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Análisis ·
La austeridad económica ha quedado enterrada por la necesidad de combatir la pandemiaDesde que en 1972 se firmase el Tratado de Maastricht con el que nació la Unión Europea, los criterios de convergencia económica se resumen en la 'regla aurea', que en 1997 se constituyó en el corazón del llamado 'Pacto de estabilidad y crecimiento': el 3% ... de proporción entre el déficit público y el PIB y el 60% de proporción entre la deuda pública y el PIB de cada país miembro. La regla busca una armonía o equidad comunitaria: en un club de iguales no puede haber conductas de gasto público notablemente divergentes.
Estas proporciones han regido religiosamente los últimos 49 años de la vida de la Unión Monetaria, y cuando se han producido desviaciones, normalmente debidas a crisis económicas, se han establecido mecanismos o procedimientos de 'déficit excesivo' para reconducir los excesos a su norma original. Los incumplimientos -por circunstancias diversas- han sido frecuentes, pero nunca ha llegado la sangre al río.
La regla se consideraba tan esencial, que se aconsejaba e incluso se exigía a los países en determinadas circunstancias -es el caso del rescate de España en 2012- el elevar el aludido compromiso a norma constitucional. España adaptó a dichos requerimientos el artículo 135 de la Constitución en 2012.
Si nos acercamos hasta nuestros días, y nos situamos en el cierre de 2020, podemos citar las dramáticas cifras de la economía española y comenzar a desarrollar así el título del artículo. Sin olvidar el 16,5% de parados, y en lo que aquí nos concierne, el PIB ha registrado un desplome histórico del -11,2%, el déficit público se eleva al -11,7% y la deuda se dispara hasta el 118,8%, en ambos casos en relación con el PIB. Un cuadro macroeconómico patético acompañado de la laminación involuntaria de la regla de oro de la convergencia económica.
No hay, desgraciadamente, en estas cifras nada inesperado. La crisis económica provocada por Covid19 ha sido exógena y los gobiernos, también el de España, han utilizado correctamente todo su arsenal fiscal y monetario para paliar los estragos de la recesión. Nadie se sorprende tampoco de que los expertos y los organismos multilaterales adviertan de los peligros de una retirada prematura de los estímulos. La crisis se prolonga y no hay lugar todavía para ello. Acertadamente, los déficits presupuestarios mundiales sumarán aproximadamente el 8,5% del PIB mundial en 2021, según las proyecciones del FMI.
Lo que llama, sin embargo, notablemente la atención es la creciente banalización de los parámetros de disciplina monetaria. Porcentajes del 3% para el déficit o del 60% para la deuda se reputan ocurrencias de otra época. Dado que la financiación de la deuda es gratuita y puede extenderse en el tiempo cuanto sea necesario, no hay horizonte de austeridad por el que preocuparse.
La clave conceptual del nuevo paradigma es la siguiente: si el servicio de la deuda es cero, el endeudamiento no lastra una sola décima al crecimiento y en consecuencia, es inocuo económicamente. El FMI, en su día adalid del Consenso de Washington, abandera el endeudamiento 'sine die'. Le siguen el Banco Mundial, la OCDE y numerosas firmas ilustres de la Academia.
Esta irrupción del sector público por vía presupuestaria, a la que acompaña el BCE con la creación ilimitada de dinero, tiene como consecuencia un deterioro del libre mercado, y de paso, una disminución del rol de los economistas, multiplicando la importancia de los políticos en la esfera económica. He aquí un segundo cambio sustancial de paradigma.
Algunos nostálgicos del orden tradicional no acertamos a desterrar la pesadilla de que mayor deuda seguirá significando mayores impuestos para el futuro, por mucho que el servicio de la deuda sea cero. Lo contrario anticipa la sombra de una economía estatalizada engullendo la iniciativa privada. Después de todo, las cifras hablan solas: la deuda mundial supuso el 98% del PIB mundial a fines de 2020.
Un nuevo paradigma no es algo nimio. Cualquiera puede entender que después de superar la crisis sanitaria, lo que se trata es de diseñar la economía del futuro y no de replicar la economía del ayer. ¿Debemos asumir por lo tanto, que, en la economía del futuro, la austeridad habrá quedado oficialmente enterrada?
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