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Aclararemos sin dilación, que el título de la columna no alude a las carencias caracterológicas ni a los exabruptos y numeritos circenses de Donald Trump, ... capítulo que compete a psicólogos y psiquiatras. Nos referimos exclusivamente a la incorrecta interpretación que el caudillo americano hace del abultado déficit de la balanza de pagos de Estados Unidos.
A estas alturas del guion, no resulta ninguna sorpresa revelar que el inquilino de la Casa Blanca es un adicto declarado a los aranceles. Según pregona a diestro y siniestro, el déficit comercial americano no tiene otro origen que las prácticas torcidas del resto del mundo que se han aprovechado de la generosidad de su país. Como empresario que alardea ser, piensa que lo que es malo para una empresa es malo para una nación y que a los déficits hay que ponerles coto 'manu militari'. Esto es por las malas o por las pésimas. Gran falacia en el caso de EE UU por las razones que a continuación se expondrán.
Trump yerra en tres análisis fundamentales. El primero se refiere a su desprecio hacia el efecto bumerán de los aranceles. Los aranceles no solucionan los problemas que intentan resolver y, por el contrario, de replicarse, crearán otros nuevos, como son la inflación, la reducción de las cadenas de suministro y con ellas la merma de su propia producción y la del comercio mundial. El segundo, porque el déficit comercial estadounidense no lo provocan países extranjeros, sino que es 'made in USA', de genuina fabricación nacional. Y el tercero, porque un déficit comercial no es inherentemente malo. De hecho, para los americanos, refleja un privilegio.
Tirando de manual, las dos primeras incorrecciones citadas pueden explicarse por el desconocimiento que el líder republicano aparenta tener de las estrechas conexiones entre el ahorro, la inversión y la balanza comercial de un país. El déficit comercial de una balanza de pagos refleja un desequilibrio entre su ahorro interno y su inversión interna. Si un país ahorra más de lo que invierte, como es el caso de China, Suiza o Alemania, registrará un superávit comercial. Por el contrario, si invierte más de lo que ahorra, como ocurre en Estados Unidos, incurre en un déficit exterior. Para que dicha afirmación adquiera rango matemático basta con que el déficit fiscal sea moderado. De modo que el desequilibrio crónico que desde 1975 presenta la balanza comercial de EE UU, no es obra de los enemigos de América, sino el resultado de un nivel de inversión sistemáticamente superior al ahorro interno.
Para defender la evidencia del tercer error del magnate neoyorquino hay que remitirse al doble privilegio del que goza el dólar de los Estados Unidos por poseer los atributos de moneda líder vehicular y primera moneda de reserva del planeta. El Banco de Pagos Internacionales constata que el dólar estadounidense está presente en, aproximadamente, el 88% de las transacciones de los mercados mundiales de divisas. Además, representa cerca del 60% de las reservas internacionales mantenidas por los bancos centrales.
La consecuencia inmediata de ello es que a EE UU no debe preocuparle una balanza de pagos muy deficitaria. En efecto, a 31 de diciembre de 2024, el resto del mundo financiaba a EE UU, sin mayor inquietud, su déficit global de 1,2 billones (con 'b') de dólares. Y a pesar de todo, el dólar continúa siendo la divisa más apetecida del planeta.
El dólar basa su privilegio en que el país goza de sólidos derechos de propiedad, instituciones legales y financieras fiables, una tecnología vanguardista, un capital humano cualificado y los mercados de capital más profundos y líquidos del mundo. Con ello el resto del mundo no realiza objeciones a su déficit comercial, y los americanos, a través de su balanza de importaciones, pueden consumir más de lo que producen, a pesar de su escaso ahorro interior.
De modo que los supuestos teóricos que sustentan el delirante programa arancelario de Trump además de erróneos son contraproducentes para su país. Lejos de ser un síntoma de debilidad, el déficit comercial americano refleja la fortaleza del dólar en el escenario financiero mundial.
Y una repetida evidencia final. Los aranceles, si activan represalias, derivan en guerra comercial. En ella no hay ganadores. Todos pierden.
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