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Bastan un par de horas de conversación -incluso con 30 minutos es suficiente-, para darse cuenta de que José Miguel García es la competitividad hecha persona. Hacer una apuesta, ponerla en marcha de forma rápida y perseguir con obsesión los resultados son la guía que ... inspira su forma de actuar. Filosofías... las justas. Es de ese tipo de directivos que uno encuentra a menudo en las grandes compañías norteamericanas, pero que no son tan habituales en el País Vasco. Resultados, resultados, resultados. Lo que no suma, resta y hay que atajarlo en segundos. Si es posible, en décimas de segundo.
Nacido en Madrid hace 57 años, casado y con dos hijos, se define a sí mismo como «un ingeniero, con algunas nociones financieras pero que en realidad sólo piensa en las ventas». Efectivamente, todo su discurso gira de forma recurrente en configurar el mejor producto posible, lanzarse a venderlo, a ganar la batalla a los competidores y sin un minuto de respiro. A pesar de que acaba de aterrizar a los mandos de una empresa en beneficios, con una elevada generación de caja, no deja pasar el tiempo. El pasado domingo sometió a su equipo directivo a una intensa jornada de trabajo. No hay tiempo que perder. A pesar de su formación como ingeniero y de dirigir una empresa de telecomunicaciones, su lenguaje es el de un experto en marketing de compañía de bienes de consumo.
No necesita tiempo de aprendizaje, al menos en lo que se refiere al sector. Tiene todos los ratios en su cabeza, conoce bastante bien a los competidores -dirigió Jazztel durante casi una década, para estar ligado posteriormente a Orange-, de tal forma que nadie tiene que explicarle el producto que tiene en sus manos o el mercado que le espera ahí fuera. Se le nota, además, que ha hecho un máster acelerado para ubicarse en algo que ninguna escuela de negocios del mundo enseña: entender la peculiar forma de pensar de los vascos, para sortear de la mejor forma posible la circunstancia atípica de que la empresa que dirige sea, un día sí y otro también, objeto de polémica política o protagonista de infinitas preguntas y proposiciones parlamentarias.
Trabaja con una estructura mental muy habitual en los líderes -de esa especie a los que es difícil seguir el ritmo, salvo que seas un fanático de la competitividad- que le permite no sentirse un simple mercenario a las órdenes de unos accionistas de referencia. «Siempre trabajo con la idea de que mi gestión sea una magnífica oportunidad de inversión. Es mi obsesión, lo reconozco. No doy cabida a otra cosa. Todo lo que hago tiene sentido si los inversores piensan que se puede confiar en mí, que voy a crear valor, que vamos a hacer una cosa importante. Y me ha ido bien en la vida haciendo las cosas así», se sincera. De momento, en el primer tramo de su aterrizaje ha ejercido ese influjo: desde su nombramiento, las acciones han aumentado casi un 10% su valor.
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