El tiempo, recuerda Virgilio en sus geórgicas, huye de forma irreparable. Pasa como una nave, como una nube, como una sombra, explica el poeta romano. Aunque no siempre discurra repartiendo igual fortuna. Inadvertido unas veces, exaltado en otras, aborrecido en ciertas calamitosas ocasiones.

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Estamos tan ... sólo a horas de que este año catastrófico pase su testigo al siguiente. Nada hacía presagiar tan hondas fatalidades. Ningún arúspice, examinadas las entrañas de un animal sacrificado, levantó su voz para alertar a gobiernos y ciudadanos de que 2020 sería un año funesto, que una devastadora guerra declarada por un virus a escala microscópica haría tambalear los cimientos sanitarios, económicos y emocionales del planeta.

No por repetidamente escuchados pueden dejar de citarse los estragos causados a nivel global por el enemigo invisible, el despreciable SARS-CoV-2, el temido Covid-19. Más de 78 millones de infectados y 1,8 millones de muertes en el mundo. La renta planetaria, la suma de todos los bienes y servicios finales generados en el ejercicio habrá caído un 4,2% de 88 billones de dólares. Y aunque posteriormente haya observado alguna recuperación, sólo entre abril y junio el empleo sufrió un desplome de 195 millones de puestos a tiempo completo según estimaciones de la OIT.

Queda una ruina más por relatar, menos cuantificada, pero advertida por prestigiosas universidades y la Organización Mundial de la Salud: los efectos de Covid-19 sobre la salud mental de la población y la consiguiente eclosión de una ola de desordenes emocionales. Este fenómeno se halla vinculado al miedo a la infección, a la pérdida de seres queridos por causa de la enfermedad y a la ansiedad derivada de la ola de cierres empresariales, despidos y desempleos temporales: la cuarta ola de la pandemia.

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En nuestro país todo ha sido un reflejo de lo mismo, pero en peor. No éramos lo que creíamos en el ámbito sanitario. La crisis, por otra parte, ha puesto en evidencia las enormes vulnerabilidades de la economía española en el siglo XXI: nulo incremento de la productividad; educación, conocimiento y talento mediocres; brecha digital; escasa industrialización; excesiva concentración del PIB en sectores obsoletos e insuficiente sensibilidad medioambiental. En definitiva, una capacidad de reacción mediocre.

A principios de 2020, la economía española atravesaba una fase positiva de crecimiento de cinco años de duración y de fundamentos más sólidos que en ciclos pasados, pese a ciertas inercias derivadas de la gran crisis financiera de 2008. El escenario cambió por completo con la crisis sanitaria provocada por el Civid. Como es notorio la pandemia ha afectado hasta ahora a 1,82 millones de ciudadanos, contabilizándose 49.520 muertes.

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Los diversos confinamientos y las restricciones forzosas de la oferta productiva, notablemente en el sector servicios, han llevado al país a la peor crisis económica de su historia. En consecuencia, se estima una caída del PIB este año, del 11,6%, la mayor de la UE y una de las más profundas del planeta. La crisis ha acarreado también un deterioro muy acusado de las finanzas públicas y el conjunto de medidas para contrarrestar el impacto de la pandemia elevará el déficit público hasta el 14% del PIB, agravado por el desplome de la recaudación fiscal. A su vez, la deuda pública registrará un fuerte aumento hasta situarse cerca del 120% del PIB. Sabemos ya que la recuperación de la economía tardará en generar nuevos puestos de trabajo, augurándose una tasa de paro en términos de EPA del 16,5% este año, que no incluye el colchón de 746.900 trabajadores amparados por ERTE, además de los beneficiarios de otros sistemas de protección social.

Todo tiene un final. Si no se producen fatalidades imprevistas, todos los índices descritos mejorarán en 2021. Con una dolorosa excepción: el desempleo. Tal vez pueda tacharse de fatalista la descripción realizada sobre nuestra economía al término de 2020. En descargo personal, cabe apelar a la atenuante contenida en el popular dicho de que 'un pesimista es un optimista bien informado'.

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El tiempo huye y aunque nosotros no podemos huir de el, podemos rodearlo y anticipar finalmente una luz esperanzadora: la despertada por las nuevas vacunas que ayudarán sin duda a desterrar las secuelas de este año horrible.

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