íñigo gurruchaga
Lunes, 11 de julio 2022, 00:37
Harvey Penick, el golfista y entrenador del Austin Country Club y de la Universidad de Texas, formó ganadores de grandes torneos, como Tom Kite o Ben Crenshaw. Pero escribió que el mejor que había conocido era un hombre vagabundo que pedía permiso para jugar en ... el campo a deshoras y llevaba una bolsa con pocos palos. Pregunten a hombres y mujeres que han seguido el juego del fútbol en el último medio siglo en Inglaterra quién es el mejor futbolista que han visto y una buena proporción les dirá que George Best, un muchacho de Belfast que encandiló con regates y goles prodigiosos como extremo del Manchester United. Era un consumidor de alcohol en volúmenes trágicos.
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Nick Kyrgios no es el primer tenista que monta broncas en la pista -Illie Nastase y John McEnroe fueron notorios por sus desagradables protestas a los árbitros- o viven una vida golfa. El más joven campeón en la historia del Campeonato de Wimbledon, Boris Becker, cumple ahora una pena de prisión por fraude en una cárcel cercana al club All England.
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El caso de Kyrgios es especial. Ningún tenista ha recibido tantas multas en la historia del circuito. Le han multado por insultar al público, a los árbitros, a los rivales. Por no jugar al nivel que podría, para tirar partidos. La Policía de Camberra le ha citado el 2 de agosto para que responda a una acusación de agresión a su expareja, en 2021. Pero, como el vagabundo del golf en Texas o el borracho Best en el fútbol inglés y europeo, produce momentos espectaculares. Con 19 años se encontró con el número uno del momento, Rafael Nadal, en la cuarta ronda de Wimbledon y le ganó en cuatro sets. Iba a ser uno de los mejores del mundo, pero llegar a esta final de Wimbledon es su mayor logro.
En la conclusión del primer set se podía afirmar que Djokovic, Federer y Nadal son los mejores tenistas del inicio del siglo XXI, pero que los anales tendrían que incluir también a un tal Kyrgios, que no ganó nada. El serbio inició el set con una doble falta y perdió su servicio, 2-3, con otra. Pero no podía decirse que estaba jugando mal. Al contrario, tenía enfrente a un tenista excepcional, con un servicio feroz, unos derechazos temibles o que desvelaban en el último momento una cortada, un revés cruzado que podía ir fuerte o liftado para botes de la bola bajos y enredados para el golpe del rival. Dos fantasías innecesarias -un saque de abajo y un resto entre las piernas- fracasaron.
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Cuando se encontró bajo presión, sirviendo con 4-5, el australiano suplió sus posibles dudas -entregó el 30-30 con una patética volea de revés- con un servicio que suena y tiene una velocidad que impresiona. Kyrgios ya había ganado el primer set dos veces a Djokovic en torneos del circuito -Indian Wells y Acapulco- y ganó los dos partidos en 2017. Pero aquellas finales eran de tres mangas y en Wimbledon son de cinco. El belgradense había mantenido sus armas en el inicio del partido y en el segundo recurrió más a la cortada. Metódico y paciente, obligó a correr de un lado a otro a un tenista que tras ganar el partido de cuartos dijo que necesitaba un buen vaso de vino.
El serbio, jugando un partido soberbio, ganaba ahora el juego en la red, los intercambios desde el fondo de la pista. Goran Ivanisevic, su entrenador, explicaba que no habían preparado una estrategia contra Kyrgios: «Es un genio del tenis, es impredecible, no sabe qué golpe va a dar. Nosotros teníamos que hacer nuestras cosas todo el partido».
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Ese planteamiento dio rendimientos. Djokovic se impuso en el segundo y tercer sets, ganando con más facilidad sus servicios. Su poderoso tercer juego en la segunda manga fue seguido de una ruptura en el cuarto, espectacular en la ferocidad del serbio forzando el revés del rival y con Kyrgios dando golpes extraordinarios, como un revés cruzado.
Pero el lado oscuro del genio se hizo de nuevo visible. Pidió al árbitro que amonestase, o echase, a una mujer que le animaba entre servicio y servicio. El juez le preguntó quién era. «Aquella que tiene cara de haber bebido 300 botellas», respondió el tenista. No cesaba ahora de hablar con el palco, donde no hay entrenador, porque no lo quiere.
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Su monólogo de frustraciones era una distracción insoportable. Su juego no tenía continuidad. Djokovic estaba seguro y sobrio. Kyrgios decía tras el partido que lo que más le había impresionado era la estabilidad de Djokovic. No se había alterado ni en el desempate del cuarto set. Es lo que hace diferente al trío de los grandes. La experiencia le ha animado a Kyrgios a intentar ganar un torneo grande, a pesar de su declarado desdén por el tenis. La victoria acerca a Novak Djokovic al récord de victorias en torneos del Grand Slam -21, una menos que Nadal- y es su séptima en Wimbledon.
Es una victoria importante en un momento delicado de su vida. Rechazado en el Abierto de Australia, no podrá jugar ni en Nueva York ni en Melbourne en los próximos meses, por negarse a la vacunación. Pero ha sido el brillante, astuto y certero ganador de un Campeonato de Wimbledon sin tenistas rusos.
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