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ERLANTZ GUDE
Domingo, 28 de abril 2019, 01:23
Son uno de los ejes sobre los que pivota la economía vasca, responsables de decenas de miles de empleos en la comunidad. Ycomo muestra de la pujanza de las cooperativas, las casi 1.200 de muy diversa índole que aglutina la Confederación de Cooperativas de ... Euskadi (Konfekoop), referencia del sector. Facturan más de 14.500 millones y emplean a casi 55.000 personas, con un porcentaje similar de hombres y mujeres.
El sector vive pendiente de una nueva ley frente a los actuales desafíos que sustituya al texto en vigor, de 1993. Debería servir para minimizar el riesgo de episodios como la quiebra de Fagor Elecrodomésticos, dotando a las compañías de herramientas que dificulten casos semejantes en épocas de crisis, a la vez que se allana el salto de calidad para competir en el mercado global. De hecho, un reciente informe de la UPV ha puesto de manifiesto algunos de los problemas que contribuyeron a la caída de Fagor: el nepotismo, el alto absentismo y la dirección débil.
Ahora, y producto del impacto de la recesión, la juventud ha visto redoblada su incertidumbre laboral. Y en muchos casos, la opción de sumarse a una cooperativa surge por casualidad, como alternativa.
De entrada, y tras un periodo de prueba, los nuevos socios han de aportar una significativa suma inicial que solo podrán recuperar cuando abandonen la empresa. Otro aspecto a considerar es la limitación salarial para quien tenga grandes aspiraciones laborales.
Y luego están las ventajas. El empleado adquiere el derecho a participar en la gestión, sumarse al diseño de proyectos clave y beneficiarse de las ganancias. Todo, a priori, es más transparente y lineal, y se dispara el sentimiento de pertenencia. Y ya desde el comienzo, aflora en el socio la sensación de que será un vínculo con firme vocación de permanencia.
Cuando estudió Ingeniería Mecánica, el mundo del cooperativismo le resultaba ajeno. Pero al lanzarse al mercado laboral, el tejido productivo de su entorno en Mondragón propició que varias cooperativas recibieran su currículum. Una de ellas, Aritu, especializada en soluciones de ingeniería informática y mecánica, apostó por Ainara.
Lo cierto es que la experiencia de su pareja, miembro de otra cooperativa, y varios amigos le hizo pisar sobre seguro. La joven pasó un par de años como asalariada hasta que se le invitó a hacerse socia. Le exigieron 12.000 euros y no se lo pensó, ya que podía capitalizar el paro.
El balance tras casi un lustro es favorable. Siente que, al ser menos de veinte socios, tiene peso en las decisiones de la compañía. Nuevamente aquí tiene el espejo de su marido, que participa en el consejo rector de su compañía, en este caso con mucho más personal.
«¿Volver a ser asalariada? No lo veo». Le motiva el grado de implicación que exige Aritu «e intento ser activa en las asambleas». Siente que el plus de esfuerzo le compensa, tanto a nivel personal como económico. Aunque cabe subrayar que aún no ha vivido años de pérdidas. ¿Seguirá el pequeño Unax los pasos de sus progenitores? «Desde luego se lo recomendaríamos», apunta Ainara.
Jon Lacunza, 34 años | Abogado de LKS
Al rebasar los cuatro años en un prestigioso bufete de San Sebastián, Jon decidió que era hora de cambiar de rumbo. Apenas tenía 28 años pero, como tantos colegas del sector, se sentía estancado y necesitaba nuevos retos. Su sondeo de la competencia desembocó en una llamada de la cooperativa LKS.
Al tercer año, el responsable de área le propuso asociarse, una ambición desde que ingresó en la cooperativa. Matiza no obstante que «ya antes la empresa te involucra en el proyecto, participando en comisiones de trabajo». Pagó 5.360 euros de entrada, entre la cuota de ingreso -a fondo perdido- y el dinero para su cartilla. Han sido en total 13.400 euros, mitigados por una ayuda de 1.500 de la Federación de Cooperativas de Trabajo Asociado Erkide.
Los intereses del capital no suponen un gran salto en sus ingresos, aunque Jon ha recuperado una suma equivalente a la cuota de ingreso -descontada la subvención-. Al margen del capítulo económico, ha sido promovido a letrado asesor de LKS, lo que no cree que hubiese sido viable de no estar asociado.
Este joven abogado no se imagina dando otro giro laboral: «Te involucras mucho en el proyecto, que tiene un alto grado de transparencia, conoces bien el negocio, los planes estratégicos. Sin olvidar que el clima social es excelente».
Itziar Etxaburu, 30 años | Ingeniera de software en Soraluce
Lo suyo fue casi llegar y besar el santo. Acabó a finales de 2014 la carrera de Ingeniería Electrónica y, tras echar un puñado de currículums, estaba trabajando en la empresa Soraluce de Danobat Group, en Bergara, a algo más de 40 kilómetros de su domicilio en Ondarroa.
