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Las grandes corrientes demográficas muestran dos tendencias bien diferenciadas y además opuestas: mientras la esperanza de vida de los seres humanos al nacer no cesa ... de crecer, la de las empresas tiende a reducirse en el largo plazo. Con semejante premisa, entrar a trabajar en una compañía para toda la vida es misión imposible.
Las vascas que nacen en estos momentos tienen ante sí una perspectiva de 86,2 años y los vascos de 80,3, según constata el Instituto Vasco de Estadística (Eustat). En cambio, en materia empresarial la esperanza de vida se limita a los 7,92 años para el conjunto de España, apunta un informe que elabora el Instituto de Estadística (IE) de la Comunidad de Madrid y que aporta un dato para la esperanza en su trabajo 'Mortalidad y Esperanza de Vida Empresarial'. Las compañías que llegan a los 10 años de vida muestran mayor resiliencia y para ellas se abre un nuevo marco temporal adicional de 15,16 años.
La perspectiva demográfica empresarial depende mucho del tipo de empresa y del sector al que corresponda, pero especialmente de su dimensión. Los sectores más longevos son industria, energía y otros servicios. Por contra, los que presentan peores tasas de supervivencia son construcción, servicios de distribución y hostelería. Las compañías de menos de tres trabajadores tienen una perspectiva vital de apenas cinco años y para aquellas que superan la decena de trabajadores al nacer, se les abre un camino de al menos 14 años por delante.
La realidad muestra que más de la mitad de las empresas que nacen no consiguen salir adelante y desaparecen en los cinco primeros años de vida. Pero al mismo tiempo superar ese lustro, aunque implica la demostración de que se ha sabido llegar al mercado en el momento oportuno, no despeja las incertidumbres ni augura una larga trayectoria vital. Ambos extremos, la debilidad por el nacimiento y la atrofia de los años, queda reflejado en las estadísticas oficiales de concursos de acreedores. Y ahí se puede ver cómo durante los últimos años el 51% de las compañías vascas que van a concurso o tienen menos de 4 años (21%) o superan los 20 (el 32%).
En los últimos ejercicios ha aumentado la tasa de empresas de menos de cuatro años que va a a concurso de acreedores, pero no parece que se deba al contexto económico, sino que podría explicarse por las ventajas que implica la nueva regulación concursal. Pedro Learreta, socio director del despacho Garrigues en Bilbao, así lo subraya. «Antes, los promotores de empresas muy pequeñas que no conseguían funcionar las dejaban languidecer o las liquidaban sin acudir a concurso. Pero ahora se utiliza mucho más la figura del concurso porque ya no es tan caro el proceso y, desde el punto de vista de responsabilidades es mucho mejor», al separar las cargas mencantiles de las personales.
Desde otra perspectiva, Learreta precisa que entrar en concurso no significa la desaparición total de la actividad, ya que aunque se trate de concursos de liquidación, en muchas ocasiones aparecen compradores o nuevos inversores dispuestos a continuar con una parte de la actividad, la más rentable, libre ya de cargas.
En el análisis de las empresas con más de veinte años de historia que se han visto abocadas a ir a concurso de acreedores, la radiografía es diferente. El economista Ángel Toña, uno de los mayores expertos en concursos de acreedores y que fue consejero de Empleo del Gobierno vasco en la pasada legislatura, explica que en muchas ocasiones la industria que podría llamarse madura no se ha renovado. «Y lo que no se renueva muere», concluye.
Toña insiste en que «a largo plazo el éxito de las empresas depende de la capacidad de anticiparse que tengan sus órganos de administración y dirección». Por su experiencia profesional ha visto cómo muchas firmas han acabado por ir al concurso tras años de anquilosamiento. «Los motivos son muchos, como la obsolescencia de los productos, la falta de demanda, los costes excesivos... Pero en el fondo se trata de anticipación y adaptación. En el 80% de los casos de concursos la responsabilidad es de los propietarios, que fueron incapaces de ver lo que se les venía encima». Y a renglón seguido Toña indica que , aunque la anticipación es condición «necesaria, es no suficiente», porque después esa empresa necesita «tener los recursos financieros para afrontar la transformación y los recursos humanos preparados y dispuestos».
