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Parece un pozo sin fondo. Desde que se materializó la fusión entre las compañías Siemens Wind Power y Gamesa, en la primavera de 2017, la compañía resultante se ha convertido en una máquina de generar pérdidas millonarias. En los últimos tres meses de actividad, en ... el periodo de octubre a diciembre del pasado año, la compañía eólica vasca ha cosechado nada menos que 884 millones de euros de pérdidas. Sería un «trimestre complicado», como lo ha calificado la empresa invadiendo de lleno el eufemismo, si no fuese porque perdió 924 millones en el último ejercicio completo y otros 627 en el anterior.
La firma, ahora controlada casi al 100% por la multinacional germana Siemens Energy, no acaba de encontrar la salida a su particular crisis y para cada problema llega no una solución sino un contratiempo adicional. El último, reconocido ya por sus directivos, es que buena parte de los equipos de generación eólica vendidos en los últimos años tienen más problemas mecánicos y eléctricos de los que cabía esperar. Como consecuencia de este descubrimiento han tenido que provisionar ya –anticipar pérdidas futuras que se dan como seguras- más de 400 millones de euros para atender a las reparaciones y cumplimiento de garantías que han dado a sus clientes. Un mal negocio.
A diferencia de otros casos de empresas en pérdidas o en crisis, Siemens Gamesa no tiene un problema de mercado –la energía eólica está de moda en buena parte del mundo- y tampoco de ventas o cartera de pedidos. Es lo único que mejora aunque en este caso parece que a mayores ventas le suceden mayores pérdidas. La empresa ha facturado 2.008 millones de euros en los últimos tres meses, lo que supone un aumento del 9,8% en comparación con el mismo periodo del año anterior. Los pedidos, por valor de 33.700 millones, le garantizan carga de trabajo para los cuatro próximos años y el reto que tienen los actuales directivos –en apenas cinco años ha cambiado tres veces de consejero delegado- es conseguir ganar dinero con ello. Al menos, no perderlo.
El descalabro de las averías inesperadas en las turbinas de generación eléctrica movidas por el viento ha sido la última gota. Antes se contabilizaron pérdidas nada despreciables en la construcción de varios parques en el norte de Europa –no se cumplieron los plazos comprometidos y las penalizaciones han sido históricas-; numerosos problemas técnicos en la turbina 5.X de generación terrestre que han retrasado la entrega comprometida con los clientes y también un aumento súbito de las materias primas y los componentes de los equipos que han destrozado la cuenta de resultados. Máquinas vendidas hace tres años a un precio fijo y con los costes de entonces, se han convertido ahora, justo en el momento en que había que fabricarlas y entregarlas, en turbinas de amplio espectro: además de generar electricidad también generan pérdidas millonarias.
La empresa ha transmitido sin embargo un mensaje de confianza de cara al futuro, aunque ha admitido que le va a costar algún tiempo –con toda seguridad más de un año- enderezar el rumbo de la empresa. Han puesto en marcha un plan de integración de departamentos y de simplificación de la estructura; también un ajuste de plantilla que afecta a 2.900 empleados en todo el mundo –de ellos 350 en España- y su integración en Siemens Energy le va a dar un balón de oxígeno financiero porque en ese aspecto también hay debilidades. Su deuda financiera neta ronda ya los 2.000 millones de euros y va a necesitar una inyección de recursos para intentar atravesar el desierto de pérdidas que aún tiene por delante.
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