Itziar pasó un año como eventual que dio paso a otros dos como socia temporal, hasta que en enero de 2018 se convirtió en socia de la cooperativa, con una aportación de 14.000 euros. Es parte del grupo de software y celebra la importancia que su opinión puede alcanzar. «El trato es directo, lo que dices se tiene en cuenta», anota. Y como a ella le gusta participar, esta circunstancia le motiva.
¿Y la relación con los jefes en un ámbito donde muchos empleados también son dueños? «Hay cierta jerarquía, porque hay que seguir un orden, pero te ponen facilidades para organizarte». Una ventaja que se extiende a aspectos como la conciliación.
Quizá la máxima expresión del trabajo cooperativo en Soraluce sea el plan para que los empleados conozcan las funciones de los distintos departamentos. Porque aparte de compartir responsabilidad en la administración, Itziar también estima oportuno intercambiar conocimientos sobre la gestión del producto, el alimento que garantiza el futuro conjunto.
Nerea San Martín, 36 años | Calidad y servicio de Sareteknika
La agonía de Fagor Electrodomésticos desplegó ante sus ojos un sombrío horizonte de dudas. Se aferraba a las teóricas posibilidades que brinda su formación como ingeniera industrial, pero aun así no podía evitar el nerviosismo al ver tambalearse su estabilidad laboral. Y entonces surgió una llamada que lo cambió todo.
Tres compañeros de posventa de la quebrada firma de Mondragón le ofrecieron a Nerea sumarse a la nueva cooperativa Sareteknika. La joven bilbaína capitalizó el paro y aportó los casi 13.200 que le exigían. «Pasé un año muy agobiada, fue la mejor decisión», asegura.
Han pasado cuatro años y medio en los que las expectativas de Nerea se han visto superadas. Ha obtenido un Máster en Administración y Dirección de Empresas (MBA) con ayuda de la cooperativa, participa en la dirección y, fruto de una propuesta suya, Sareteknika ha dividido en dos departamentos el área de recepción de avisos y su posterior seguimiento –gestión de calidad–.
Atienden el servicio posventa de prestigiosas firmas como Fagor, Allianz o la línea blanca –electrodomésticos– de Panasonic. La cartilla de Nerea ha crecido de forma significativa en su todavía breve periplo, pero por encima de todo celebra el rol protagonista que ha adquirido en el nuevo desafío.
Josu Aguinaco, 33 años | Agricultor de Anoga
Aunque ya de estudiante colaboraba en la explotación agrícola paterna en el concejo vitoriano de Junguitu, Josu ingresó en el negocio hace una década, con 23, como autónomo con ayuda familiar. Recientemente se puso al mando de unas tierras dedicadas al cultivo de cereal, remolacha y patata, aunque es el primer producto el que sustancia su participación en Anoga, ya que la patata la envasa él y la remolacha solo la vende a la planta de Azucarera en Miranda de Ebro.
Pertenecer a Anoga son todo ventajas para este joven alavés: «Desde la posibilidad de comprar en grandes cantidades por un precio inferior a la mayor facilidad para vender el producto». Los asociados adelantan el importe del cereal y si varía, se les abona en junio la diferencia.
Otro aspecto que Josu pone en valor es la tienda que la cooperativa tiene en Zurbano, a las afueras de la capital alavesa. Y destaca sobre todo el asesoramiento técnico, «disponer con rapidez de ingenieros agrónomos para hacerles consultas».
La cuota para asociarse a Anoga fue de 3.340 euros, a lo que se añade su participación en la cooperativa Aga, donde abona una suma anual por la gestión de trámites. Con mucha faena en la explotación, cruza los dedos para que tarde en tocarle ser parte del consejo rector.
Ainara Gerrikaetxebarria, 39 años | Directora de oficina de Laboral Kutxa
Había dos ingredientes que predestinaban laboralmente a Ainara: el nexo como clientes de sus padres con Laboral Kutxa y la poderosa presencia de la cooperativa Maier en Gernika. El primer paso lo dio precisamente como becaria en la firma industrial, tras estudiar Económicas.
Formada en análisis fiscal, redirigió en 2004 su carrera hacia la especialidad, realizando declaraciones de la renta en entidades financieras tras hacer un curso de Hacienda. Una de ellas fue la sede de Amorebieta de Caja Laboral, antecedente de Laboral Kutxa.
Ainara llegó para quedarse. Entró como eventual y se hizo socia en 2007, por lo que abonó 13.610 euros. «Cumplí un sueño», afirma. Y ahí comenzó una solvente carrera que la llevó a ser nombrada interventora de tarde en 2010 –responsable de oficina–. Pasó en 2011 a ser gestora de autónomos y empresas –«muy ligado a mi formación, lo disfruté mucho»– y en 2014 ascendió a directora de sucursal en Durango.
El pasado año cerró el círculo regresando a Amorebieta para sustituir al director de la oficina por la que pasó por primera vez en el ya lejano 2004. Es el broche a una primera etapa que confía en que anteceda a metas aún mayores. Porque, cauta, prefiere sumar experiencia y apilar los ladrillos que den solidez a sus sueños.
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