Comencemos por las estadísticas, porque algunos tenemos la mosca detrás de la oreja con la fiabilidad de los números del INE, con ejemplos como el del flagrante recorte de nuestro PIB del segundo trimestre que se contrajo hasta el 1,1% frente al 2,8% ... estimado inicialmente. O el sorprendente incumplimiento este último mes de la Ley de Okun, la que vincula empleo y crecimiento, ya que España se enfrenta a una famélica previsión de crecimiento según la OCDE, y sin embargo, asombra a todos con un aumento de la afiliación a la Seguridad Social y consiguiente rebaja del paro, 61.768 nuevos cotizantes y 74.381 desempleados menos, un dato insólito en unas circunstancias que, además, están coincidiendo con la sexta ola de la epidemia.
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Pues bien, las cifras relativas a la inflación en España producen una apreciable zozobra. A falta de que el INE ratifique que el IPC de noviembre fue del 5,6% interanual, y con las previsiones disponibles de diciembre, todo apunta a que los precios terminarán el año con una subida media del 3%, tal como predicen Funcas y otros. Eso es mucho para estabilizar una economía que pugna por volver a la normalidad, porque en términos sociales supone la mayor pérdida de poder adquisitivo de los salarios en 26 años y propicia reivindicaciones y desordenes indeseados, los temidos 'efectos de segunda ronda', donde el alza de los precios se traduce en subidas de salarios y en que las empresas trasladan el aumento de costes a sus tarifas. Ambas cosas generarían aun más inflación. Es cierto que la inflación subyacente, que no computa alimentos ni energía, registra a noviembre una subida del 1,7% interanual, casi cuatro puntos menos que la tasa del IPC general. No es consuelo despreciable.
Los datos de inflación no solo asustan en España. La UE entera está sometida a esta contrariedad monetaria. Bélgica (7,5%) y Alemania (6%) superan nuestras tasas interanuales y la media europea es del 4,9%, el 5,2% para el conjunto de la OCDE. Sin olvidar el record de Estados Unidos (6,2%).
¿Qué recorrido tiene esta historia según los expertos? Aun cuando las razones que mantienen la ebullición de los precios son de sobra conocidas, las perspectivas son dispares. De Guindos, del Banco Central Europeo, reconoce que «la inflación es el elemento más preocupante» para la recuperación, mientras Lagarde, su presidenta, declara que «la presión de los precios no se descontrolará». Por su parte, De Cos, Gobernador del Banco de España sostiene que «la inflación será eminentemente temporal y se desvanecerá durante 2022».
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El que ha cambiado súbitamente de chaqueta es Jerome Powell, el presidente de la Reserva Federal americana, recomendando a su Administración que retire la palabra «transitoria» para describir la presente inflación que califica de «pertinaz».
De tal manera está generalizado el mal monetario que los gobiernos están mirando algo más que de reojillo a los bancos centrales, que se debaten entre seguir apuntalando la recuperación con políticas heterodoxas o desempolvar ya el arsenal tradicional para combatir la inflación: reducción en la compra de bonos y subidas de tipos de interés.
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Finalmente, hay voces autorizadas, sobre todo en la academia, que aprovechan el desconcierto de la actualidad para rehabilitar la validez de la teoría monetaria cuantitativa y recordar que, en alguna medida, la actual subida de precios obedece a la espiral de crecimiento de la liquidez, de regalar dinero a espuertas, que como ya se sabía desde Friedman, Fisher y resto de monetaristas, siempre desemboca en inflación.
Contemplamos un episodio global que habrá que seguir con la máxima solicitud, porque si estos fenómenos no son transitorios y están llamados a enquistarse, nos encontraremos con el lobo de la recesión amenazando de nuevo nuestras cabañas. Hay que vigilar la subida del precio mayorista de la electricidad que se ha cuadruplicado en un año, el encarecimiento del gas y de los derechos de emisión del CO2, la subida de los costes del transporte de mercancías que restringen el comercio, los cuellos de botella producidos en las cadenas globales industriales, los déficits de materias primas y bienes intermedios y el alcance restrictivo para la movilidad de la ómicron, la nueva variante del virus Covid. Sin abandonar un punto de optimismo.
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