Malos momentos. Djokovic sabrá mañana si es deportado o se puede quedar en Australia para jugar el Abierto. afp

Novak Djokovic, el campeón que se pasa de la raya

La negativa del serbio a vacunarse contra la Covid-19 y su reclusión decretada por el Gobierno de Australia en vísperas del Open donde parte como favorito ha encendido una crisis diplomática que alimenta el padre del tenista

Domingo, 9 de enero 2022

La genialidad no es necesariamente sinónimo de cordura y mucho menos de templanza. Que se lo pregunten si no a Novak Djokovic, que ha pasado las horas en un hotel de Melbourne subiéndose por las paredes hasta que hoy un tribunal australiano ha decidido ponerle ... en libertad. Esta decisión le acerca más a disputar un Open que ya ha ganado nueve veces. El suyo ha sido un conflicto con ribetes de crisis diplomática, dos años después de que se declarase la emergencia sanitaria, lo que ha convertido al ganador de 20 Grand Slams en el campeón de los antivacunas.

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Novak, que se ha negado a recibir el suero pese a contraer el virus el pasado verano en un torneo que él mismo organizó y otra vez en diciembre, según revelaron ayer sus abogados, viajó a Australia tras obtener una exención médica de la organización del Open. Sin embargo, el Gobierno de ese país, uno de los más estrictos en la lucha contra la pandemia, ha negado validez al documento. Las autoridades locales esperaban a la desafiante estrella en el aeropuerto y, tras revocarle el visado y retenerlo durante ocho horas, lo han confinado en un hotel que dista mucho de ser una jaula de oro. Además de no poder entrenar -no hay pista de tenis-, compartía horizonte y paredes rebosantes de pintadas con refugiados de Papúa Nueva Guinea o Irak, mientras en la calle se sucedían las manifestaciones de apoyo. Hoy todo ha cambiado para la estrella serbia, a la que los jueces han puesto en libertas

A Novak el carácter le viene de familia, ya lo demostró en 2021 cuando golpeó con una bola a una juez de línea, lo que motivó su descalificación del Open de Estados Unidos. Mientras corre la cuenta atrás para iniciar el torneo, la atención la acapara por momentos Srdjan Djokovic, el padre del campeón, volcado en reivindicar la figura de su hijo aunque eso signifique caer en el desvarío más absoluto. Porque una cosa es defender tu propia sangre a capa y espada, y otra muy distinta hacerlo con argumentos como que Novak es «un Espartaco», «el líder del mundo libre» o «un Jesucristo que está siendo crucificado». Todo muy demencial, vamos.

Si hemos de fiarnos de Srdjan, nos hallamos ante «el mayor escándalo deportivo de la historia», perpetrado -y estas también son palabras suyas- contra «un ídolo, la luz al final del túnel que no apagará la oligarquía política». No está solo. El presidente serbio, Aleksandar Vucic, no duda en referirse a lo ocurrido como «persecución política» y a Dios pone por testigo de que «intentaremos atajar este acoso».

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La polémica se ha trasladado también a las pistas, no en vano Wimbledon es el feudo de Federer, Roland Garros lo es de Nadal y Novak ha cosechado sus mayores éxitos en las Antípodas. La actitud del serbio ha sido reprobada por el mallorquín, a quien no le duelen prendas a la hora de recordarle que las leyes están para cumplirse. «En mi opinión, el mundo ha sufrido ya bastante como para no seguir las reglas. Novak ya es mayor y toma sus propias decisiones, pero debe saber que estas tienen consecuencias». Feliciano López, por su parte, prescinde de argumentos médicos y califica de «despropósito» la decisión tomada. «Nadie desea que el número 1 del mundo no juegue un Grand Slam», asegura.

Para Srdjan Djokovic, su hijo «es un Espartaco, el líder del mundo libre, un Jesucristo que está siendo crucificado»

El histrión de las pistas

Novak Djokovic, 34 años y una derecha de oro, lidera la Asociación de Tenistas Profesionales, ranking mundial que ha finalizado siete temporadas en primera posición y su trayectoria se cuenta por récords: veinte Grand Slams, cinco torneos de Maestros, 86 títulos ATP... Con cuatro años ya había convertido las pistas en su patio de recreo y no debía hacerlo mal, porque cuando lo vio jugar la estrella yugoslava Jelena Gencic se refirió a él como «el mayor talento que he visto desde Monica Seles». Diez años más tarde competía ya en el circuito internacional y desde entonces su carrera no ha dejado de crecer.

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Nació en 1987 en Belgrado, aunque sólo ha vivido allí 12 años, ya que la guerra de los Balcanes le llevó a refugiarse con su abuelo y sus hermanos en un complejo turístico próximo a Kosovo mientras sus padres se ganaban la vida en el extranjero. Su padre fue campeón nacional de ping-pong y esquí, y tiene dos hermanos, Marko y Djordje, ambos con un futuro prometedor en el tenis.

Pero la vida de Nole, como también se le conoce, va más allá de las rayas blancas que dibujan las pistas, los únicos límites ante los que no se rebela. Habla cinco idiomas, estudia piano y es ferviente admirador de la Iglesia Ortodoxa serbia, a la que sólo le queda elevarlo a los altares (ostenta la Orden de San Sava de clase I, su máxima distinción). Casado con Jelena Ristic tras ocho años de noviazgo, la pareja tiene dos hijos, niño y niña, y su mujer es una presencia constante en las gradas. La familia reside en Marbella desde el pasado marzo.

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Si en algo coinciden quienes le conocen dentro y fuera de los torneos es en ponderar su sentido del humor y las imitaciones que hace, de las que pueden dar fe María Sharapova, John McEnroe y el mismísimo Rafa Nadal, lo que le ha merecido el apodo de Djoker. No parece, sin embargo, que estos días le queden ganas de chufla.

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