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Se refiere el título de la columna a los comentarios -casi todos reprobatorios- sobre la presunta actuación oportunista y especulativa de los fondos de inversión partícipes en el capital de Celsa, cuya viabilidad, como es sabido, depende en estos momentos de una ayuda del Estado ( ... Sepi) de alrededor de 550 millones de euros, el mayor rescate del tiempo de pandemia. Habiendo aquellos adquirido acciones de la compañía a precio de saldo, el reflotamiento público podría acarrearles pingües plusvalías en un breve plazo.
Como es de dominio público, los fondos de inversión especulativos no tienen vocación de permanencia indefinida en el accionariado, sino de vender al cabo de un tiempo obteniendo unos beneficios si las circunstancias del mercado lo propician. El fondo, como es lógico, también corre el riesgo de perder todo lo invertido en la empresa, haya sido o no a un precio de ganga, extremo este que se olvida con excesiva naturalidad. Aunque la actividad especulativa solivianta no pocos ánimos tal actitud reviste a nuestro entender dudas razonables sobre su consistencia teórica.
Las líneas que siguen destacan que la especulación no es ningún fraude ni delito, aunque pueda frecuentemente confundirse con ellos.
Especular no es otra cosa que visualizar expectativas y, en su caso, llevarlas a la práctica. En tal sentido es una actividad básica del ser humano, racional y necesaria. Diariamente, todos especulamos con nuestras vidas y trazamos estrategias convenientes a nuestros intereses, resolviendo, con mayor o menor fortuna, complicados sistemas de ecuaciones vitales repletos de variables aleatorias.
Llevada al campo de la economía, la especulación consiste en la adopción de 'posiciones' -un concepto muy amplio- con el ánimo de obtener un beneficio en capital, distinto de una renta. En expresión del Nóbel Samuelson, «los especuladores no tienen ningún interés en el uso del producto adquirido, solo quieren comprarlo barato y venderlo caro».
Durante siglos la única especulación conocida fue 'larga', adquiriendo un bien en la confianza de su revalorización. Con la sofisticación de las finanzas se introdujeron las posiciones 'cortas', vendiendo hoy para recomprar después más barato. Las operaciones sin subyacente -léase Bitcoin y asimilados- y, sobre todo, los derivados han ampliado las posibilidades de la especulación financiera. Como es lógico, el especulador se enriquece cuando acierta, pero hay que subrayar que cuando yerra deberá hacer frente de igual modo a las pérdidas correspondientes.
Pero, ¿cuál es el provecho de la especulación para los intereses generales del mercado? El primero concierne a los niveles de precios. La especulación únicamente acelera la dinámica natural en la formación de los precios. La especulación estrecha el desfase entre precios intrínsecos y precios cotizados. De ahí su carácter estabilizante. El segundo atañe a la liquidez. La liquidez necesita gran número de contrapartidas. Al restringirse la contrapartida especulativa, se comprometería parcialmente la liquidez del sistema. Nuevamente, la especulación sería estabilizante.
Referidas las bondades, llegados a este punto, también debemos reivindicar con firmeza la autonomía de la economía normativa -de la política económica- frente a las propuestas de la teoría económica en abstracto. En definitiva, el gobernante electo debe ejercer sus facultades cuando sus juicios de valor así se lo aconsejen. De dos maneras.
La primera, aplicando terapias de choque en aquellos casos de especulación unidireccional, que desencadenan el llamado 'efecto banco de peces'. Después de todo, el colapso económico mundial de 2007, surgido de una gigantesca burbuja especulativa, ha desmontado 'la hipótesis de los mercados eficientes', aunque sus sumos sacerdotes se resistan a admitirlo.
La segunda consistiría en la promoción moral por parte de los poderes públicos de la economía real, cribando todos aquellos mecanismos de nulo o escaso valor social. El desfase actual entre la economía productiva y la financiera es, en ocasiones, notable. Es lógico que el ciudadano normal desconfíe de una conducta económica volcada en el lema 'comprar y vender, pero nunca fabricar'.
Por eso resultan recomendables aquellas medidas de intervención que amortigüen movimientos financieros descontrolados y pasen una seña a los mercados de que, si los especuladores tienen espacio para la persecución de su lucro personal, igualmente los poderes públicos tienen el derecho de estar ahí y representar una contrapartida beligerante que permita proteger a sectores considerados de interés general. No como norma habitual, sino como excepción.
A cada uno lo suyo.
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