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Tiene dos manos como palas de excavadoras y unas barcas del 45 en los pies con las que podría caminar sobre las aguas no tan bíblicas del Nervión que discurre por su comarca de Ayala o el caudal del Zadorra. Iker Larrazabal, primer pelotari alavés ... que franqueará la pesada puerta que separa el universo aficionado del planeta profesional desde hace once años, juega con esas raquetas de palmas, dorsos y dedos. Pero vista la magnitud de semejantes remos y la potencia con la que debe de propulsar el cuero uno diría que podrían anunciarlo en un festival de herramienta sin necesidad de sostener maderas, remontes ni cestas. El chaval que tomará el relevo de Pinedo y Nalda como últimos productos del territorio histórico en los frontones donde se juegan los cuartos muestra disciplina hasta a la hora de aparecer en el sitio de la cita.
La quedada en el bar Kantoi de su Amurrio residencial era a la las nueve de la mañana y el chiquillo –permitan la licencia escrita desde el cariño– aparece cinco minutos antes. Sudadera negra a juego con el embozo de obligado cumplimiento en estos tiempos del coronavirus, vaqueros ligeramente rotos y zapatillas deportivas para dormir de pie. Físico imponente y coordinado, 1,82 metros y otros tantos kilos a partir de la coma, espalda donde cobijar a un ejército y el embuste en forma de mascarilla. Con ellas puesta, según los cánones, parece mayor.
En cuanto la baja un poco para comer el pincho descubre el rostro de un juvenil a quien la aleación de esfuerzo y talento enviará al circo donde se baten el cobre los mayores en apenas un mes. ¿Lugar del debut? El frontis de Amurrio. ¿Fecha? Primera quincena de noviembre. ¿Adversario en los cuadros alegres? Según fuentes familiares bien informadas, Aimar Olaizola. Casi nada.
A Iker le inoculó el veneno de la pelota su padre, Iñigo, y desde entonces no ha parado de estrellarla contra las paredes por encima de la chapa. Es un chaval, así lo delatan el DNI (18 años) y su cara, pero no se le puede negar que lleva bien erguida la cabeza sobre los hombros. Y que mantiene un ánimo y una constancia sin los cuales resultaría imposible entender una vida cotidiana tan sujeta. Ahí va una jornada arquetípica del chico que devolverá la ilusión a los pelotazales alaveses. Se levanta poco después de la siete, «todos los días son duros», prepara la mochila de su universo estudiantil, la bolsa de los aparejos deportivos que en un mes transportará la ropa y los tacos de todo un profesional, desayuna, anda el corto camino hacia la estación del tren que le conduce al centro de FP de Llodio (doce minutos de reloj en el convoy), come la tortilla en la fiambrera de toda la vida mientras otro vagón le conduce a Miribilla a primera hora de la tarde, se entrena, vuelve a Amurrio y para las diez y media se acuesta. Derrengado, se supone, tras semejante dietario.
Al margen del frontón, al hijo de Yolanda y hermano de Anne le gustan otros deportes, entre los que nombre el tenis, el fútbol y la canasta. Y aunque no juega a baloncesto en el Valencia sí podría, con legitimidad y derecho, tomar prestado el lema que muestra la pechera del conjunto levantino. «Cultura del esfuerzo». Cómo explicar, si no, que un tipo recién adquirida la mayoría de edad, alterne la formación profesional de grado superior en Mecanizado con los requerimientos del deporte de elite. «Mi idea es seguir en la pelota todo lo que pueda, pero no es algo que dure toda la vida. He elegido estos estudios porque tienen mucha salida. Y más en Amurrio, donde hay fábricas». Él vislumbra su futuro en la localidad donde vive. «Es un pueblo tranquilo y tengo los amigos hechos». Todas sus declaraciones, muy naturales, van teñidas de sonrisas sin malear y gestos joviales.
Parecía abocado a competir en los recintos donde vuelan las apuestas en bolas rajadas de tenis. Como aficionado ya se había cubierto el pelo negro con las txapelas del Cuatro y Medio, el torneo Virgen Blanca, el Manomanista y éxitos representado a la provincia en el GRAVN. Tino Rey, compañero y profundo conocedor del deporte autóctono, habla y no para sobre las virtudes de Iker, que condensa en «enorme potencia muscular, saque demoledor, volea como arma de 'destrucción masiva' (añadido entrecomillado del firmante), velocidad en los ganchos y pelotazos de dinamita». ¿Fuerte, eh?
