Brexit, negociaciones para largo
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La promesa de que la salida permite dejar de tratar con la UE es otra falacia porque queda mucho por resolverEl jueves 23 de junio de 2016, los ciudadanos británicos votaron en referéndum su divorcio con Europa. Nació el Brexit, la bandera que los separatistas de la isla ondearon sin desaliento hasta convertir una utopía económica en triste realidad. No valieron las voces de alarma ... alzadas por organismos públicos e institutos de opinión. Frente a ellas el establishment defendió que «el pueblo británico está enfermo de tantos expertos».
Factores emocionales anclados en un secular sentimiento antieuropeísta y, sobre todo, el creciente rechazo del hecho migratorio en zonas azotadas por la crisis de 2008 posicionó a millones de votantes, dando preferencia al despecho y a la fe en las falsas promesas, sobre el análisis frío de los hechos. Con el tiempo, el «Brexit es Brexit» desafiante de Theresa May fue sustituido por el «hacer o morir» (do or die) del ultranacionalista Boris Johnson. Johnson sucedió a May en un ambiente de máxima tensión. El extenuante acuerdo alcanzado por la primera ministra con la Unión Europea en noviembre de 2018 fue rechazado por el Parlamento británico una y otra vez hasta provocar su dimisión, tras la rebelión de su propio gabinete.
La posición de Johnson con el tema Brexit queda bien explicada en su juicio sobre los seguidores del Nigel Farage, el líder del partido ultra radical independentista del Reino Unido (RU), con los que se identifica: «Sería demasiado fácil decir de ellos que son un hatajo de energúmenos que se dejan llevar por la histeria antieuropea. Yo también soy un poco energúmeno y Europa me pone bastante histérico».
El 31 de enero de 2020, en aplicación de las previsiones del articulo 50 del Tratado de la Unión Europea, el RU activó su salida oficial de la UE. Se fijó un plazo de 11 meses, hasta finales de 2020, para firmar un acuerdo de salida, evitando así un Brexit duro y abandonar ambos bloques a merced de las reglas de la Organización Mundial del Comercio. El caos mantuvo todas sus opciones hasta el último minuto, pero la víspera de navidad de 2020, se rubricó finalmente el acuerdo de un 'área de libre comercio' entre ambos bloques soberanos.
Las cosas han llegado a donde fatalmente tenían que llegar. Gran Bretaña nunca fue un socio constructivo o un familiar amante de la casa común europea y no cesó, durante su pertenencia a la Unión, de recabar de ella prebendas y privilegios, en ocasiones rozando el chantaje o la intimidación. La intención del ministro Cameron al convocar el referéndum de 2016 que estaba persuadido de ganar, no era otra que consolidar para el RU los extraordinarios privilegios amasados en el tiempo, frente el resto de los miembros de la UE.
Gran Bretaña ya gozaba de dispensas en capítulos cruciales de la UE como la exención de pertenencia al euro y a la zona Schengen o el cumplimiento de la carta de derechos fundamentales de la UE. En 2016, Cameron amplió el catálogo de conquistas: el RU podría limitar las prestaciones sociales a inmigrantes comunitarios durante cuatro años; se aplicaría una normativa singular al sector financiero y en particular a la City londinense; Bruselas aceptaba la iniciativa británica de que los Parlamentos nacionales pudiesen vetar normativas comunitarias siempre que se alcanzase el acuerdo del 55% de sus miembros; y en particular, el RU quedaba excluido de cualquier iniciativa encaminada al objetivo de una Unión Económica.
Pero Cameron perdió. Ahora, el acuerdo recién firmado resuelve algo, aunque infinitamente menos de lo que a los británicos se les garantizó en el referéndum. Solo ha sido un capítulo en el interminable proceso de negociaciones que ahora se abre. Y evidencia una de las muchas falacias del Brexit, la que prometía, con la salida, romper con la UE, dejar definitivamente de tratarla o incluso olvidarse de hablar con ella.
No se trata solo de abordar nuevos sectores, como el financiero, sustancial para el RU y no incluido en el acuerdo comercial. Es que, según los términos de este, cada vez que las partes (UE o RU) modifiquen sus normas de manera que cualquiera de ellas se sienta en desventaja, habrá que sentarse y negociar. Por si fuera poco, Johnson tiene que negociar con Escocia e Irlanda del Norte: no quieren irse. Brexit significa negociaciones para largo.
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