En el entorno internacional se constata también que la vida media de las grandes empresas se está acortando debido a los cambios tecnológicos, a su velocidad y a los nuevos competidores. Consultoras internacionales como McKinsey o Innosight estiman que la esperanza media de vida de las grandes firmas del índice Standard & Poor's 500 ha bajado sustancialmente: mientras que en 1980 rondaba los 36 años, en la actualidad se limita a los 22 años y en 2027 podría reducirse mucho más, hasta los 12. Muchas se fusionarán, serán adquiridas o caerán.
En suma, pleno vigor para un dicho del mundo empresarial: «Es curioso, ya sé que yo viviré más que mi empresa».
22 años es la esperanza de vida media actual de las grandes empresas del índice Standard & Poor's 500, cuando en 1980 ascendía hasta los 36 años.
Mortalidad La globalización y la velocidad de los cambios tecnológicos acorta la longevidad empresarial
Empresas históricas
Superar los cien años es una vitola que pocas empresas pueden exhibir en sus logotipos y Euskadi tiene la suerte de contar con más de una veintena. Operan en sectores muy diversos y muchas coinciden en haber sabido reinventarse en varias ocasiones. En su mayoría nacieron como empresas familiares y varias sagas están ya por las quintas o sextas generaciones, mientras que algunas firmas tienen su capital en Bolsa, otras han pasado a sus trabajadores como cooperativas o SAL y algunas, aunque mantiene su actividad en Euskadi, están manos de multinacionales. La firma vaca más longeva es la alavesa Lascaray, conocida ahora por los productos cosméticos Lea, aunque tiene otra división industrial oleoquímica y que en su día empezó haciendo velas.
Las firmas familiares perduran más
Entre las grandes empresas vascas destacan muchas firmas familiares. O, como le gusta decir a Gaizka Zulaika, director general de la Asociación de la Empresa Familiar de Euskadi (AEFAME), muchas «familias empresarias» que tienen una gran vinculación con el territorio y que además se caracterizan «por mirar más al largo plazo».
Entre los momentos más delicados para las compañías familiares, al margen de los avatares mismos del funcionamiento empresarial y económico, destaca el proceso de relevo generacional: si no se planifica con tiempo, puede derivar en serios problemas tanto para la familia como para la propia empresa.
Algunas estadísticas constatan que sólo un tercio de las empresas llega a tercera generación, pero Zulaika destaca cómo entre las asociadas a AEFAME -que en total suman unas 70- un 47% están en segunda generación, otro 24% en tercera, un 7% en cuarta y un 8% en quinta.
Dentro de las iniciativas para propiciar exactamente eso, que el relevo familiar sea un paso más y no una barrera, AEFAME y la sociedad financiera Elkargi desarrollaron esta semana una jornada empresarial en la que se pudieron escuchar historias reales de empresas y familias.
Iñigo Oliver está tomando el relevo como segunda generación de la empresa Oliver Design, centrada en el diseño y arquitectura naval y fundada por su padre Jaime. Iñigo cuenta el devenir de la empresa como el relato de su propia familia. Para él ha supuesto materializar su sueño con los barcos y se muestra orgulloso de que su hijo, que también se llama Iñigo, siga la estela al incorporarse a la compañía. «Es un crack y aprendo mucho de él». Oliver Design tiene su sede en Getxo, da empleo directo a 34 personas y en puntas de trabajo puede llegar a movilizar, junto con proveedores, a más de 125. En esta empresa familiar el relevo que están asumiendo la segunda y tercera generación lo hacen después de haberse bregado profesionalmente en otras compañías. En el protocolo familiar para asegurar la sucesión, se diferenció entre los descendientes implicados en la compañía y el resto, estableciéndose repartos proporcionales diferenciados para clarificar el funcionamiento de la empresa y el patrimonio.
