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Es más que previsible que en al año que acaba de debutar el Gobierno de la nación elabore la enésima propuesta de reforma fiscal para su implementación en 2023. La expectación despertada por el documento de los llamados '17 sabios', que verá la luz en ... febrero próximo, nos aconseja volver a alertar sobre algunos aspectos de la reforma en ciernes que encierra por igual peligros inminentes y errores de calado.
En una economía occidental y moderna como la española nadie discute la necesidad ineludible de la existencia de una tributación coactiva acorde y congruente con el conjunto del 'corpus' económico que posee la nación. Tiene esta su tratamiento en la Constitución española y su carácter no solamente es el del sostenimiento de los gastos públicos presupuestarios, que se erige en central, sino también de otras finalidades extrafiscales de naturaleza redistributiva, compensatoria y social. El presupuesto público tiene una vital función orientadora de la economía de un país promoviendo su acción multisectorial beligerante.
Pero en lo que ahora nos concierne y nos preocupa, el mayor de los errores que el Gobierno puede cometer se sitúa en el afán utópico y desmedido de elevar sin tino ni realismo la recaudación, aludiendo al criterio de otros países que registran una proporción de impuestos a su PIB superior a la nuestra.
En una encuesta del CIS del verano de 2020, a la pregunta de «¿Diría usted que lo que los españoles pagamos en impuestos es mucho, regular o poco?», el 84,5% entendió que 'regular' o 'mucho' y solo el 10,1% contestó 'poco'. Y ello entre otras razones porque el Estado no se lo merecía. De ahí que señaláramos al principio de estas líneas que nuestra tributación coactiva debía ser acorde y congruente con el conjunto del 'corpus' económico que constituye la nación, aludiendo al retorno que el contribuyente recibe del Estado, a la credibilidad de sus instituciones y Gobierno, a la eficiencia de este y a su nivel de corrupción. De hecho, en la encuesta citada un alto porcentaje de los encuestados manifestó que se pagaban impuestos en demasía.
De ahí la calificación de desnortada y sin fundamento asignada a la pretensión del Gobierno de una elevación brutal de la presión fiscal. Y ello porque las fantasías del Ejecutivo central se construyen sobre un índice, la presión fiscal (proporción de impuestos sobre PIB) poco representativo de la equidad de un sistema fiscal. La equidad tributaria nos remite al concepto alternativo de 'esfuerzo fiscal', que es igual a la presión fiscal dividida entre el PIB 'per cápita'. La idea es que a alguien que gana 100, pagar la mitad de sus ingresos en impuestos le supone más esfuerzo que a alguien que gana 200.
Para matizar el concepto basta entender que el esfuerzo fiscal de un danés expresada por la presión media fiscal (45,4%) sobre la renta 'per cápita' danesa (52.000 euros/año) es inferior al esfuerzo fiscal del contribuyente español cuya presión media (35,8%) gira sobre la renta 'per cápita' española (24.000 euros/año). La renta disponible de un danés (28.392 euros) siempre será superior a la de un español (19.800 euros), aunque su presión fiscal sea superior. Adicionalmente, no puede obviarse aquí la extrema incompatibilidad que representan países con paros del 17% (España, en series de 20 años) e inferiores al 5% (Dinamarca).
Estos datos son previos a la crisis Covid. Con la caída de nuestro PIB 'per cápita', el indicador de esfuerzo fiscal obtenido en 2021 se sitúa un 11% por encima de los niveles observados antes de la pandemia.
Es importante, en consecuencia, conocer que aunque la presión fiscal española (35,8%) se sitúa en una zona media entre los países centrales, su esfuerzo fiscal está a la cabeza de la tabla de países, hasta un 50% por encima de algunos como Alemania.
Otro dato final. Mientras en Alemania el nuevo ministro de finanzas ha expresado su intención de reducir en 30.000 millones de euros los impuestos que pagan los alemanes, en España circulamos en sentido contrario a la historia de nuestros tiempos pensando en multiplicarlos.
Posibles desatinos del Gobierno, como los que se presumen emprender, solo se explican por el desafortunado trueque mental de priorizar la ideología y prestar poca o nula atención a la competencia y a la racionalidad.
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