Arriba, Aitor Urine y Leire Ayala. Abajo, Arkaitz Biritxinaga y Begoña Lumbreras. Ignacio Pérez, Pedro Urresti y Jordi Alemany.

Hablan los ganaderos y agricultores vizcaínos: «No sé ni cómo sobrevivimos»

La rebelión del tractor ·

Cuatro ganaderos y agricultores relatan las dificultades que afrontan para salir adelante ante las exigencias de la UE, la competencia desleal y la presión de los grupos de distribución

Domingo, 11 de febrero 2024, 00:49

Los agricultores y ganaderos se sienten olvidados en esta sociedad urbanita y digitalizada. Tuvieron algo de reconocimiento en la pandemia, cuando los productos no llegaban a los supermercados y la gente se abastecía en las tiendas de barrio, pero fue un espejismo: en cuanto pasó ... el covid y estallaron las guerras, con la consecuente escalada de la inflación, volvieron a quedar relegados, ya que no pueden competir en precio con los alimentos que llegan de fuera, sin cumplir los requisitos que se les exigen a ellos.

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Las dificultades para el sector primario, que ya eran considerables, no han hecho más que engordar. Los costes de piensos y energía se han disparado, pero tienen problemas para repercutirlos en una cadena alimentaria llena de intermediarios, en la que los grandes grupos de distribución marcan las condiciones. A ello se suma una Europa intransigente que impone cada vez más restricciones medioambientales y burocráticas, que les dejan desprotegidos frente a otros países productores. Están hartos.

5.734 explotaciones ganaderas

tenía registradas Bizkaia al cierre del año pasado. Las de bovino, que en el año 2000 sumaban casi 5.000, se han reducido a 1.700

La mecha de las protestas prendió en Francia y se fue extendiendo por toda Europa hasta llegar esta semana a España, con especial impacto en Álava. El viernes se sumaron los ganaderos y agricultores vizcaínos. Su peso en la economía es muy reducido -en toda Euskadi no llega ni al 1% del PIB-, pero sus problemas no son por ello más pequeños.

En Bizkaia apenas hay agricultura y de las 6.000 explotaciones ganaderas que conserva, solo 700 tienen titulares dedicados en exclusiva a esa actividad. Cada año desaparecen granjas y, en el caso concreto del bovino, su número se ha reducido a la mitad desde 2008. No hay relevo generacional y la media de edad del responsable de la explotación es de 58 años. Los hijos no quieren seguir con un modo de vida que exige trabajar de sol a sol, sin vacaciones ni fines de semana. Es mucho esfuerzo para tan poca recompensa.

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Aitor Uribe Corderos y queso

«En la cadena hay muchos intermediarios que se quedan con las ganancias»

Aitor Uribe, con sus ovejas en su explotación de Otxandio. Ignacio Pérez

Como es habitual en la ganadería vasca, la explotación de Aitor Uribe en Otxandio tiene carácter familiar. Él dejó su puesto en la industria hace cuatro años para dedicarse a tiempo completo al negocio junto a su tío. Tienen cerca de 400 ovejas con cuya lecha producen queso con la Denominación de Origen Idiazabal y también venden corderos a mayoristas. Además, tienen 23 vacas y comercializan la carne de las terneras ya directamente envasada en filetes, costillas, zancarrón...

El trabajo es muy duro en la explotación. Hay que atender los partos de los corderos, ordeñar las ovejas, elaborar el queso, cebar los terneros, ensilar el forraje... No se para un momento. «Pero luego hay muchos intermediarios que son los que se quedan con las ganancias», se lamenta. «A mí por ejemplo me pueden pagar a 3,5 euros el kilo de cordero vivo, pero luego al consumidor final se lo pueden poner a 20 euros el kilo en canal (limpio). Esto es algo que pasa en todas las cadenas alimentarias».

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Con el queso, que venden con la marca Padilla Gazta, están algo más protegidos porque lo comercializan de forma directa «a particulares, comercios de los alrededores y en centros de Eroski».

El precio que se paga al productor es bajo y luego están las facturas, que no paran de engordar. La de los piensos es la que más se ha disparado desde la guerra de Ucrania y «solo ha corregido ligeramente». «Si antes pagábamos 300 euros la tonelada, ahora estaremos en 400 tras el pico de 500».

Aitor se queja también de lo que ha supuesto la reforma de la Política Agraria Común (PAC), que entró en vigor en 2023. «Ni los técnicos saben bien cómo funciona ahora. Es una locura». Otra complicación viene de nuevas exigencias como tener que llamar a un veterinario para que te haga la receta de cualquier medicamento al que antes podías acceder directamente.

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Leire Ayala Carne de vacuno

«Pedimos apoyo a los consumidores y a las autoridades para que se valore la producción local»

Leire Ayala cría terneras en Elorrio y Ziortza-Bolibar Pedro Urresti

Leire es una ganadera que lleva más de 30 años en el sector. Ayudada por su aita, saca adelante una explotación de 80 vacas de raza autóctona pirenaica, que tiene repartidas entre Elorrio y Ziortza Bolibar. Vende los terneros de dos formas: una parte a la cooperativa Harakai, especializada en carne 'ecológica de km 0', que implica fuertes exigencias de calidad, y otra parte sin ese sello, a una empresa diferente.