El caso de Garita Automotive, con sede en Berriz, es diferente. La fundó el pelotari Peio Garitaoindia en los años sesenta y en el 2000 dos directivos con experiencia en el sector, Javier Etxebarria y Jesús Irastorza, asumieron el relevo y se convirtieron en los empresarios. Tras modernizar la firma, diversificar clientes y mercados, han elevado su plantilla a un centenar de personas y facturan unos 30 millones anuales. Jesús Irastorza explica que en 2012 diseñaron el siguiente relevo generacional. A pesar de tener ofertas serias de compra por parte de otras firmas, decidieron que el camino de Garita era seguir siendo independiente. Así, las dos familias empresarias que controlan esta compañía -con la supervisión de los dos impulsores-, encomendaron la dirección general a un profesional externo y después organizaron el papel de los herederos con responsabilidad empresarial y los no vinculados. Se constituyeron consejos de empresa y de socios, estatutos societarios y normas de funcionamiento familiar. Irastorza destaca con orgullo que él y Javier «hemos encontrado en la jubilación algo importantísimo: la mente ocupada no sólo en recuerdos, sino en proyectos de futuro».
La reinvención se llama Lazpiur
El secreto de la longevidad no es otro que tener la capacidad de adaptarse o incluso de reinventarse cuando el mercado obliga a ello. El caso de la compañía guipuzcoana Construcciones Mecánicas José Lazpiur, S.L.U. (Lazpiur) es una de esas historias de éxito en la que va unido el espíritu emprendedor, la responsabilidad familiar y la implicación de la plantilla.
Esta compañía con sede en Bergara, especializada ahora en construcción de maquinaria y la fabricación de utillaje de precisión para forja, ha pasado por muchas etapas y se ha reinventado varias veces. Su fundador, José Lazpiur Agirrezabalzategi, puso en pie una fábrica de calzado. Con la Guerra Civil le fue requisada y en 1940 lanzó un taller de clavos, para en 1960 invertir en maquinaria e iniciarse en la activad de mecanizado. Cuatro años después, en 1964, registró su primer patente y en 1975 entró en el negocio de proveedor del sector de automoción.
En la actualidad, y con la cuarta generación familiar al frente -el año pasado Miguel, que en su día presidió la patronal vasca Confebask, y Agustín Lazpiur se jubilaron con 76 años y 72 años respectivamente-, nos encontramos con una compañía en la que trabajan 115 personas. Su directa implicación, en 2011, ayudó a que continuase la historia de esta firma arrimando el hombro para superar la gran crisis económica de principios del siglo XXI.
Como va impreso en su ADN, el nuevo Plan Estratégico 2022 de Lazpiur implica emprender nuevos caminos. La facturación de la firma fue de 20 millones de euros en 2018, su nivel récord, para aspirar a elevarla en 2022 hasta los 50 millones. A partir de ahora asume el reto de internacionalizar su propia estructura. Para ello emprende simultáneamente un doble camino: potenciar la producción en la sede central de Bergara y abrir su primera planta exterior en China. En Bergara invertirán un total de 7 millones en ampliar y remodelar las instalaciones actuales y dotarlas de nuevo equipamiento. Se da la circunstancia de que Lazpiur está a punto de presentar al mercado una nueva maquinaria de altas prestaciones desarrollada con tecnología propia (la compañía tiene más de una veintena de patentes).
La decisión de pasar a producir en China responde a la necesidad de acompañar a sus clientes y poder suministrarles en sus localizaciones en aquel país -que además es el que registra tasas de crecimiento de su mercado más elevadas-, lo que no podrían hacer en condiciones competitivas desde Gipuzkoa. Se asentarán en la localidad de Tianjin, con una inversión prevista de 5 millones de euros y la incorporación de 20 personas. Los planes son que con esta nueva planta las ventas en China crezcan desde los 3 millones actuales, hasta los 20 millones de euros en 2022.
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