Vendaval Alcaraz

Necesitaba subir el nivel de los partidos anteriores y lo hizo. Sacó muy bien, hizo pocas pero buenas dejadas y, sobre todo, restó mucho mejor. La mayoría de los restos a primer servicio de Djokovic los puso en juego, algunas veces pegando y otras bloqueando la bola. Su resto al segundo servicio fue fantástico. Muchas veces apretaba y dominaba el punto, e incluso en otras conseguía restos ganadores que nos levantaban de los asientos.

El apartado físico de Alcaraz merece también ser destacado. Viene de darse una paliza en Roland Garros, ha jugado varios partidos duros y aún así ha mantenido la frescura en todo el torneo. En la final estuvo rapidísimo, se anticipó fenomenal y su aceleración en los golpes de fondo y en el saque fue brutal. Todos sabemos que su cabeza es especial. No sigue los cánones establecidos a la hora gestionar las emociones y el resultado, pero su método natural e intuitivo es fabuloso. Como la mayoría de los jugadores españoles, el murciano se ha criado en tierra batida pero está claro que ha sabido hacer los ajustes necesarios para jugar en hierba como los ángeles.

Enfrente, Novak Djokovic se veía impotente ante el vendaval de tenis del murciano que no le dejaba ni respirar. No podía con los misiles que le venían por todos lados. El serbio pegaba duro, pero la bola le volvía más rápida todavía. Aún así no se rindió y luchó hasta el final y a punto estuvo de darle un disgusto a Alcaraz tras levantarle las tres bolas del partido en el décimo juego del tercer set. Siguiente estación para el murciano: los Juegos de Paris. A por ellos.