube de incertidumbre se cernió sobre la entidad. «Me pareció una agresión, no fueron formas», evoca Óscar. Con perspectiva histórica se entiende la gravedad de la situación, y de aquella época le quedan las movilizaciones, la preocupación ante el futuro y el recuerdo, en definitiva, del Popular como una estampa nostálgica.
Óscar había entrado en el banco en 1976, así que cuando estalló la crisis era uno de los veteranos. Pronto se extendieron los rumores sobre el ERE, sembrando la semilla del recelo entre los trabajadores, y una atmósfera densa se apoderó de la céntrica sucursal. «Había desconfianza, los jóvenes estaban muy inquietos, nos miraban como privilegiados ante quienes podían perder el puesto, su carrera».
La postura que prevaleció fue facilitar las prejubilaciones a los mayores de 58, sumado a un programa de bajas voluntarias y excedencias de hasta tres años con 15.000 euros anuales. Los jóvenes mantuvieron su plaza y se protegió al colectivo de bancarios de 50 a 54 años, más vulnerable por sus teóricas dificultades para encontrar otro empleo.
Los veteranos como Óscar quedaron amparados por una prejubilación con la que se intentó rebajar el impacto del ERE. Le pagaron una prima de 3.000 euros más una anualidad y el 75% del salario hasta los 63 años. El único agravio en consecuencia es el 2,5% de merma en la pensión por jubilarse dos años antes de los 65.
¿Le queda nostalgia? «Ninguna». Y es algo común en la plantilla, con diferentes plazos de adaptación a la nueva tesitura. «Fue peor para los adictos al trabajo, pero una oportunidad para algunos que habían descuidado a sus familias». Parece un colectivo que se lo toma con filosofía y humor: la cuadrilla de Óscar bautizó sus reuniones de principios de la semana como 'Los lunes al sol'.
Una vez al año decenas de exempleados -hasta llenar un autocar de sesenta plazas- llevan a cabo excursiones a La Rioja, la cueva de Pozalagua....
Lo cierto es que no le agrada volver a su otrora casa, donde en un giro del destino observa la inquietud por el ERE que ahora amenaza a la plantilla bajo la rúbrica del Santander. Con la mirada del veterano, ya no se identifica con los ritmos actuales, «menos familiares, más estresantes, más tras la productividad a toda costa».
1976 Su generación accedió en los 70 al Popular, que no abrió las puertas a una nueva hornada hasta los 90.
75% Fue el porcentaje que mantuvo del salario, además de una anualidady 3.000 euros de prima.
Maite Albistur | Extrabajadora de CaixaBank
Incursionó en banca con gran ilusión, sin saber la espiral endiablada en la que solo meses después abismaría el sector. Maite se dedicaba al comercio exterior y trataba habitualmente con bancos como miembro del departamento de importación. Cuando tuvo constancia de una oportunidad en Caja Navarra presentó su candidatura. Accedió como gestora comercial en enero del infausto 2008.
Le seducía la obra social de la entidad, la posibilidad de que el cliente destinase una suma a iniciativas con las que se identificase, «un concepto revolucionario». Con 29 años, soñaba con una carrera, un proyecto estable que apuntalara sus ilusiones familiares. Asumiendo por otra parte la dedicación del puesto, las largas jornadas, la rendición de cuentas, y todo ello con condiciones menos ventajosas para los nuevos.
La inminente crisis golpeó los cimientos de su proyecto vital. Caja Navarra trató de sortearla con fusiones que alumbraron Banca Cívica en 2010. Maite detectó los primeros síntomas de riesgo con el cierre de oficinas. Los acontecimientos se precipitaron y dos años después CaixaBank absorbía el banco. El peligro se disparó: «Podían despedirme o enviarme a otro sitio».
Poco quedaba en su nuevo puesto ya del 'Tú eliges, tú decides' con que la entidad navarra ilustraba su vertiente social. Nuevo timón y distinta filosofía, «banca pura y dura».
En abril de 2013 le llegó un mail de Recursos Humanos. Maite no se sobresaltó al menos por el contenido, ya que eran habituales los traslados. Le propusieron reubicarse en Sabadell. Un nuevo reto, pero sobre todo una fractura con sus hábitos, su modo de vida.
Únicamente podía esquivar la recolocación -que con su marido asentado con su propia empresa ni se planteaba- en caso de tener un hijo menor de tres años o estar encinta. En consecuencia: abandonó la entidad.
Paradójicamente, menos de un año después era madre de tres hijos. El paro le permitió entregarse a los pequeños. Y antes de agotarlo fichó por el Instituto de Reintegración Social. Las condiciones son menos favorables, pero el compromiso social redobla el que le llevó a la banca. Y siente haber encontrado la justa medida entre un proyecto personal y laboral satisfactorio.
Enero de 2008. Deja el comercio exterior y entra en Caja Navarra, seducida por su vocación social.
Dos años de paro. Abandonó CaixaBank en agosto de 2013, pero se recolocó antes del fin de la prestación.
