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No cabe duda de que el modelo idílico que evitaría polémicas en torno a la fiscalidad sería ... aquel en el que todos los países del mundo tuviesen impuestos idénticos, con idénticas legislaciones. Y si no puede ser en todo el mundo, ¿podía ser al menos en la Unión Europea? Sería quizá lo mejor, pero por el momento no existe tal modelo, de ahí que haya que manejar el que tenemos lo mejor que se pueda. Incluso de forma inteligente, no en formato torpe.
Hoy por hoy, todos los gobiernos saben -aunque algunos quieren ignorarlo, como sucede con el español y los días impares con el vasco y las diputaciones- que la fiscalidad es un elemento más de competencia. El objetivo no es otro que atraer más riqueza a un territorio para que éste sea más próspero, incluso bajando los impuestos. Por cierto, la misma fórmula que han utilizado desde el origen de los tiempos los comerciantes, que a menudo optan por bajar los precios de sus productos para atraer clientes. Bajar los precios para recaudar más no es una estrategia extraña en el comercio, lo aprendí en mi familia cuando era muy niño.
Esta semana, España se ha llevado un bofetón. Y de los que hacen daño. Ferrovial, una de las grandes empresas españolas, ha decidido trasladar su sede a Países Bajos. En sus declaraciones oficiales ha apelado a la necesidad de buscar una «mayor seguridad jurídica» y al menos en ese aspecto no le faltan razones. La legislación que afecta a las empresas y en especial en el ámbito fiscal -la vertiente laboral es otra locura interpretativa- cambia con excesiva frecuencia y en buena medida para introducir algunas 'peoras'.
Con toda seguridad, la decisión de Ferrovial, personalizada en su presidente, Rafael del Pino -no es un indocumentado y fue un alumno brillante del MIT- ha sido meditada desde hace mucho tiempo. Es más que probable que las primeras tentaciones de Ferrovial surgieran a finales de 2020, cuando el Gobierno de Pedro Sánchez adoptó una medida de esas que pasan desapercibidas a pie de calle pero que en las moquetas de las grandes corporaciones se reciben con disgusto. Una ligera modificación en el Impuesto de Sociedades endureció el flujo de fondos entre los holdings y sus empresas participadas, tras decidir que no iba a estar exento el 100% de los dividendos que circulan de abajo hacia arriba en la estructura societaria, sino el 95%. Una vuelta de tuerca, una más, en ese afán de recaudar más a toda costa aunque el resultado sea justo el contrario.
Todas, literalmente todas las grandes empresas españolas, se pusieron a buscar fórmulas para intentar eludir el impacto de esta medida. Por cierto, paréntesis, las diputaciones forales no entraron al trapo y mantuvieron la exención sobre el 100% de los dividendos intragrupo -es el gen liberal que impregna al PNV los días pares, en contraposición al socialdemócrata de los impares-, concediendo así una ventaja competitiva a los grupos con sede en Euskadi. Tengo para mi, incluso, que el desplazamiento a Bizkaia de algún subholding de alguna gran compañía española que se formalizó meses más tarde tuvo, precisamente, la intencionalidad de escapar de las ambiciosas garras del Ejecutivo central. Pero esto… para otro día.
Añádele a esto algunas características particulares de Ferrovial, como el hecho de que casi el 90% de su negocio se desarrolle fuera de España y tenga en su plan de futuro crecer fuera, en la convicción de que sus posibilidades de evolución en el mercado nacional son marginales.
Para cerrar el círculo debes considerar también la distancia y la brecha que se ha abierto entre el Gobierno de Pedro Sánchez y los empresarios, a quienes un día sí y otro también, se coloca en el muro de la lapidación. Hoy es un impuesto especial para ellos, mañana un desprecio en público y pasado un vaya usted a saber.
El Gobierno de Pedro Sánchez se ha molestado -es lógico, pero hay que perder la esperanza de que haya aprendido la lección- por la decisión de Ferrovial. Se lo ha hecho saber en persona la vicepresidenta primera Nadia Calviño a Rafael del Pino. Pero en estos casos no queda otra que aplicar esa frase con la que termina la película 'Una proposición indecente', protagonizada por Robert Redford y Demi Moore: «Si deseas algo con mucha fuerza, déjalo en libertad. Si vuelve a ti será tuyo para siempre. Si no vuelve será porque no te pertenecía».
«Estamos en elecciones y esto de darle a los ricos parece que gusta», reconocía recientemente el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, en una entrevista concedida a EL CORREO. Una fotografía perfecta de la política populista que nos invade. Una estrategia que da más importancia a los gestos que a los resultados. ¿Puede alguien extrañarse del deseo de algunos de poner tierra de por medio?
Nunca se valora suficientemente lo que se tiene hasta que se pierde. Triste verdad.
No sé cuánto dinero van a perder las arcas públicas por la fuga de la sede de Ferrovial. Seguro que la cifra es marginal y menos trascendente que el prestigio que va a perder España como lugar de acogida de empresas. A quienes piensan que aumentar la presión fiscal supone recaudar más, alguien debería recordarles que el 25% o el 30% o el 60% o el 80% de cero, es CERO. No es necesario haber estudiado en el MIT para llegar a comprenderlo. Está al alcance, incluso, de los que han pasado por la Complutense. Y mientras tanto, en Países Bajos, Luxemburgo o Irlanda aplauden encantados.
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