El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

Hacía tiempo que los aficionados a la pelota no asistíamos a una final tan dura y disputada, tan exigente a nivel físico y mental. En los últimos tantos, con Julen Martija sintiendo que había regresado de los vestuarios con una pata de palo y Unai ... Laso atendido por el médico de su empresa dentro de la cancha con los isquios agarrotados, más que contar los tantos hacíamos ya un recuento de heridos. Altuna y Martija llevaban una pequeña ventaja, un solo tanto, 21-20, pero era difícil saber si podrían llegar al 22. Allí ganaría el último que se mantuviera en pie. The last man standing, como dicen los anglosajones. Y ese fue Altuna III, que acabó conduciendo a su compañero a la victoria y sumando su tercera txapela consecutiva, la primera en el Parejas.

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Mas de ochocientos pelotazos a buena, alternativas en el marcador, corredores de apuestas más activos que los brokers de Wall Street el día que cayó Lehman Brothers, un ramillete de jugadas excelentes, una remontada inesperada, tantos como el 7-7 de casi cuatro minutos de duración que terminaban más por un desfallecimiento que por un error propiamente dicho, un extraordinario ambiente en las gradas abarrotadas del frontón de Miribilla... Uno de esos partidos, en fin, que hacen afición y no pueden dejar de gustar a nadie al que le guste el deporte.

Lo tuvo todo la final, pero los cronistas no podemos dejar de centrarnos a analizar -y a especular un poco, no vayamos a negarlo- con ese extraño momento de inflexión que se produjo en el partido cuando el marcador electrónico reflejaba un 11-17 a favor de Laso e Imaz. Parecía definitivo. Ya con 11-15, en sus declaraciones a ETB, a Jokin Etxaniz, técnico de Aspe, se le notaba cariacontecido. Veía mal a sus pupilos. O mejor dicho, no veía a su nivel a Altuna porque lo cierto es que Martija estaba hecho un titán, sacando mucho trabajo adelante, quemando más madera que los hermanos Marx en la locomotora del Oeste. Por su parte, Aimar Olaizola, director deportivo de Baiko, no quería cantar victoria antes de tiempo pero tampoco podía dejar de expresar su satisfacción por el juego de Unai Laso e Imaz, muy superiores en el tramo del partido que se jugó a partir del empate a diez.

¿Qué ocurrió para que, justo en ese momento, el gran delantero de Amezketa y el zaguero de Etxeberri, ese chaval con cara de bueno de quien no se ha ponderado lo suficiente que sea capaz de conciliar dos actividades en apariencia irreconciliables como la de manista y pianista, hicieran una tacada de diez tantos hasta ponerse en 21-17? Seguro que hay más de una razón. Algunos, sin embargo, tras los cuatro errores seguidos, dos por cabeza, que cometieron Laso e Imaz hasta poner el marcador en 15-17, no pudimos dejar de detectar en ese instante el vértigo insondable que produce vencer por primera vez en un gran campeonato y, sobre todo, superar a los más grandes. A Altuna, por ejemplo. En el momento crucial, al delantero de Bizkarreta y al zaguero de Oiartzun les faltó poso, el saber estar de los campeones. Pecaron de novatos, es cierto. Aún así, se hicieron más grandes tras una batalla magnífica.

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