Pedro Ruiz | Antiguo empleado del Santander
Hay decisiones que marcan drásticamente una vida; y sin ellas esta, mejor o peor, sería totalmente diferente. Pedro opositó para trabajar en el Banco Santander y un año después le salió la oportunidad de ingresar en una sucursal... en Barcelona. Con apenas 20 años, abandonó Balmaseda rumbo a la Ciudad Condal. «Quizá hubiese surgido otra ocasión. No lo sé. Pasó el tren y sentí que debía cogerlo».
La vuelta a casa dos años después también estaría envuelta en distancia, con plaza en Durango, a más de 60 kilómetros de su villa, lo que le obligaba a pasar los fines de semana en su localidad de acogida. Finalmente obtuvo plaza en Deusto a principios de los noventa y se asentó en Bilbao.
El idilio se truncó dos décadas después cuando, según relata, el banco empezó a presionarle para que se prejubilara. Se negó con vehemencia hasta que, en lo que interpreta como una medida de presión, le reubicaron en Basauri. Pedro judicializó el traslado: «La empresa cuenta con un convenio para la conciliación y viviendo en Deusto y teniendo a mi mujer con discapacidad -por lo que el propio banco me daba una ayuda- se incumplía».
¿Cómo se resolvió el desencuentro? Con una mejora de la oferta para retirarse que cubrió sus expectativas. Eran acuerdos negociados de forma privada con los empleados, aunque cree que arrancó unas condiciones en línea con las de sus colegas: «Me mantuvieron el 80% de la nómina hasta los 63, con dos primas de 8.000 euros que compensaban la diferencia en bruto con mi salario». Los hubo que lograron un plus ligeramente superior, pero Pedro sostiene que se conformó con lo que estimaba justo. Tenía 61 años.
¿Y cómo son los días de jubilado prematuro? Se adaptó rápido a su nuevo estatus, a lo que contribuyó el nacimiento de su nieto. Retiró a su vez la demanda judicial ante el riesgo de perder «contra pronóstico» y crear un precedente negativo para otros trabajadores.
Transcurridos cinco años desde que abandonó la sucursal, se considera un hombre feliz que disfruta de sus pasiones: la lectura, el cine y la música clásica, a lo que suma los viajes culturales a través de la iniciativa local Konpartitu y la Sociedad Filarmónica de Bilbao. El banco es ya solo un recuerdo que se pierde en la bruma de los años. Su motivación reside en la familia, los pasillos de los museos y sus óperas predilectas.
Principios de los 90. Ingresó en la sucursal de Deusto, tras pasar por oficinas de Barcelona y Durango.
Txanton Kareaga | Exbancario del Popular
Empleado en la oficina del Popular en el Casco Viejo, la crisis de la entidad le sorprendió con la vista puesta en la jubilación solo unos meses después. A Txanton le inquietaba en todo caso la pequeña merma que podía sufrir en su pensión si dejaba el banco sin acuerdo. Más le preocupaba el horizonte de sus compañeros, teniendo en cuenta su condición de delegado sindical. «Al filo de los 63 años, mi situación era menos complicada, el problema lo tenía la gente más joven».
Recuerda que el objetivo de las negociaciones era propiciar que «nadie que quisiera seguir tuviera que marcharse». Porque fuera del sector hace mucho frío. Txanton tiene constancia de al menos seis empleados que se acogieron a la excedencia. Un par de excompañeras no ha logrado reubicarse y su opción pasa por ingresar en el Banco Santander antes de finalizar el año, con el agravante de que recalarían en una entidad con un ERE en vigor.
La oficina del Popular en las Siete Calles fue una de las primeras en caer. Resultó para Txanton una manera de cerrar con mayor presteza un capítulo que se prolongó treinta años. Su vida ha ganado en calidad, particularmente tras el «agobio» que sufrió los últimos días. «Era más duro estar siete horas allí sentado que catorce en el monte».
Hoy no escatima sonrisas cuando habla de sus nuevos hábitos, al tiempo que cocina en un txoko de la capital vizcaína para los siete excolegas con los que suele escaparse al monte una vez por semana.
¿Y cómo ve un veterano la evolución bancaria? «Con mucha preocupación». La rápida digitalización presenta a su juicio el problema de que se descuida la fidelización a través del trato directo, esencial durante décadas. Con la disminución de los servicios en ventanilla, anota Txanton, «parece que se quiere expulsar al cliente para que el trabajador solo se dedique a la venta de productos». Y los mayores, añade, son los más afectados.
Txanton vivió el desembarco de los primeros ordenadores y no arremete contra el progreso. Pero juzga contradictorio que, si la tecnología facilita la labor a los empleados, no se ponga coto a las horas trabajadas y no cotizadas, «un fraude a la sociedad». Quizá el nuevo registro horario, desliza, contribuya a lograr «una reivindicación histórica».
Tres décadas de sus 39años de carrera las pasóen la oficina de las SieteCalles.
Sin ordenadores. Se instalaron un par de años después de su llegada. Hasta entonces utilizaban sumadoras.
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