¿Nada por lo que preocuparse?

La maniobra, sospechada sin esfuerzo, de trucar el gravamen por el impuesto para poder, primero, concertarlo y después manosearlo es demasiado burda. ¿Por qué razón iban a tener que soportar las plantas de Repsol en Cartagena o las sucursales del Banco de Santander en Logroño más impuestos que la planta de Petronor en Bilbao o las oficinas de BBVA en Durango? Dicho sea con una pocas dosis de populismo rastrero. Si hubo un día en que tal situación se aceptó como el pago de un peaje, hoy ya no sucede tal cosa. El tema tiene su vuelta pues, además de comprometer el modelo vasco y aumentar las sospechas de privilegio que le acompañan -ante la culpable indiferencia de quienes debieran explicarlo y defenderlo-, dificultará cualquier negociación del modelo catalán.

El tema es tan absurdo que abrirá también una gruesa grieta en el propio Gobierno vasco y en las tres diputaciones, que son quienes manejan de verdad los impuestos. ¿Podrá el PSE tragar semejante rueda de molino sin atragantarse? ¿Cómo lo defenderá en Andalucía, en Valencia, en Murcia o en Aragón, lugares, todos ellos, en donde todos los cálculos apuntan a una evidente infrafinanciación?

Si esta deriva la diseña el enemigo, seguro que no lo hubiese hecho de manera más dañina para todos. ¿Solución? El gravamen, otrora provisional y pretendidamente permanente, decae, el ala izquierda del Gobierno de izquierdas se cabrea, se cruzan insultos y amenazas y… poco después se olvida todo, escondido detrás del próximo escándalo. ¿Ve? Nada por lo que debería usted preocuparse.