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erlantz gude
Lunes, 11 de marzo 2019
Comenzó como una brisa. La incertidumbre creció con los rumores. Llegaron las protestas, la búsqueda de apoyos, los encuentros con políticos. Y finalmente arreció el vendaval que arrasó cualquier opción de mantener el puesto en el astillero sestaoarra. Hay quienes se aferran a la ... reunión con la ministra de Industria el viernes, pero en su fuero interno saben que la esperanza de frenar la recolocación voló con las cartas de despido y la petición de Navantia de que escojan destino.
Óscar González no oculta su confianza en lo improbable. Pero es práctico, y se ha puesto manos a la obra. Junto a tres compañeros del grupo de grúas -donde ha sido jefe los últimos 12 años en Sestao- busca casa en Ferrol. «Hemos visto una por 700 euros; nos saldría a menos de 200 por cabeza». Han pedido a su sindicato -CC OO- que negocie trabajar más horas entre semana y volver los viernes a casa. Entre los empleados, afirma, impera la tentación de pedir destino en Cádiz, pero la mayor proximidad de la localidad gallega se acaba imponiendo. «Si en casa me necesitasen, cogería el coche y en unas horas estaría de vuelta».
Rascando en su resignación, se hallan pistas del drama tan repetido entre la plantilla del astillero. Horas de dudas, de protestas callejeras y de conversaciones familiares para abordar el trago. De entrada, y con gran decepción, ha tenido que deshacerse de su recién adquirida vivienda en Navarra, lo que fue particularmente duro para Sandra, su mujer, quien llegó a sugerirle que podían instalarse allí, donde trabajaría como panadera.
Pero el perfil del empleado con derecho a recolocación presenta cargas adicionales que complican el desenlace. Y no sólo por los padres mayores, que en ocasiones tienen que cuidar, sino por la alta dependencia de los hijos. Óscar tiene dos. Con el mayor no hay tanta pega, ya que tiene 23 y está rematando su formación. El problema viene con Joseba, un adolescente con su vida, su novia y amigos en Sestao, que no se plantea ni como hipótesis abandonar el lugar donde se ha forjado. Y Sandra se quedará con él.
Pese a su aspecto duro, Óscar se ha desmoronado en más de una ocasión y las lágrimas se han adueñado de su rostro. También del de su mujer y su hijo Joseba. Un día, el mayor, que aparentemente maneja la situación con entereza, entró en casa y vio las tres caras descompuestas. Pese a su carácter y a su propensión a desdramatizar con humor, no pudo soportarlo y tuvo que marcharse.
Y luego están las habladurías. Sandra, que ha trabajado en una panadería, ha escuchado cotilleos. A ella le han dolido los de algunos que, en un municipio con un galopante paro como es Sestao, no disimulaban cierta satisfacción por el destino de La Naval. «Se ha extendido la idea de que ganan mucho. ¿Acaso nos ven vestir ropas caras o conducir buenos coches?».
Óscar tampoco oculta su indignación con esos comentarios. Por una parte, reivindica su trabajo y el consiguiente riesgo como jefe de grúas, «donde tenía que coordinar movimientos desde abajo de bloques de 400 toneladas». Y por otro, recuerda los más de veinte chavales del entorno que colocó cuando necesitaban personal.
Ahora, poco a poco, Óscar va asimilando la nueva realidad. Imagina una vida austera en Ferrol, donde intentará ahorrar para que su familia preserve su nivel de vida. Y espera una correcta acogida por parte de la plantilla local, «aunque quién sabe, si me mantienen como jefe de grúas algunos de allí que esperasen el puesto podrían cogerme manía». El desembarco por decenas de los que han sido compañeros durante décadas en Sestao hará más amable lo que conocen como «el destierro». Su camaradería permitirá mantener vivo el espíritu de La Naval.
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