– Si coges una pelota en el cuadro 2, ¿dónde la mandas?
–Al rebote.
Les juro que no lo dice con arrogancia. Lo cree porque lo ha hecho cientos de veces. Reconoce que, como toda la juventud iniciada en una disciplina, soñaba con asaltar los frontones industriales. Pero, pese al palmarés labrado hasta la fecha, reconoce que le sorprendieron sus padres hace apenas dos semanas. «Me vino de repente. Mis aitas habían estado con el jefe» -de Baiko, la empresa con la que hace doce días selló un contrato de dos años, llegaba de clase y me dijeron que teníamos que ir a firmar».
– ¿Te pesa la mochila de ser el primer profesional alavés desde 2009?
–Siento la presión de hacerlo bien. Por mí, por todos y porque sé que soy el primer alavés desde entonces. Es una responsabilidad, pero también un orgullo.
Larrazabal, que admira a Mikel Urrutikoetxea y se ve cierto parecido con el juego de Ezkurdia, recita antes de salir hacia la estación del tren el estilo que más le agrada como espectador y mejor se adapta a sus aptitudes en la cancha. «Me gusta el juego adelante, movido, de volea, con un material que salga mucho. Creo que con mi fuerza y una pelota pesada hago mucho daño». Amén, piensa el interlocutor mientras vuelve a fijar la vista en las manos como palas de excavadora del Sansón que prefiere las legumbres a la verdura.
Poco antes de las diez, Iker Larrazabal y la escolta periodística que le acompaña caminan hacia la estación de Amurrio. Y al otro lado de las vías, en la acera que separa los convoyes del tránsito peatonal mediante una verja metálica, dos mujeres paseantes dirigen al chaval un deseo de complicidad y una mirada de simpatía.
–Zorionak.
–Eskerrik asko.
«Sí, ahora me saludan más que antes», reconoce quien en menos de un mes adquirirá el rango de neoprofesional. Mañana agradable que incita a conversar entre lo serio y la informalidad. Por ejemplo, para admitir que prefiere vestir de 'colorao', el color los campeones. Ahí lo deja, quizá entre el deseo cromático y –conscientemente o no– cierta ambición rumiada. O que sin desdeñar en absoluto el Cuatro y Medio o los duelos en parejas, apuesta en la ruleta de la fortuna a las citas individuales con todo el amplio frontón como escenario «por fondo y resistencia». En el andén de cada día, se encuentra con Jugatxi, amiga de toda la vida y compañera en el centro de FP llodiano donde ambos comparten estudios. Orgullosa, claro, de pertenecer al círculo de confianza de su célebre colega. Como también se reconoce así Eztizen, otra chica del grupo que se incorpora al convoy en la siguiente parada.
Coleguea el trío los doce minutos contados de reloj que invierte el tren en alcanzar el apeadero de Llodio. Son las diez y veinticinco y en apenas cuatro minutos alcanzan la puerta del Laudioalde Lanbide Eskola. Aún queda un ratito para vestir la bata azul y colocarse la gafa protectora frente a la máquina en el taller de mecanizado. «Mejor esto que estudiar Química, aunque hasta ahora no he repetido nunca».
Al cámara y al plumilla les otorga el salvoconducto para entrar Javi Aiz, director del centro desde hace dieciséis años y hermano de quien blandió la makila de alcalde llodiano. El mismo que cuenta con orgullo el siglo y medio de existencia de este lugar de enseñanza con las lógicas vicisitudes históricas que empezó financiando en 1870 el primer marqués de Urquijo. El 'baranda' que recuerda revuelos pretéritos en el aparcamiento cuando el rojiblanco Muniain acudía a recoger a su entonces novia con un vehículo de caballos elevados al cubo.
Es hora de firmar el armisticio informativo a Iker hasta que el delantero de Amurrio vuelva a subir al vagón que le dejará a las puertas de Miribilla para un nuevo entrenamiento. Y en una especie de bucle, servidor y acompañante coinciden en el bar de la quedada primera con los padres de la criatura. «¿Orgullosos? Claro. Anda que no he hecho kilómetros con él por la pelota», comenta Íñigo. «Pero con nervios también porque debuta en mala época». Se refiere al omnipresente Covid 19 y, sin nombrarlo, también al conflicto en la empresa (Baiko) que otorga al chico la oportunidad de programarse en los frontones industriales.
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