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La vida da tantas vueltas que puede marearte. Si la operación se consolida José Ignacio Goirigolzarri terminará por presidir el banco más grande España después de haber abandonado otro que ya lo era, el BBVA, precisamente porque intuyó que sus posibilidades de llegar a ... lo más alto de la cúpula se habían acabado.
No hay un José Ignacio Goirigolzarri. Todos los que han tenido la oportunidad de trabajar con él saben que hay dos. Uno, el ser humano, es el ejecutivo cercano, con maneras de lord británico, amable, que siempre escucha a su interlocutor, un punto tímido, sencillo y austero. Otro es el ejecutivo profesional, un témpano de hielo, incapaz de atender a ningún otro condicionante que no sea su consideración profesional, independiente, de los que no se casa con nada ni con nadie y que no atiende a criterios humanos a la hora de tomar decisiones.
Es quizá la convivencia perfecta de esos dos «goiris», la mezcla mágica de la mano de hierro envuelta en un guante de seda, la que ha permitido a este bilbaíno de 66 años convertirse en uno de los profesionales de banca más sólidos de la era moderna. Su trayectoria fue siempre ascendente hasta octubre de 2009. De La Comercial de Deusto y tras su especialización en el sector financiero en la Universidad británica de Leeds, pasó a formar parte de la plantilla del Banco de Bilbao en 1978, donde recorrió toda la «escalilla» de responsabilidades. Tras la fusión del Bilbao con el Vizcaya, de donde nació el BBV, Goirigolzarri formó parte del equipo de directivos que creó Pedro Luis Uriarte para poner en órbita la entidad. Fue su discípulo más joven.
El abanico de responsabilidades que asumió a lo largo de sus 31 años en la entidad financiera vasca le permitió demostrar que era un todo- terreno en el sector. De su mano firme salió la modernización de la red comercial en España, productos pegados al terreno de las economías familiares como «el libretón», pero también aventuras internacionales de éxito. A las órdenes de Uriarte, fue el encargado de abordar la expansión latinoamericana del BBV y también el responsable de lidiar la batalla más dura de aquella época: la compra de Bancomer en México, en abierta pugna con Banamex, otra entidad azteca.
En diciembre de 2001 se convirtió en el consejero delegado del BBVA. En la práctica, en el número dos de la entidad. Tiempos difíciles, porque el banco había sufrido un auténtico proceso de purga de todo lo que oliese a BBV, en una batalla, mezcla de razonamientos legales y de lucha descarnada por el poder, que había puesto en la calle a todos los que, hasta entonces, habían sido sus compañeros de travesía profesional. Francisco González, el presidente del banco, le ofreció ser su mano derecha. Era su oportunidad de dar un salto y la aprovechó, pese a que muchos le miraron con un cierto recelo. ¿Había cambiado de bando? Craso error. José Ignacio Goirigolzarri no entiende de bandos, sólo de trabajo. Para bodas y adhesiones inquebrantables ya celebró una con Isabel, su mujer, y con esa es suficiente.
«En casi cualquier empresa, ser el segundo agota. Si además el primero es como Francisco González, eso te mata», asegura un antiguo colaborador del nuevo presidente de Bankia. Todo el mundo sabía, o creía saber, que estaba llamado a ser el sucesor, el número uno de la entidad. Había demostrado cualidades más que suficientes y también había dado muestras de juego limpio y fidelidad, pese a que las tentaciones habían pasado por su despacho. Al menos, una vez. Aquel día en que Luis del Rivero, entonces presidente de Sacyr, se sentó frente a él para decirle que estaba dispuesto a encabezar una revuelta accionarial, que tenía el apoyo del Gobierno de Rodríguez Zapatero y que si se ponía de su lado le nombraría vicepresidente con todos los poderes ejecutivos. No lo dudó ni un segundo. Se despidió de su interlocutor con una rotunda negativa a participar en conspiraciones y cruzó los pocos metros que le separaban del despacho de Francisco González para ponerle al corriente de lo que se cocía en La Castellana de Madrid.
Pero sus deseos de ser número uno se vieron frustrados cuando a finales de 2009 González decidió ampliar los límites de edad -lo ha vuelto a hacer el pasado marzo- para permanecer en la presidencia. Punto y final, tiró la toalla y pactó su salida, lo que le colocó en el disparadero de las críticas de la opinión pública, al recibir tres millones de euros anuales como pensión vitalicia. Una cifra mareante para un país en el que no existe eso que los norteamericanos definen como «cultura del éxito».
A partir de entonces se refugió en dos actividades no remuneradas. La creación y el lanzamiento de la Fundación Garum, dedicada a la promoción de nuevos emprendedores en España y Latinoamérica, y el 'moderno' arte de convertirse en 'blogero' a través de su página, aún hoy activa, 'goirigolzarri.com'. Eso sí, como los clásicos de Bilbao siempre han llevado gabardina, en sus artículos ha evitado mojarse en temáticas cercanas desde el punto de vista geográfico y apenas si ha rozado las reflexiones sobre el sector financiero español. Para no herir y también, quizá, para no salir herido.
En 2012 venció el plazo de dos años de incompatibilidad en su dedicación profesional al sector financiero, al que le obligaba su antiguo contrato con el BBVA. Era de nuevo libre para volver a ese negocio que corre por sus venas a la misma velocidad, más o menos, a la que crecía la morosidad, el virus que carcomía a Bankia, y a la que ha tenido que enfrentarse. «¿Que se mete en problemas? Los que tienen ahora un problema -aseguraba ayer un antiguo colaborador suyo- son sus nuevos subordinados. Van a saber lo duro que es tener un jefe más listo que tú y que se sabe la lección de memoria».
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