La decisión del presidente Donald Trump de imponer un arancel muy elevado a las importaciones de acero es una equivocación, envuelta en un error y presentada como un esperpento. En efecto, la rueda de prensa en la que explicó sus planes inmediatos fue la ... cumbre del despropósito, la sublimación del populismo y el éxtasis de la banalidad. Anunció una medida que distorsiona gravemente los intercambios internacionales y conlleva un elevado potencial de provocar inmensos daños colaterales. Y lo hizo rodeado de trabajadores del metal, jaleados por él y que le jaleaban a él, mientras daba órdenes en directo a los secretarios de Estado implicados. Una estampa inverosímil que pasará a la historia como uno de los momentos estelares de la demagogia. Les dejó entrar en el salón oval y les regaló unos bolígrafos. Un amigo me preguntó si les dejaría entrar a los trabajadores en alguno de sus hoteles de lujo. Le contesté que, si llevaban el dinero suficiente, seguro que sí.
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La equivocación consiste en suponer que los problemas de competitividad de las empresas en particular, y de los sectores productivos en general, se arreglan con medidas artificiales de protección externa, en lugar de con impulsos de productividad interna. Una cosa es que el paradigma de todo empresario consista en que sus inputs (todos los productos que compra) funcionen en régimen de rabiosa competencia, para disfrutar de precios ventajosos; mientras que sus outputs (lo que él produce) lo hagan en ambientes reservados y protegidos. Otra cosa es que haya que hacerles caso. Desde luego, en esto no. Para evitar semejante disfunción y para limar los precios y beneficiar al consumidor está el mercado, al menos cuando en éste funciona la libre competencia. Por eso, la mejor protección es siempre la mejora de la competitividad.
Bien, esta es la teoría. Después hay casos en los que la competencia queda alterada por algunos competidores que no juegan con las mismas reglas. Por ejemplo países que no cumplen las normas laborales de la OIT o prohiben los sindicatos. U otros que no respetan las normas medioambientales o las que defienden la propiedad intelectual, etc. En esos casos es legítimo, y aveces incluso imprescindible, adoptar medidas comerciales de protección.
El caso de China se suele presentar como un ejemplo de prácticas que exigen la adopción de medidas del tipo de las anunciadas por el presidente americano. Pero, ¿Alguien en su sano juicio puede afirmar que Europa practica el dumping en los sectores señalados? No. ¿Hay algún país que, cuando decide intervenir -la UE tiene actualmente en vigor antidumpings para alguno de estos productos procedentes de China-, lo haga con tal transparencia, publicidad, audiencia de afectados y delimitación clara de las medidas propuestas y de los plazos de aplicación? Pues no.
De ahí que, tras el esperpento y la equivocación, el error consista en dar un plazo de quince días para que los países implicados negocien con su administración. Máxime, cuando pretende condicionar el acuerdo a otros previos en materias tan alejadas de la cuestión como la política de defensa. ¿De verdad espera Donald Trump que los países europeos miembros de la UE decidan en quince días elevar el porcentaje del PIB que dedican a su defensa y que lo hagan en el sentido y con la cuantía que él desea? Es posible -es incluso probable-, que ese incremento del gasto en defensa termine por hacerse realidad y es más seguro que, en el coste de la defensa europea, la aportación americana recibida desde el final de la segunda Guerra Mundial haya sido tan generosa como desequilibrada en su contra.
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Pero, ¿no podría, alguien que le aprecie, explicarle a este hombre que la UE es la suma de 27 países, todos ellos soberanos, cuyos gobiernos responden ante sus Parlamentos nacionales? Suponiendo que los países afectados deseen hacerlo, ¿Cree alguien que sería posible materializar tan importante decisión en el breve plazo de quince días? ¿Se pueden decir más tonterías? Sí, pero no es fácil hacerlo. Requiere mucho entrenamiento y mucha práctica, aparte de unas condiciones naturales muy específicas. Donald Trump nos ha demostrado esta semana que las tiene y las ejercita.
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