
Donald Trump 2.0
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La ofensiva supone el mayor salto arancelario desde 1900 y un golpe directo al orden económico liberal que Estados Unidos ayudó a construir'Alea iacta est', la suerte está echada. Con estas palabras, pronunciadas por Julio César al cruzar el Rubicón en el año 49 a.C., ... comenzaba una marcha imparable hacia la confrontación con Roma. Dos milenios más tarde, otro César ha decidido cruzar las fronteras de la cordura económica. El presidente Donald Trump, investido de una retórica circense ha impuesto 'urbi et orbi' una tabla universal de aranceles, según él como mero ejercicio de justicia comercial. Con esta proclamación Trump no juega solamente una partida de póquer con China, México o el resto de los jugadores, sino que provoca una alteración draconiana de la geopolítica mundial.
Para determinar el porcentaje del arancel aplicado, se divide el valor del déficit bilateral entre el volumen total de importaciones con procedencia del país en cuestión, con una penalización adicional del 50%. Quien no cause déficit soportará, con todo, un arancel fijo del 10%, no negociable. Las estimaciones iniciales indican que estas medidas elevarán la tarifa media ponderada desde el 2,5% al cierre de 2024 hasta el entorno del 22%.
Como recuerda Paul Krugman, fue Estados Unidos el que diseñó el moderno sistema de comercio internacional, fruto del 'Reciprocal Trade Agreements Act' de 1934. Ese sistema redujo los aranceles de forma sostenida durante décadas, desde el 20% en 1932 al entorno del 2% en 2002, y así hasta nuestros días. La ofensiva de Trump supone el mayor salto arancelario desde 1900 y un golpe directo al orden económico liberal que Estados Unidos ayudó a construir.
En general y desde su investidura, las actuaciones del oligarca invitan al pesimismo. Los indicadores de confianza de la economía estadounidense se han desplomado. El deterioro es particularmente acusado entre los consumidores y en el sentimiento de las grandes empresas, al tiempo que las expectativas de inflación a corto plazo han repuntado de forma notable. Todo apunta a una ralentización del consumo y de la inversión empresarial, aunque por ahora lejos de una recesión. Las reacciones inmediatas, las caídas bursátiles, los vaivenes en el dólar y las tensiones diplomáticas representan tan solo los nubarrones de una tormenta. Habrá que dar tiempo al probable regateo multilateral de los tipos arancelarios y a la disposición final de las fichas políticas en el tablero.
Pero, quizás, el verdadero núcleo de la ofensiva puede no situarse en la guerra arancelaria, sino en una ambición mayor, por el momento hibernada en los aposentos de la Casa Blanca. La guerra decretada tendría un objetivo final: debilitar estructuralmente el precio del dólar. En opinión de algunos asesores del magnate, el dólar está sobrevalorado en un 25% debido al doble efecto de su papel como moneda vehicular y moneda de reserva mundial, una distorsión que, siguiendo la vieja paradoja de Triffin, obliga a Estados Unidos a convivir con un déficit externo permanente. Se trataría de corregir esa anomalía congénita y, con ello, impulsar el equilibrio de la balanza de pagos y sus múltiples, presuntas, bondades. Pero el camino no es de rosas. En un sistema de tipos flotantes, sin paridades ni patrón oro, la devaluación 'jurídica' no está en manos del Ejecutivo. Solo cabe, en consecuencia, aspirar a una 'desvalorización' inducida por la diplomacia.
Stefen Miran, uno de los cerebros de Trump, plantea una estrategia inspirada en el Acuerdo Plaza de 1985. Una reedición concertada entre grandes economías para debilitar el dólar mediante políticas monetarias, relajación fiscal y las convenientes intervenciones cambiarias coordinadas. Se trataría de una negociación global, un posible 'Acuerdo de Mar-a-Lago', el resort de Trump en Florida, que exigiría a los poseedores internacionales de dólares de reserva, transformar deuda a corto plazo en bonos perpetuos, liberando así margen para políticas fiscales domésticas laxas sin afectar a la credibilidad del dólar. Una razón, no menor, que tacha a la propuesta de utópica, reside en que nadie se sumaría en estos momentos a un pacto estratégico con un amnésico de conveniencia capaz de ignorarlo al mes siguiente de su firma.
Volviendo a la tormenta arancelaria: en una guerra comercial nadie gana, todos pierden. Pero Donald Trump, parapetado tras sus 70 millones de votantes, ha perdido el sentido de la verdad y la moderación. De momento, roto el modelo económico librecambista, el mundo vive momentos de expectación contenida, rayando en lo alarmante.
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