China dio ayer un paso más en su retirada del mundo global con el anuncio de que una de sus grandes tecnológicas, Didi -conocida como el Uber chino-, abandonará Wall Street para cotizar en el parqué de Hong Kong. «Después de un cuidadoso estudio, la ... empresa comenzará con efecto inmediato el proceso para abandonar la Bolsa de Nueva York y preparar su entrada en la de Hong Kong», anunció Didi en un lacónico comunicado de una línea.
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El adiós se produce solo seis meses después de su desembarco en la Gran Manzana, donde la compañía fue inicialmente valorada en 70.000 millones de dólares, y cinco meses después de la investigación que el Gobierno chino le abrió «para prevenir los riesgos de seguridad nacional y de datos, así como para proteger el ínteres público».
China, que ha lanzado una gran ofensiva contra las tecnológicas que amasan un poder inmenso gracias a sus prácticas monopolísticas, también teme que los datos de los millones de usuarios que Didi tiene en el gigante asiático puedan llegar a compañías -o peor aún, gobiernos- extranjeros. Al fin y al cabo, las bolsas exigen una transparencia de la que tradicionalmente huye el régimen chino.
De esta forma, Didi, que en su momento dio la campanada tras adquirir por mil millones de dólares la división china de Uber, se marcha con el rabo entre las piernas y después de haber perdido casi la mitad de su valor en Bolsa. Ahora tendrá que organizar una junta de accionistas para votar la decisión, aunque no se esperan sorpresas al respecto.
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De momento, la empresa solo ha prometido que las acciones en Nueva York se podrán canjear por otras en «un mercado reconocido a nivel internacional», y todo apunta a que esperará a principios del año que viene para solicitar su listado en Hong Kong, que podría ser complejo por los elevados requisitos que impone la Bolsa allí.
Aunque el mercado de la excolonia británica sigue siendo internacional, la marcha de Nueva York representa un nuevo paso atrás en la ambiciosa estrategia de internacionalización de las empresas chinas y parece confirmar la sensación generalizada de que la pandemia está convirtiendo al gigante asiático en una isla que, ante el clima hostil al que se enfrenta en el escenario global, impulsa la autosuficiencia.
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