Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Como aficionado resulta inevitable sentir la punzada del vértigo cuando Rafael Nadal Parera comunica con el micrófono en la mano que su prodigiosa trayectoria tenística encara la recta de tribunas donde cuelga de una esquina a la otra el cartel de la meta. Ayer, en ... su modélica academia de Manacor, empezó a entonar los sones del último baile, el que le conducirá a dejar la herramienta laboral en el año olímpico de 2024. Una retirada que habría de llegar ya más pronto que tarde para el fenómeno que cumplirá los 37 el próximo 3 de junio. La ley de la vida también alcanza a los mitos venerables, pero la renuncia por primera vez a 'su' Roland Garros por causa de fuerza mayor supone un terremoto de muchos grados, más que el meneo del pil-pil, en la escala del sismógrafo.
Hace cuatro meses, cuando el balear trataba de devolver un golpe cruzado del estadounidense McDonald en Australia, la pierna izquierda clamó 'basta'. Nadal, un modelo de perseverancia absoluta y fe inquebrantable que ha edificado su avasallador tenis desde la vertiente física, llevaba tiempo encadenanando molestias y lesiones. Llegó a ganar en París, que se escribe pronto, con ese pie que encierra un severo problema crónico anestesiado hasta ni siquiera sentirlo. Como si fuera un apéndice corporal ajeno a él. Pero jamás ha echado a dormir la voluntad ni una mente siderúrgica.
Dentro de año y pico el mundo entero se emocionará con la despedida del mejor deportista español de la historia y todo un icono de referencia universal. Pero, como bien afirmó ayer él mismo en una de sus escasas concesiones al autoelogio, Rafa se ha ganado el derecho a saludar raqueta al aire desde una pista. Y de elegir el momento del adiós, mejor sobre el polvo de arcilla. Porque este millonario en todos los sentidos, los económicos y los propios de la grandeza humana, reedita el viejo eslogan de la lucha jornalera. El que reclama la tierra -su superficie querida- para el que la trabaja. Y ya el cierre perfecto de un círculo imperecedero incita a soñar en su decimoquinto cetro como rey absolutista de Francia.
Para siempre queda ya su impecable y respetuosísima rivalidad con Federer, otro miembro de la Santísima Trinidad junto a Djokovic. El mallorquín y el suizo se han retroalimentado tantas temporadas hasta cincelar un ejemplo de enorme nivel ético. En el recuerdo aquellas manos entrelazadas de ambos y los ojos bañados por el agua salada de las lágrimas durante la despedida y cierre del extraordinario Roger.
Dos hombres convocados a la grandeza desde distintas maneras de interpretar el tenis. Mientas la elegancia suprema del helvético le facultaba a ganar hasta vestido de frac, Nadal necesita exprimirse en cada punto con sus gritos sincopados como prueba de un esfuerzo mayúsculo. El talento innato frente al trabajo estajanovista para alcanzar registros competitivos abrumadores. Sin olvidar, desde luego, que el juego del español es oro de muchos kilates. Sólo con empeño no se muerden veintidós trofeos del Gran Slam.
Rafael, como siempre le llama su tío y mentor Toni, quiere regresar en la Copa Davis de noviembre (Málaga) y apurar su último desfile en París con ese látigo liftado que parece envolver su cuerpo entero en cada raquetazo y devoluciones inauditas. El broche ideal para el deportista perfecto que también ha impuesto su tesón y su tenis en las verdes praderas que acaban pardas de Wimbledon, un escenario a contraestilo que acabó domando. Su desafío mayor, el 'ochomil' que coronó dos veces vestido de blanco como manda la tradición británica. Porque Nadal es embajador plenipotenciario allá donde va y gana.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.