La genuina decisión de una gimnasta de la elite mundial al ceder la gloria puntual a cambio de una retirada, al abrigo de la presión de las opiniones y los intereses públicos, nos conduce a reflexionar sobre la esencia de cualquier decisión humana, sujeta a ... un coste económico de oportunidad.
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Nos referimos a Simone Biles y a su abandono en la final olímpica de Tokio en gimnasia rítmica por equipos. Simone Biles (1997), un cuerpo felino de 1,42 m, está considerada la mejor gimnasta de todos los tiempos. Ha ganado 27 medallas de oro a lo largo de su carrera y ha dominado todas las especialidades en las que ha competido, defendiendo los colores de la enseña estadounidense, desde su debut internacional.
Biles se ha convertido en una atleta tan hábil que los jueces han tenido que endurecer sus criterios para que la americana no pareciera mofarse de las notas máximas. Luego se ha filtrado que la federación internacional de gimnasia rebajaba puntualmente su puntuación para disuadir a otras gimnastas de intentar movimientos tan peligrosos como los realizados por la deportista natural de Columbia (Ohio). Sus hazañas han trascendido todo lo imaginado. Simone es sencillamente lo que ninguna otra gimnasta de la elite mundial ha logrado ser hasta el momento. Mientras ella vuela, las demás se limitan a soñar.
El 27 de julio pasado, la superestrella olímpica decidió retirarse de la competición por «razones de salud mental». «Es una lucha con los demonios», dijo. Traducido al lenguaje coloquial la gimnasta sufrió un repentino bloqueo mental, de tal manera que la opción de competir dejó de convertirse en su primera prioridad. Biles es humana y como tal está sujeta a las leyes de la escasez y de la elección.
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A pesar de lo singular que resulta la reflexión dado el rango galáctico de su protagonista, la regla universal es que en la búsqueda de su propio bien, la persona humana toma contantes decisiones, eligiendo y al mismo tiempo renunciando. Eligiendo el descanso mental, Biles abandonaba la competición. El coste de oportunidad de lo primero es el descarte de lo segundo.
Con mayor naturalidad y menor espectacularidad, eso sucede con todas y cada una de nuestras decisiones. Adoptar decisiones constituye un hábito económico básico. Y en él se encuentra el coste inherente a su ejercicio. Un coste que se mide no en sí mismo o en su precio sino en algo mucho más intrínseco a la totalidad del ser humano. El coste de una decisión es aquel en el que se incurre al considerar las alternativas a las que se renuncia, aquello que -como señala Gregory Mankiw- «sacrificamos para conseguir una cosa», lo que el economista austríaco Friedrich Von Wieser llamó 'costo de oportunidad'. Seguir un determinado camino significa que se renuncia a los beneficios que esconde el camino descartado. Elegir es renunciar. Por eso la economía nos alerta para elegir bien.
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En cualquier ámbito, momento o situación, el individuo que toma sus decisiones construye su vida como resultado de los beneficios obtenidos y de las alternativas sacrificadas. Es más: al elegir y renunciar, la persona humana está definiendo su misión en este mundo. Detrás de la incontestable complejidad de la vida y de la existencia de necesidades diversas, la urgencia de establecer una coordinación entre ellas, la necesidad de soportarlas todas, y la obligatoriedad de establecer primacías, hacen del acto de elegir y descartar un acto de optimización económica. Porque nada es igual a otra cosa ni tiene su misma importancia. «Estar en forma -recordaba Ortega- es que no nos dé lo mismo una cosa que otra». El hombre reconoce en todo momento que está obligado a elegir, tiene que descubrir cual es su auténtica prioridad, quiere acertar consigo mismo y triunfar en sus opciones. De ahí que la elección sucesiva de alternativas en nuestras vidas trace en su titular la senda irrepetible de su propio destino.
«Hay que cuidar la salud mental, es mi prioridad», explicaba la americana esbozando una amplia sonrisa. Biles eligió primero el Olimpo, la sede de los dioses, sacrificando su equilibrio mental. Ahora ha descendido del tabernáculo de Zeus renunciando al oro y a la gloria, pero es feliz.
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