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Si hay que buscar un momento clave en los siete años de trayectoria de Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo, aquel 10 de marzo de 2016 sería una apuesta segura. Fue el día. El BCE hizo historia tirando la casa por la ... ventana. La crónica que este periódico publicó sobre aquel Consejo de Gobierno arrancó con un «ratatatatatata» que lo dice todo. El italiano sacó su bazuca a pasear. Tipos de interés a un inaudito 0%, ampliación de las compras de activos de 60.000 a 80.000 millones mensuales, penalización de la tasa de facilidad de depósito al -0,4%, apertura de otras cuatro nuevas barras de liquidez... Aquel día, Draghi emuló al mejor Draghi. Ponerse de perfil no era una opción.
Eran otros tiempos. La 'operación retirada' se culminará a finales de este mes, como evidenciará el BCE en su reunión de este jueves, día 13. Adiós a la era de los estímulos. El Consejo de Gobierno de la entidad ratificará el fin de su programa de compra de activos, conocido popularmente como QE. Las adquisiciones mensuales, sobre todo de deuda pública, pasarán de 15.000 millones mensuales a cero después de haber inyectado cerca de 2,6 billones en el sistema desde marzo de 2015. La sensación de orfandad que domina la Eurozona sin los estímulos del BCE es terrible. De ahí las dudas, la creciente preocupación que existe. Vuelven los fantasmas, la maldita pregunta... ¿Y ahora, qué?
259.203 millones de euros ha destinado el Banco Central Europeo en la compra de bonos españoles, un 8% del total.
Hay plan B. Se esconde en esta frase que el banquero italiano lleva pronunciando hace ya algunos meses: «Nuestra política monetaria continuará siendo muy acomodaticia, continuaremos reinvirtiendo los bonos que venzan y los intereses». ¿De qué estamos hablando? De una bazuca de unos 200.000 millones, según las cifras confirmadas a EL CORREO por la propia entidad. El adiós, por lo tanto, será un hasta luego. Dulce.
La jerga comunitaria y en especial la del BCE es una maraña indescifrable de siglas anglosajonas. El programa de compra de activos (APP) está compuesto de cuatro subprogramas: el ideado para el sector público (PSPP); el de adquisiciones de deuda corporativa de las empresas no financieras (CSPP); el de cédulas hipotecarias o bonos garantizados (CBPP3) y el de titulizaciones (ABSPP). A 30 de noviembre, el balance es abrumador. En total, se han inyectado 2,56 billones, de los que 2,095 han sido adquisiciones de deuda pública, más de un 80% del total. El segundo programa, en función de la cantidad invertida, es el de las cédulas hipotecarias, con 262.211 millones, seguido del de deuda corporativa (176.878 millones) y las titulizaciones, con 27.775.
En lo referido a la distribución de las compras de bonos soberanos por países, el Banco Central Europeo ha mantenido un pulcro equilibrio para no ser acusado de favoritismo, sobre todo en lo referido a Italia. En lo meramente cuantitativo, España, al ser la cuarta potencia del euro, ha sido una de las grandes beneficiadas. 259.203 millones así lo certifican. Nada menos que un 25% del PIB del país. Pero es que en Alemania, tan crítica con este programa de estímulos, se han inyectado 515.050; en Francia, 417.798; en Italia, 363.219 millones... La 'draghidependencia' era esto.
Reunión el jueves, día 13
Con este sideral volumen de incentivos extraordinarios no es de extrañar que el miedo se haya apoderado no sólo de los mercados, también de muchas capitales. Cuando en esta Europa se habla de crisis económicas, todos los caminos llevan a Roma. Lo advertía esta misma semana en una entrevista con este periódico el exvicepresidente de la Comisión Europea Joaquín Almunia. «Es la única economía del euro que lleva quince años sin crecer. Hay un problema italiano que sus dirigentes no saben solucionar y parece que quieren incluso empeorar», advirtió.
La de Italia es una guerra de largo recorrido, el reto inmediato es saber cómo el BCE va a seguir salvando los muebles de la Eurozona durante un complejísimo 2019. El programa de estímulos acabará este mes, pero Draghi seguirá haciendo de Draghi, sobre todo con la reinversión de los vencimientos que se irán produciendo, con esos 200.000 millones que seguirán alimentando la maquinaria. De ellos, más de 160.000 corresponden al programa de deuda pública, lo que supondrá un alivio para determinados países. Además, es posible que puedan impulsarse nuevas líneas de liquidez para la banca, las conocidas como TLTRO, con las que se han prestado 740.000 millones en los dos últimos dos años y medio.
Pero hay más. Draghi llegó a Fráncfort el 1 de noviembre de 2011 en sustitución del francés Jean-Claude Trichet. Y lo hizo, paradójicamente, con el aval de Berlín. Llegó, vio y a las 48 horas, bajó el precio del dinero al 1,25%, justo lo contrario que había hecho Trichet los meses precedentes. Fue el comienzo de todo. Volvió a bajarlos al 1% a finales de 2011; al 0,75% en julio de 2012; al 0,5% en mayo de 2013; al 0,25% en noviembre de 2013; al 0,15% en junio de 2014; al 0,05% en septiembre de 2014, y al 0% el 10 de marzo de 2016. Desde entonces, nada ha cambiado y nada cambiará hasta finales del próximo año. Si los bancos, presos de la ansiedad, exigen la «normalización monetaria», los 'beceólogos' aconsejan armarse de paciencia. La triple 'P' del nuevo relato de Draghi dice así: «Persistencia, paciencia y prudencia».
Hay una fecha clave: el 31 de octubre de 2019. ¿Se marchará Draghi sin subir los tipos de interés? ¿Ni siquiera una vez en ocho años? Decía Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal estadounidense entre 1979 y 1987, que un banquero central sólo lo es realmente cuando sube los tipos. El italiano, según esta teoría, sigue sin serlo. ¿Lo llegará a ser?
Si hay una persona que se ha desgañitado y sigue desgañitándose en favor de una mayor integración de la Eurozona, pidiendo la culminación de la Unión Bancaria con la creación de un fondo común de garantía de depósitos, ése ha sido Mario Draghi. Hace un par de semanas llegó a alertar de que las reformas son «tan urgentes» como lo eran en lo peor de la Gran Recesión. Sus advertencias, sin embargo, siguen cayendo en saco roto, como se evidenció en el Eurogrupo celebrado el pasado lunes en Bruselas. Después de 18 horas de reunión, vendieron un acuerdo de mínimos de nivel técnico que en la práctica supone un fracaso en toda regla dada la relevancia del momento político que atraviesa el club. Para el excomisario Joaquín Almunia, el porqué es tan sencillo como preocupante: «En muchos países tenemos unos liderazgos con minúsculas, temerosos y egoístas. La sensación es que los líderes políticos saben lo que deben hacer, pero no se atreven a hacerlo».
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