Denuncia que ellos están sometidos a múltiples exigencias de todo tipo, mientras que «a los lineales de los supermercados entra vacuno de otros países como Brasil o Argentina a precios baratos porque no cumplen los mismos requisitos medioambientales». De hecho, llama la atención sobre el hecho de que puedan compensar el coste que supone el transporte hasta aquí. «Yo no lo entiendo. No me cuadra. Por eso pedimos que se paralicen las negociaciones del acuerdo de libre comercio con Mercosur».

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A los ganaderos como ella se les multiplican las exigencias. «Tenemos que alimentar a los terneros con un determinado forraje y pienso, cuyo coste se ha doblado. Desde este año no podemos administrar ningún antibiótico sin una autorización del veterinario». Se lamenta de que a la hora de comprar no se valora este esfuerzo. «Se va a precio y por eso pedimos apoyo para la producción autóctona a los consumidores y a las autoridades», dice.

Otro de sus grandes quebraderos de cabeza es la reforma de la Política Agraria Común (PAC), el sistema europeo por el que se rigen las subvenciones. «Cada año se reducen las ayudas y yo acumulo ya un recorte del 40%, y la documentación se complica», apunta.

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La falta de tierra constituye un problema adicional. Los ganaderos necesitan pastos para no tener que comprar tanto forraje y pienso. «Pero con las renovables hay mucha especulación y me acaban de partir el terreno de Bolibar por el tren».

Aitor y Arkaitz Biritxinaga Leche

«Los costes no han bajado todo lo que subieron»

Arkaitz Biritxinaga y su hermano Aitor producen leche en Berriz.. Ignacio Pérez

Los hermanos Biritxinaga no lo tenían fácil para acudir el viernes a las movilizaciones en Bilbao. Aitor, el mayor, se cayó recientemente desde una de sus máquinas y está en silla de ruedas. Arkaitz se tiene que ocupar solo ahora de esta explotación ganadera, iniciada por sus padres, que cuenta con 450 vacas, 215 de las cuales están en estos momentos en ordeño, tres veces al día, la primera a las cinco de la mañana y la última a las 21.00 horas.

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Pese a la inmensa tarea diaria -«no bajamos de las 80 horas semanales y cogemos cinco días de vacaciones al año», dice Aitor-, participaron en la protesta para hacer visibles las grandes dificultades que entraña sacar adelante un negocio tan particular como el suyo.

Una de sus quejas es que los precios apenas dan para cubrir costes. «Es que la cadena está mal construida. Los distribuidores imponen los precios y el productor es el último eslabón. Hay mucha competencia desleal». Ellos venden al grupo Vascolac, de Zamudio, que tiene marcas de queso fresco como Gailla y recientemente adquirió Berta.

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Aitor explica que los precios de la leche han subido tras la guerra de Ucrania, pero que los costes lo han hecho mucho más. «No han bajado todo lo que se dispararon», afirma. Entre ellos destaca el alza del pienso, que se ha doblado. «Menos mal que nosotros tenemos nuestro propio abastecimiento porque ensilamos pasto y maíz». A ello se suma el gasto en gasoil y, sobre todo, la electricidad. La utilizan para la máquina de ordeño y para enfriar la leche en tanques. «Antes gastábamos 1.600 euros, llegamos a 6.000 y ahora estamos en 3.000».

Critica también la burocracia y la dificultad para conseguir tierra agraria. Otro problema son las restricciones y carestía de los antibióticos así como las presiones medioambientales por las emisiones de metano. «Al menos nosotros tenemos una máquina para inyectar los purines y no emitir amoníaco», dice.

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Begoña Lumbreras Baserritarra

«¿Vacaciones? No tenemos y fines de semana tampoco»

La baserritarra Begoña Lumbreras en uno de sus invernaderos de Berango. Jordi Alemany

Ahora es una consolidada baserritara pero cuando empezó hace 35 años veía la huerta como un hobby. «Tuve un problema de salud y para distraerme comencé a plantar lechugas y cebolletas en un trozo de tierra», relata. Pero de la mano de sus suegros y empujada por su entusiasmo fue aprendiendo y creciendo. Hoy tiene toda una explotación agrícola con 6.000 metros de invernaderos y 9.000 al aire libre repartidos entre Berango y Gatika. Su especialidad son los tomates y pimientos, pero también cultiva vainas, alubias, lechugas...

En estos años no ha perdido un ápice de pasión por lo que hace, pero lamenta lo mal que se paga siempre al sector primario. «No se le da valor. La verdad es que no sé ni cómo podemos sobrevivir».

Se queja de que su esfuerzo se lo llevan los intermediarios. «Al principio vendíamos en Mercabilbao, pero las cuentas no cuadraban. Nosotros nos matábamos a trabajar y el beneficio que nos llevábamos era cada vez menor. El precio nos lo ponían los mayoristas». Así que ella y su marido decidieron cambiar de estrategia y vender de forma directa en mercados como el de Bilbao de los sábados. «También nos compra Eroski de Berango para el 'km 0'».

Pese a que ha subido precios en los últimos años, asegura que no lo suficiente para repercutir unos costes que no paran de crecer. «Subió el gasoil que usamos para la calefacción de los tomates; los abonos, las etiquetas... Cada vez hay más exigencias y papeleo, que también implican gastos. Tienes que ser informático para llevar bien el cuaderno de campo», explica.

Tareas que se suman a la suya propia, la de hacer crecer las plantas frente a las inclemencias del tiempo y las plagas. «No tengo para olvidar cuando tuvimos que arrancar todo por un virus. Esto no son tornillos, son plantas», dice. Recuerda que en el campo trabajan de lunes a domingo. «¿Vacaciones? No existen».

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